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3.1.2 La unión: el régimen de la copresencia
ОглавлениеSe puede imaginar, sin embargo, un esquema completamente diferente, aunque lógicamente complementario, donde los estados de alma de los protagonistas, y también, hay que añadir, sus estados somáticos, no dependerían única y totalmente de las regulaciones sintácticas de sus estados de junción con los objetos, sino donde las variaciones concernientes a lo que experimentan “en cuerpo y alma” a lo largo del tiempo resultarían directamente, por lo menos en parte, de relaciones de copresencia mutua, cara a cara o cuerpo a cuerpo, no solamente de sujeto a sujeto, sino también entre sujetos y objetos, a condición, sin embargo, de redefinir el estatuto de lo que recubren esas denominaciones.
En el régimen de la copresencia, cuyos principios nos proponemos despejar, los “objetos” no quedarán, en efecto, reducidos a simples magnitudes intercambiables, cuyo valor se aprecia solamente sobre la base de criterios de orden funcional, fijados por referencia a los programas de acción predefinidos de los sujetos. Los mismos objetos serán aprehendidos ahí, por el contrario, en cuanto realidades materiales ca-paces de hacer inmediatamente sentido gracias a las cualidades sensibles que los “sujetos” podrán descubrir en ellos; pero los sujetos serán también redefinidos desde el punto de vista de su estatuto y de sus competencias, pues se verán dotados en adelante de algo esencial que les faltaba en el régimen de la junción: sencillamente, de un cuerpo, y por lo mismo, de órganos sensoriales. En ese sentido, aquellos que hasta ahora eran, a lo sumo, inteligentes –capaces de conocer, de juzgar, de decidir, de evaluar a distancia y como desde fuera su relación con el mundo y con el otro–, serán además sensibles, es decir, directamente, sensualmente, o en todo caso, sensorialmente receptivos ante las cualidades inherentes a la misma de los “objetos” –gentes y cosas– con los que entrarán en relación.
La mecánica de las operaciones de junción entre actores programados y valores objetivados, va a ser sustituida ahora por la infinita diver-sidad de las formas que puede adoptar esa relación que convendremos en llamar de aquí en adelante (a fin de marcar explícitamente el paso de un régimen a otro) no ya en términos de “junción”, sino en términos de unión: unión entre un ego y su otro, cualquiera que sea la forma que re-vista ocurrencialmente esa alteridad –alter ego–, objeto de arte o de uso cotidiano, o simple fragmento del mundo natural. Pero el paso de uno a otro régimen supone un cambio de perspectiva que es necesario explicitar. Según la problemática de la junción, los sujetos y los objetos son descritos desde el único punto de vista de las posiciones relativas que ocupan sucesivamente a lo largo de sus “recorridos narrativos”: un sujeto puede, por turno, encontrarse separado de su objeto (estado de disjunción), aproximarse o alejarse de él (hacer conjuntivo o disyuntivo), o estar “conjunto” con el objeto, y esto bajo un modo que puede ir, como hemos visto, de la yuxtaposición (S posee O) a la fusión (S absorbe O, o a la inversa), pasando por el uso (S se sirve de O). La problemática de la unión es totalmente distinta en lo que concierne no tanto a los estados juntivos sucesivos como a lo que pasa entre los actantes, o mejor aún, a lo que pasa, estésicamente y a cada instante, de uno a otro, cualquiera que sea su estado de junción momentánea. Porque, disjuntos o conjuntos, los actantes interactúan entre sí por el solo hecho de su copresencia, sea inmediata o más o menos a distancia, desde el momento en que uno de ellos, por lo menos, está en condiciones de sentir estésicamente al otro, de experimentar en sí mismo la manera de estar en el mundo del otro.
Contrariamente a lo que corre el riesgo de sugerir el término, la “unión” no es un estado –ni un estado de conjunción de cierto tipo, ni, menos aún, un estado de fusión–. Es un modo de interacción (y, por lo mismo, de construcción de sentido), condicionado por la sola copresencia de los actantes, por la sola posibilidad material de una relación sensible entre ellos. Recubre configuraciones muy diversas, pero que tienen todas en común el hecho de articularse por medio de contactos estésicos, a favor de los cuales dos o más unidades, inicialmente propuestas como distintas, llegan, ajustándose entre sí (unilateralmente o recíprocamente), a constituir en conjunto, al menos por cierto tiempo, una entidad compleja nueva, una totalidad inédita. En ese sentido, las presentes proposiciones constituyen al mismo tiempo una prolongación de las reflexiones esbozadas en los años setenta sobre la constitución de los actantes colectivos, y una renovación radical de dicha reflexión, por el hecho de que integramos ahora en ella la dimensión, entonces ignorada, de las relaciones sensibles entre actantes3. En términos de grados de intimidad entre protagonistas, se podría decir que la unión es bastante menos que la conjunción-fusión: pues no anula las identidades respectivas, sino que, a la inversa, las mantiene en su propia autonomía y tiende incluso con frecuencia a exaltarlas, poniéndolas en comunicación. Y al mismo tiempo, sin embargo, es también mucho más que la conjunción-posesión (o apropiación), en el sentido en que deja lugar entre “partenaires” para un tipo de relaciones que podemos caracterizar provisionalmente como pertenecientes al orden de la influencia, recíproca con frecuencia, o al de una participación mutua. Sin tener nada de necesariamente místico, un modo semejante de relación va mucho más allá de las relaciones superficiales de promiscuidad (más que de verdadera proximidad) y de dominación unilateral que recubre casi siempre la noción de conjunción4.
Tomemos aquí de nuevo el ejemplo del objeto alimento. A primera vista, la gramática de las relaciones posibles con ese tipo de objetos se reduce a una alternativa de tipo juntivo que no podría ser ni más simple ni más categórica: o bien el sujeto está disjunto del objeto de valor, y entonces se dice que tiene hambre, o bien la conjunción ya ha tenido lugar, en cuyo caso podemos suponer, por el contrario, que está saciado, más o menos, por supuesto. Antes de la conjunción-consunción, el objeto tenía una existencia autónoma manifestada por una forma, y propiedades físico-químicas que evidentemente ha perdido para siempre por efecto de la masticación, primero, y, luego, de la digestión: en la óptica de la junción, la comida constituye sin lugar a dudas una auténtica catástrofe para el objeto; para el sujeto, en cambio, puede ser un pequeño milagro, pero igualmente puntual. De hecho, antes de la consunción, no conocía –no verdaderamente– el objeto (a no ser de oídas o por reminiscencia), y solamente comiéndolo descubre –comprueba– exactamente el sabor. Y en el mejor de los casos, es decir, aun suponiendo que ese sabor le guste, una vez pasado el “deslumbramiento”, correrá grave riesgo, siempre desde la óptica juntiva, de que no le quede más que “un resabio de la imperfección”5. Porque en ese régimen, el sujeto y el objeto solo entran en comunicación en el instante mismo en que uno toma posesión del otro. Antes, eran absolutamente impermeables uno a otro, y después, uno de los dos desaparece, fundido en el otro.
En el régimen de la unión, las identidades son concebidas, por el contrario, como fundamentalmente permeables unas a otras y como capaces de comunicarse entre sí de modo no discontinuo. Y eso hasta los casos límite como el del alimento. Recordemos a este propósito el bello pasaje de la Fisiología del gusto, de Brillat-Savarin, sobre la fritura, páginas revaloradas antaño por Barthes y más recientemente escrutadas con mirada de semiótico por Gianfranco Marrone6.
Lo que surge de esa superposición de comentarios es que una fritura no es solamente un objeto de consunción con el que un gourmet se “conjuntará” puntualmente en su momento, una vez que el plato esté debidamente preparado y extraído de su más allá mítico (la cocina). De hecho, la fritura es a la vez por lo menos dos cosas que, al darse a sentir una y otra, tienen el poder de actuar mucho más allá del momento mismo de la ingestión.
Es ante todo una consistencia específica del alimento, consistencia que el gourmet experimenta sinestésicamente (porque además del gusto y del olfato, compromete también cierta cualidad auditiva y táctil, lo crujiente), antes incluso de hacerlo crujir. Y es también, más ampliamente, una verdadera disposición general del cuerpo y del espíritu, casi una manera de estar-en-el-mundo.
A este propósito hay que distinguir aquí entre el que simplemente come y el gourmet. El primero, que se limita, si nos atrevemos a decirlo, a la alternancia de los momentos de relleno y de vaciado de su cuerpo, solo tiene una relación funcional y puntual con el alimento: su visión de las cosas es exactamente de tipo a la vez juntivo, cuantitativo y hasta tensivo (dado que, desde el ayuno a la indigestión, todos los grados de la “junción” pueden entrar en consideración). El gourmet mantiene, en cambio, con lo que come, con lo que cocina, y hasta con aquello de lo que habla con otros en términos de gastronomía, una relación cualitativa modulada aspectualmente, en la que se integra la duración, y estésicamente cargada de contenidos que se intercambian en pie de igualdad, por decirlo así, entre él, sujeto, y una materia-objeto elevada a la dignidad de un casi-sujeto. Brevemente, comer representa para él una experiencia total, casi en el mismo sentido en que se habla de “hecho social total”.
Así, pues, pasar del régimen juntivo al régimen de la unión no consiste solamente en abandonar el universo de las relaciones categoriales y entrar en un campo de relaciones aspectualizadas (y por consiguiente “tensivas”); es también, y a nuestro modo de ver, sobre todo, pasar de la función a la experiencia, es decir, de una visión económica a una concepción existencial de la vida7. Es, en todo caso, situarse en un plano dentro del cual las entidades van a poder comunicarse entre sí e interactuar mediante algo que hay que concebir como una relación generalizada entre los cuerpos, cuerpos-objetos con sus consistencias propias y con el conjunto de sus cualidades sensibles, y cuerpos-sujetos capaces de sentir esas cualidades y de probarse [experimentarse] a sí mismos con su contacto.