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LA CASA DE LA NONA

Haciendo caso omiso a las reiteradas advertencias de mi primer Jefe, Don Sergio Maturana; el hijo del juez y yo trepamos por la ventana trasera del camarín del colegio de la Calle Agua Santa. Impulsivamente, trepamos por la pandereta que nos llevaría a la «Mansión abandonada».

Dentro de la gran casona, el eco de los salones vacíos se nos unía a la aventura y la lámpara de lágrimas, la más grande, majestuosa y preciosa que he visto hasta ahora.

Ella marcaba el centro exacto del salón principal.

En el aire, el olor a abandono evidenciaba que la casa llevaba meses así. Al oriente, las ventanas rotas dejaban entrar el ruido de las micros del recorrido N°23; forzando sus motores diesel al encumbrarse por la pronunciada variante Agua Santa.

De pronto, las sabias advertencias de Sergito se hacían realidad, el peor escenario, lo que no tenía que pasar, pasó; los hermanos llegaron saltando el eterno portón principal; El Huaso y El Rucio Venezián, escopeta en mano, llegaban a defender la casa de su Nona. Comenzaba nuestra carrera, «Corre, corre, todo Chile corre ¡¡CTM corre!!». Saltando por la ventana de la cocina hacia el abandonado y ya oscuro jardín trasero, luego; mi iniciación, bautismo, tesis y graduación en el Parkour me llevó de techo en techo hasta la calle Walker, corrí como nunca, test de Cooper y Copa Hop-Hop al unísono. De mi partner no supe hasta el día siguiente, solo supe que habíamos zafado de los escopetazos gracias a nuestro profundo conocimientos de la techumbre, panderetísmo y logística en distribución de los cité Guayacanenses, en 47 segundos, literalmente, 47 segundos, estaba dentro de mi cama leyendo «Juan Salvador Gaviota» para que no me mandaran a comprar parafina. 60 meses después, el destino hizo de las suyas; la primera mañana de Marzo, El Huaso figuraba en mi sala de clases como el más viejo de los nuevos compañeros de curso. Yo lo recordaba perfectamente, pero él no sabía que estaba frente al veloz e intrépido escapista. A los pocos días me armé de valor y le pregunté si recordaba ese episodio; él solamente se reía a carcajadas, «Como olvidar, al par de flacuchentos corriendo como gallinas aterradas, escapando de un rifle de juguete, jajá, par de pendejos ridículos, gritaban como pajarracos» Hasta el día de hoy somos grandes amigos, y nos reímos de esta y otras historias. La casa, fue demolida para dar paso un feo edificio, que esconde en sus cimientos, una macabra y triste historia.

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