Читать книгу A través de un mar de estrellas - Diana Peterfreund - Страница 10
Capítulo 4
ОглавлениеLa seda cálida le acariciaba la mejilla y la luz solar moteaba de tonos corales el interior de sus párpados. Persis fue despertándose poco a poco. Sentía los miembros como si fuesen algas mojadas y el cuerpo le dolía como si hubiese nadado kilómetros. El delicado balanceo de la hamaca era su único consuelo. Intentó abrir los ojos y un puñal de dolor le rebanó las sienes.
Los recuerdos inundaron la herida. La misión. Los tempogenes. Los jóvenes galatienses del muelle. El que había dicho que se llamaba…
Ignorando el dolor, Persis se obligó a abrir los ojos. Justen Helo. Había estado demasiado intoxicada en el barco como para cuestionar las razones del galatiense. Demasiado intoxicada, incluso, como para hallar la forma de negarle que viajara con ellas en el barco después de haberla ayudado.
Andrine tendría que haber sido más sensata y no haber permitido que un desconocido navegara con ellas, aunque su apellido fuese Helo. Persis debía de haber estado realmente enferma como para que su amiga asumiese tal riesgo. Por lo menos, Andrine la había llevado de vuelta a casa, a Centelleos. ¿Pero qué habría sido de Justen Helo?
Hubo un suave gorjeo, acompañado del sonido de unas zarpas contra el lustroso parquet de bambú. Notó un tirón en las sábanas de seda junto a sus piernas; entonces, sintió el familiar peso y calor de Slipstream contoneándose a medida que subía por su cuerpo y se enroscaba en sus brazos. Sus bigotes le hicieron cosquillas y ocultó sus facciones de nutria en la cara interna de su codo. Pestañeó hacia ella con sus enormes y redondos ojos llenos de preocupación.
—No pasa nada, Slippy. Ya estoy en casa —susurró.
—Y despierta —señaló una voz al otro lado de los pliegues de su cama. Persis aferró con fuerza a Slipstream—. Antes de lo que me esperaba. Debe de tener una constitución fantástica.
Persis se sentó con esfuerzo. El visón marino se acurrucó contra ella con su pelaje de terciopelo seco y cálido por el sol, lo que significaba que aún no había ido de pesca esa mañana. Justen Helo estaba de pie junto a los escalones que conducían al jardín y era poco más que una mancha negra contra el sol. Su biombo de privacidad no estaba desplegado, lo que le permitía contar con una fantástica vista panorámica de los acantilados de Centelleos que se alzaban más allá del jardín. Aunque se había despertado con aquel paisaje casi todos los días de su vida, en ese momento, Persis palideció. No necesitaba que un revolucionario galatiense (en especial Justen Helo) fuese testigo de la opulencia de su dormitorio.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó, detestando el modo en que la voz se le quebraba al hablar. Persis intentó acordarse de lo que sabía de él, pero lo único que le vino a la mente fue el recuerdo vago de una historia en la que sus padres habían fallecido cuando era niño en un levantamiento nor. Aquello había dejado huérfanos a Justen y a su hermana.
Era evidente que había crecido desde entonces.
—Todo el día y toda la noche —respondió con un tono que seguía siendo formal, de médico.
Lo que significaba que ya había estado un día entero en Centelleos. ¿Cómo iba a explicárselo a sus padres? Su padre había prohibido las visitas para que nadie pudiese ver a su madre sufrir uno de sus episodios. Andrine sabía que ya no podía subir nadie a su casa, ni siquiera ella, aunque no conocía el motivo. ¿En qué había estado pensando su amiga al dejar allí a Justen?
Probablemente, en que nadie en Nueva Pacífica negaría hospitalidad a un Helo.
—¿Siente dolor? —preguntó; de alguna manera, su tono estaba impregnado de preocupación y mandato. Tal vez, Andrine no había tenido elección al dejarlo allí. Justen había insistido en atenderla en el barco. Quizás el médico (¡un médico Helo!, seguía atónita) pensaba que su deber no había llegado a su fin.
—No tanto como probablemente debería —replicó—. Tenía entendido que la intoxicación por tempogenes era más severa—. Tero le había comido el coco sobre el tema antes de entregarle los fármacos que había confeccionado.
Tendría que haberse pasado menos tiempo sermoneando y más tiempo codificando.
—Generalmente, lo es —afirmó Justen mientras se acercaba. El galatiense era de complexión esbelta, con un cabello oscuro natural muy corto, a la moda revolucionaria. Unos prominentes pómulos afilados como puntas de lanza le otorgaban a su rostro un aire grave y severo, o tal vez era el modo en que la atravesaba con la mirada por debajo de sus puntiagudas cejas negras. Habría resultado atractivo si hubiese esbozado una sonrisa. Sus ojos eran muy oscuros y sagaces, y la expresión de su semblante le recordaron a Persis a las imágenes que había visto de su famosa abuela. Colocó la palma de la mano en la frente de ella. Estaba fría y seca. No llevaba cubremuñecas. No tenía palmport. Tenía las uñas cortas y limpias, aunque sin esmaltar—. Pero se me da bien mi trabajo. La pillé a tiempo.
Persis tragó con la boca seca. ¿La pillé?
—La próxima vez que se vaya de fiesta a Galatea, lady Blake, le sugiero que se ciña a drogas menos peligrosas que los tempogenes. Y no solo por el riesgo de intoxicación. Si la descomposición de un tempogén no está codificada adecuadamente, se corre el riesgo de acabar con el código implantado para siempre.
Ella asintió y, después, movió las piernas con cuidado hacia un lado de la hamaca. De fiesta. Entonces, estaba a salvo; y agradecida de haber contado con la lucidez necesaria, incluso en mitad de una intoxicación por tempogenes, para elaborar una excusa creíble que justificara su condición. Si Justen pensaba que se había envejecido de más accidentalmente, no era probable que la relacionara con la vieja que acababa de liberar a una familia entera de niños sitiados.
Aunque eso le diera motivos para encontrarla despreciable.
Tero Finch era hombre muerto. No veía el momento de ponerle las manos encima al joven gengeniero; siempre y cuando quedase algo de él una vez se las hubiese visto con su hermana Andrine, claro. La sorprendía que no estuviese notando los temblores de la erupción que debía de estar teniendo lugar en la casa Finch, abajo, en el pueblo. ¿Código erróneo? Le daban ganas de enviar un aleteo mordaz a los antiguos instructores del muchacho. Y ya no volvería a dejarle experimentar con el código de Slipstream cuando le viniese en gana. Su mascota era un visón marino, no una cobaya.
Al apoyar el peso de su cuerpo sobre sus piernas doloridas, Justen giró la cabeza a un lado con una expresión que Persis reconoció por las enfermeras de su madre. Era el gesto de un médico cuya intención era la de otorgar algo de privacidad a su paciente. Justen Helo, el médico. Un Helo. En su dormitorio.
Persis tiró de la fina seda verde azulada hasta cubrirse los muslos y se puso en pie. Slipstream se deslizó de su regazo y aterrizó, ligero como un gato, en el suelo. La pintura que había utilizado en su cabello para el disfraz de anciana había sido lavada, pero aún tenía que comprobar si los tempogenes habían dejado algún daño permanente en su cara.
¡Qué noticia tan jugosa para la corte albiana! Lady Persis Blake, desfigurada en un desacertado viaje de placer a Galatea. En serio, mataría a Tero si ese era el caso.
Pero había algo que Persis necesitaba más que ver su reflejo, necesitaba averiguar qué había pasado con el cargamento de la Amapola Silvestre. En cuanto entró en el baño y colocó el biombo de privacidad, cerró los ojos a causa del dolor que seguía palpitándole en el cráneo y se concentró en formar una aleteonota.
Lo siguiente que supo es que estaba tumbada sobre el liso suelo de ónix y que sus células suplicaban misericordia.
Por encima de ella, la voz de Justen sonaba nebulosa, distante:
—Arista idiota—. Notó un pinchazo en el brazo y el dolor se desvaneció. Persis pestañeó hasta que su vista se aclaró.
—Oiga —comenzó—, escúcheme—. Agitó la mano izquierda de la propia Persis delante de sus ojos. Estaba flácida, laxa en su muñeca; el reluciente disco dorado del palmport se mostraba borroso contra su piel—. No puede usar esta cosa hasta que se haya recuperado completamente, ¿me entiende?
Persis se encogió de vergüenza. Había ignorado la advertencia de Isla, pero la princesa había estado en lo correcto. Los tempogenes eran una mala idea. Dejando a un lado lo que la droga le podría haber ocasionado en la cara, parecía que también la había vuelto estúpida. Sabía de los requisitos de energía que precisaba un palmport y había sido consciente de que no los reunía en aquel momento. Forzó su mejor cara de «Persis Bobalicona» y soltó una risita.
—Necesito usar mi mano, bobo.
Él le soltó la mano como si fuese pescado podrido y salió airado del baño, murmurando entre gruñidos lo que a Persis le pareció «inútil».
Bien. Tenía que dar la impresión de inútil. Era evidente que había comenzado con buen pie convenciendo a Justen Helo.
Poniéndose en pie de un empujón, volvió a cerrar el biombo y tiró de la palanca de su bañera. Un torrente de agua mineral caliente cayó en la bañera de respaldo alto, y Persis se desprendió de sus ropas para deslizarse en el agua con olor a azufre. No se molestó en utilizar perfumes. La pared de obsidiana por encima de la bañera estaba pulida; en el lustre, contempló su reflejo. Tenía bolsas en los ojos, que estaban inyectados en sangre, aunque aquello probablemente era por la intoxicación, y no por efectos duraderos del tempogén.
—Por cierto —expresó la voz de Justen desde el otro lado—, su amiga me dio un mensaje para usted. La del pelo azul. —Su tono de voz estaba impregnado de desdén—. Ha llevado los paquetes derechos a su costurera.
Más buenas noticias. Persis se dejó caer en la bañera, permitiéndose una sonrisita al pensar que estaba llamando costurera a la médica de la liga, Noemí. Iba a enfadarse de verdad, pero sabría qué hacer para ayudar a los niños. Echó la cabeza hacia atrás a medida que el calor impregnaba sus doloridos músculos.
—Gracias.
Gracias, Justen Helo. Persis se cubrió el rostro con las manos y gimió. Toda su vida se había imaginado cómo sería conocer a un miembro de aquella famosa familia, tal vez, cuando asistiese con Isla a una de las fiestas de la reina Gala. Pero ese momento nunca había llegado. En su lugar, esto era lo que había sucedido: Justen Helo le había salvado la vida y ella le había vomitado en los zapatos. Adiós a la elegante y encantadora lady Persis Blake.
Al otro lado del biombo, hubo silencio durante varios minutos, los suficientes como para que Persis considerara volver a dormirse. Pero Justen no podía dejarla en paz un rato.
—¿Lady Blake? ¿Tiene intención de quedarse ahí mucho tiempo?
—¿Estoy retrasándole para una cita, Ciudadano Helo? —Sabía que los criados de Centelleos habrían satisfecho todas las necesidades de Justen, no solo porque era su invitado, sino por su famoso apellido. Los nores harían cualquier cosa por un descendiente de los Helo. Seguro que Justen era considerado un ciudadano modelo en su propia nación.
Y, por eso, permitir que se paseara por ahí sin vigilancia no era una buena idea. Con un gruñido, Persis se obligó a enderezarse hasta quedar sentada en la cálida y reconfortante agua. Ya pondría los huesos en remojo más tarde. Ahora debía tratar con el revolucionario galatiense de su dormitorio.
Tecleó unas instrucciones en su bañera y en seguida obtuvo un torrente de agua con aroma a plumeria. Limpia y perfumada, emergió del agua, se secó y se envolvió en un kimono azul intenso que la cubría desde el cuello hasta los pies. Adecuadamente lista, salió del baño solo para encontrarse con un espacio vacío. Miró a su alrededor, confusa, y vió a Justen en el jardín, junto a una mesa preparada con un desayuno para dos. Estaba de rodillas sobre el resplandeciente césped exquisitamente cuidado, mientras Slipstream se alzaba sobre sus patas traseras con el cuello estirado, suplicando que le diera el trozo de tarta de manguaba que Justen sostenía por encima del reluciente hocico negro.
—Sabe mantener en equilibrio comida en su hocico, por si quiere probarlo —comentó desde los escalones, entrecerrando los ojos cuando el sol le dio de lleno en la cara.
Justen hizo una prueba y se sentó sobre sus talones, impresionado.
—Tiene usted una mascota muy bien entrenada.
—Para eso mi padre pagó a los gengenieros. —Persis miró al visón marino—. ¡Slippy, ya! —Slipstream volteó el trozo de tarta con el morro y lo atrapó en el aire mientras Persis descendía los escalones hasta llegar a la suave tierra del jardín—. ¿Había visto alguna vez un visón marino?
—En Galatea no utilizamos la gengeniería para mascotas —replicó Justen, poniéndose en pie—. Solo para ganado, animales guardianes… cosas así.
Cosas como mini orcas a las que alimentar con enemigos. Pero en ese momento no iba a darle vueltas a aquello. No cuando Justen había tenido la amabilidad de salvarle la vida. No cuando tenía que esforzarse en hacerle creer que era una mujer superficial de la alta sociedad.
—Slipstream es una bestia guardiana excelente —repuso, mientras el animal se apresuraba hasta su costado—. No me han robado el yate ni una sola vez. —Una sirvienta había colocado en la mesa un desayuno que no estaría lista para abordar hasta que el tsunami de su estómago remitiese. En su lugar, se sirvió una taza de té de jazmín y se hundió en la silla acolchada—. Y dígame, Ciudadano Helo, ¿está disfrutando de mi hacienda?
—Justen mejor, lady Blake.
Ella le sonrió por encima de la taza.
—Y a mí Persis. Al fin y al cabo, ahora somos buenos amigos, ya que has pasado la noche en mi casa.
Él desvió la mirada con un parpadeo y la sonrisa de Persis se ensanchó. A pesar de todo, respondía a sus coqueteos. Puede que fuera apuesto, famoso e inteligente, pero ella era Persis Blake.
—Y dime, ¿qué te trae por Albión… Justen?
—Unas simples vacaciones. —Se encogió de hombros, pero seguía sin devolverle la mirada—. Tú fuiste de visita a mi país por diversión.
—No me puedo imaginar por qué querrías marcharte de Galatea cuando todo os está yendo tan bien en casa. —Persis cruzó las piernas, dejando que la seda de su bata se le separara en las rodillas, al tiempo que Justen trataba de ignorar la imagen y se concentraba en la tetera. El galatiense estaba ocultando algo.
Justen se sirvió su propia taza de té, tras lo cual tomó un largo sorbo. Después de un instante, volvió a mirar a Persis.
—No, realmente no. Un verdadero patriota de mi país no disfrutaría de la violencia que está teniendo lugar actualmente. Soy nor, soy un Helo, pero no apruebo lo que están haciendo con los aristos galatienses.
Sus palabras laa golpearon con fuerza. Persis tragó y luchó contra el deseo de cerrar su bata firmemente. A lo mejor, no era que estuviera escondiendo algo, sino que estaba seriamente afectado por los horrores de Galatea.
—Me alegra oír eso —consiguió pronunciar.
—No me sentiría cómodo aceptando la hospitalidad de una arista sin expresar las objeciones que tengo contra las tácticas de mi gobierno.
Persis deseaba preguntarle la razón por la que, siendo un Helo, no se valía de su influencia para detener aquello. ¿Por qué no luchaba por ayudar a sus paisanos, del mismo modo en que su abuela lo había hecho al inventar la cura? Ella estaba luchando. ¿Qué detenía al resto del mundo?
Pero ese ya no era el tipo de cuestión que Persis Blake le planteaba a nadie. No la Persis Blake que se pasaba la mitad del año convenciendo a todo el mundo de que tenía la cabeza vacía, que solo era ornamental, y de que era absolutamente indispensable en la reluciente corte de la princesa Isla. Esa clase de preguntas se las reservaba exclusivamente a la Amapola Silvestre aquellos días, y la Amapola Silvestre estaba fuera de servicio; al menos, hasta que se recuperara del error de Tero.
—¿Qué te gustaría hacer mientras estés aquí? —preguntó en su lugar—. Debo decir que has caído en excelentes manos, aunque puede que no lo creas después de lo de ayer. Soy bastante popular en la corte. Estoy segura de que podría conseguirte una invitación para una fiesta. —Lo cierto era que toda la corte, aristos y nores por igual, se quedaría embobada al ver a un Helo. Llevarlo con ella solo afianzaría su rango en la corte.
Pero, de alguna manera, le costaba imaginarse a Justen disfrutando de todo aquello.
—Eso me gustaría, gracias —replicó, sorprendiéndola—. ¿Conoces a la princesa Isla?
¿Qué creía que significaba «popular en la corte»?
—Soy su dama de compañía principal.
Justen tenía una expresión de desconcierto.
—¿Cómo una doncella?
Persis sonrió con indulgencia.
—Para la realeza, es la forma de decir: «Es una de mis mejores amigas».
Justen pestañeó.
—¿En serio? Ah… Estupendo. Porque he venido a Albión para conocerla.
¿Era decepción eso que no podía ocultar completamente? ¿Por qué estaría decepcionado de haber dado con una arista tan bien relacionada? ¿Y qué quería de Isla? Persis entrecerró los ojos. Aquello precisaba de un análisis más profundo.
Al igual que Justen Helo.
Para cuando la arista terminó de arreglarse el cabello, la ropa y el maquillaje, Justen ya había disfrutado de todos los trucos de salón que el roedor de gengeniería era capaz de hacer y había paseado alrededor de los terrenos de la enorme hacienda dos veces. No se podía negar que el lugar era tan hermoso como la muchacha que vivía allí. Situada en lo alto de un precipicio, en el extremo más meridional de la península oeste de Albión, la casa tenía el aspecto de una flor en el acantilado, floreciendo entre los tonos marrones y negros de la tierra. La mayor parte de las habitaciones estaban abiertas al aire marino, únicamente cubiertas con tejados en forma de pétalos, sujetos por finas columnas translúcidas de ónice y cristal. Justen podía ver hendiduras en las paredes externas, que explicaban cómo protegían el interior durante la estación lluviosa: cerrando las gruesas cortinas.
El agua los rodeaba por tres sitios, extensa y resplandeciente bajo el cielo soleado. Desde ahí arriba, apenas se podía oír el oleaje, y el intenso olor del agua había disminuido hasta convertirse en una simple brisa salina. Justen se detuvo en el borde del acantilado oeste y contempló la inmensidad del océano. Hubo un tiempo, mucho antes de la Reducción y de las guerras que habían destrozado el mismo corazón del mundo, en que habían existido otras tierras, otras personas. Gente que vivía y respiraba en democracias, gente que había logrado sus objetivos sin derramar una gota de sangre. Los galatienses habían fracasado en eso. Justen había fracasado.
Lo único que había querido desde siempre era ayudar a la gente, como había hecho su abuela. Y, entonces, cuando las cosas se habían puesto muy feas, no había tenido otra elección que la de escapar; y el único lugar que quedaba para huir era Albión. Esperaba obtener la misericordia de la monarca.
Eso si Persis Blake acababa de arreglarse de una vez.
Allá adonde fuera, sentía sobre él los ojos de los criados de la hacienda. Terminó cansándose de sus serviciales intentos de llevarle cosas: aperitivos, perfumes, o ropa para cambiarse de colores monstruosamente llamativos. Pero lo que más odiaba era el modo en que todos y cada uno de ellos lo llamaban Ciudadano Helo. Probablemente lo consideraban una señal de respeto, o incluso de apoyo a la revolución galatiense, pero eso solo lo hacía sentirse aún peor.
—Ciudadano Helo, solo quería un segundo de su tiempo para darle las gracias (para darle las gracias a su familia) por su regalo al mundo.
—Ciudadano Helo, mis padres volvieron a nacer gracias a la cura. Que Dios lo bendiga a usted y a los suyos.
—Odio importunarlo, Ciudadano Helo, pero jamás me lo perdonaré si no lo digo. Es un honor estar en presencia de un descendiente de Persistence Helo. Todos aquí, en Centelleos, nos sentimos abrumados. ¿Desea que le traiga algo?
Este último le implantó una idea en la cabeza, así que lo detuvo; era un mayordomo de cabello azul.
—Discúlpeme, pero la señora de la casa…
—¿Lady Heloise Blake? Ni ella, ni lord Blake se encuentran aquí en estos momentos. —El sirviente lo miró—. Ah, se refiere a Persis.
Pero Justen ya había obtenido la información que necesitaba. Cerró la boca de golpe. Heloise. Persis. Tendría que haberse dado cuenta antes. Los nombres no eran una coincidencia. Pero, entonces, ¿por qué los conservaban las aristas?
—¿Ciudadano? —llamó el sirviente.
Justen sacudió la cabeza.
—Solo me preguntaba cuánto tiempo le falta todavía.
El hombre mayor rio.
—Sí, a nuestra chica le gusta la ropa. Parece ser lo único en lo que piensa estos días.
Nuestra chica. Justen empezó a examinar la hacienda con nuevos ojos. Había estado demasiado preocupado por el bienestar de su paciente cuando habían llegado el día anterior por la tarde y, durante la noche y la mañana, había estado ocupado intentando trazar un plan de futuro, pero ahora finalmente estaba comenzando a apreciar los detalles de aquella hacienda arista. El pequeño pueblo de pescadores situado en la base de los acantilados estaba lleno de casas pulcras y bien cuidadas, en lugar de las chozas destartaladas que se veían a menudo en las plantaciones de Galatea. Niños felices y rechonchos correteaban por el césped de la propia hacienda. Los sirvientes prácticamente silbaban mientras trabajaban. ¿Eran las cosas tan diferentes en Albión?
Sabía que el fin de la Reducción se había tratado de manera distinta en las dos naciones de Nueva Pacífica. En Albión, se habían impulsado leyes de salario justo y de educación obligatoria para nores. Hacía más de una generación que había representantes nores en el Consejo Real. Pero eso no podría haber logrado cambiar tanto las cosas, ¿verdad? Como había dicho su tío Damos, aún tenían un rey que tomaba las decisiones. A uno sólo le hacía falta ver el modo en que trataban a las mujeres en Albión, y la manera en que aristas como Persis llevaban vidas decadentes e inútiles como para ver lo podrido que debía de estar el sistema.
Aunque esos nombres… había algo raro en Centelleos.
—¿Listo para marcharnos? —pronunció una voz detrás de él. Se dio la vuelta para encontrarse a Persis ataviada con un sari del color de la puesta de sol. Tenía joyas que relucían en el dobladillo y en el escote. Su cabello estaba una vez más amontonado por encima de su cabeza, de una manera que era sin duda exageradamente intrincada, pero que a sus ojos era como un nido de águilas. Coronando su peinado, llevaba un ridículo tocado en forma de ave del paraíso que estaba confeccionado exclusivamente con plumas reales. Su piel era luminosa y dorada, y resplandecía con una vitalidad que uno no hubiese pensado posible en una muchacha que hacía tan poco tiempo se había recuperado de una intoxicación por tempogenes. Sus ojos claros estaban perfilados con kohl, y sus amplias mejillas y labios gruesos eran del mismo tono rosa brillante. Posiblemente, una buena cantidad de cosméticos albianos había contribuido al aspecto que mostraba su tez.
El visón marino, cuyo pelaje rojo brillante resaltaba gracias a un collar enjoyado de coral, jugueteaba a sus pies.
La arista frunció el ceño en su dirección mientras analizaba su cuerpo con la mirada, repasando sus sencillos pantalones y camisa de color negro.
—Ah, veo que no te has cambiado.
—¿De dónde sale tu nombre? —soltó.
Los ojos de Persis regresaron a sus facciones de golpe.
—¿De dónde crees tú?
—De mi abuela.
—Bueno —expresó, ladeando la cabeza de modo que las plumas le ondearon—, veo que, por lo menos, has heredado parte de su inteligencia.
—Tu madre…
—Es nor, sí —aclaró con tono cortante. ¿Estaba… avergonzada de ello? Justen no podía adivinarlo. Jamás había conocido a una medio arista. No a una legítima, al menos. No a una que guardara amistad con la realeza.
Persis dio un golpecito a su mano izquierda enguantada y, entonces, pareció recordar que seguía recuperándose.
—Bueno, vamos. La corte real de Albión nos espera.
Y Justen se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué esperar.