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Palabras iniciales por Daniel Balmaceda Escritor

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Nuestro país se construyó a partir de las oleadas migratorias, pero la que más peso tuvo fue la que abarcó las décadas de 1880 a 1930. Fue de tal magnitud que la población argentina quedó diluida en medio del alud de italianos, españoles, franceses, polacos y tantas otras nacionalidades. A partir de aquella inserción, nos cambió la forma de hablar, la tonada, las comidas, las costumbres en general. Hoy nosotros nos reconocemos más en el estilo de vida de ellos que, por ejemplo, en los antepasados de 1810.

Por otra parte, es muy interesante ver que el inmigrante llegaba con objetivos muy claros y un proyecto en donde el amor, por lo general, no formaba parte de sus prioridades. Venía a conseguir un trabajo, a deshacerse a veces de un pasado, a forjar una vida diferente y también a buscar un futuro mejor para sus seres queridos. El amor no estaba en la lista de deseos, pero por supuesto llegaba, en muchos casos, en forma inesperada. También debemos sumar las historias de amor que se iniciaban en otras partes del mundo y terminaban de afirmarse o concretarse en la Argentina.

Si pensamos la inmigración así, como un concepto abstracto, de estudio amplio y general, se pierden de vista aquellas pequeñas historias que fueron tejiéndose y que configuraron lo que hoy es la familia argentina.

El trabajo de Diana Arias, a partir de la investigación, podría haber derivado en una elegante historia de familias. Pero no es así. Porque encontró una mirada inteligente y emotiva, en donde personas que estaban demasiado lejos de nuestro alcance de conocimiento cobran vida y nos generan mucha empatía.

Luego de avanzar sobre el texto, nos sentimos más familiarizados con ellas y, a la vez, entendemos con más claridad por qué el amor es un condimento fundamental que, en muchos casos, les dio la fuerza para seguir adelante. Son historias en las que un abrazo era la más deseada compensación para una dura jornada.

El inmigrante venía a inculcarnos la cultura del trabajo, algo que todavía en ese momento no teníamos muy aceitado. En ese entorno de sacrificio, de pocas distracciones, de mucho empeño y esperanza surgían afinidades que terminaban potenciando el deseo de construir un mundo mejor.

Es probable que cada uno se identifique más con alguna historia que con otra. El abanico es amplio y ese es otro de sus valores. Al repasar los capítulos, se siente la cercanía, la empatía. Eso es un mérito de la narradora. Nos reúne a través del tiempo con los protagonistas y, a medida que vamos conociendo sus pasos, sentimos el deseo de alentarlos para que nos regalen un final feliz.

Diana, la eterna cazadora, esta vez se convirtió en Cupido literario de aquellas parejas. Debemos agradecerle su aporte a la historia del amor en la Argentina.

Amores inmigrantes

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