Читать книгу Factbook. El libro de los hechos - Diego Sánchez Aguilar - Страница 8
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Оглавление–A ver, en realidad, si queremos una definición no burocrática de nuestro trabajo, podría decirse que lo que hacemos en realidad es inventar historias. Los llamamos “informes”, pero son historias, trabajamos como novelistas.
–Sí, bueno, eso es cierto, trabajamos con hechos. Intentamos dar sentido a unos hechos. Pero si queremos ser precisos, no convencionales, y para eso estamos ahora aquí, ¿no es así?, parece que trabajamos con hechos, pero trabajamos con datos, con palabras. Con palabras tratadas como datos.
–Esa es una buena pregunta. Aquí, uno se plantea esa diferencia: qué es un hecho, qué es un dato, qué es un símbolo. El toro de Osborne, por ejemplo, la prioridad absoluta que se nos ha marcado ahora. Qué es ese toro. Todos los mensajes alrededor de ese toro, todas las conversaciones, todos los comentarios que ese toro ha generado. En ese mundo de palabras trabajamos. En las palabras y en los silencios.
–Sí, sí, también los silencios. También evaluamos los silencios que rodean a las palabras. Hay casillas para esos silencios, hay categorías. Luego le enseñaré alguno de los modelos.
–Pero lo importante, creo, es que, en realidad, no sabemos si estamos inventando lo que escribimos, esos informes. Es curiosa la palabra informe, su ambigüedad, su polisemia. Algo que no tiene forma, cuando lo que hacemos es buscarla a toda costa. A veces soñamos con la forma definitiva. Es algo que nos pasa a todos. Los millones de palabras que han pasado de la pantalla a nuestros ojos a lo largo del día se organizan mientras dormimos y construyen una catedral del sentido, en la que todo encaja sin fisuras.
–Sí, bueno, perdone por la metáfora. La catedral, así la llamo yo, tal vez otros compañeros usen otra metáfora. Pero todos le podrán contar algo similar. Una metáfora que se refiera a la forma. En cualquier caso, nos despertamos entonces con esa sensación de revelación y de plenitud que dura buena parte de la mañana. Puede saberse, por las mañanas, cuando nos cruzamos en la máquina de café, quién ha tenido El Sueño, porque todavía tiene ese gesto de desconcierto, todavía queda en sus ojos un rastro de desorientación: es una mirada que no termina de ubicar bien las distancias, la medida de las cosas, que mira sin ver lo que tiene delante. Una mirada monosilábica, en la que la decepción se va instalando en forma de nube de silencio, que dura varias horas.
–Sí, justo en eso trabajamos. Leemos miles de teorías conspiranoicas a lo largo de nuestra vida laboral. Los conspiranoicos a los que espiamos tienen esa misma mirada, estamos seguros.
–¿He dicho espiar? Borre eso, por favor. Quería decir observar, proteger…
–Sí, claro, sin duda. También nosotros usamos el pensamiento conspiranoico: seguimos palabras clave, ordenamos señales convencidos de que ahí fuera están conspirando contra el Sistema, están preparando atentados, revoluciones. La esencia de nuestro trabajo es la paranoia y la conspiración.
–No. Con los del toro de Osborne y con Factbook nunca llegué a tener nada realmente claro. Sí que tuve sueños. Pero nunca El Sueño.
–Porque no encontré en ningún momento las típicas características del pensamiento conspiranoico mientras leía sus mensajes. Había todo el tiempo un bloqueo, una especie de vacío que hacía que los datos permanecieran solo como datos. Se negaban a ser ordenados. No eran conspiranoicos. Eran totalmente distintos a todos los que habíamos investigado antes.
–Sí, absolutamente. Todos son sospechosos. El mundo está lleno de potenciales terroristas, enemigos que tal vez todavía no saben que lo son. Tenemos que anticiparnos. A veces creo que somos nosotros quienes los creamos, los que les damos el empujón que necesitaban para pasar a la acción. Y un día despiertan con la policía en su casa y fingen no saber lo que está pasando.
–Yo creo que no. Estoy casi seguro de que hay quien no lo sabe. Por eso decía que no los espiamos, los protegemos.
–Sí, de ellos mismos, en cierto modo.
–No, no es cinismo. Lo creo sinceramente.