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CAPÍTULO CINCO
Оглавление15:45 Hora del Este
Condado de Queen Anne, Maryland
Orilla Oriental de la Bahía de Chesapeake
—Llegas temprano.
Luke miró a su suegra, Audrey, tomándose su tiempo, absorbiéndola. Tenía los ojos hundidos, con los iris tan oscuros que parecían casi negros. Tenía una nariz afilada, como un pico, los huesos pequeños y un cuerpo delgado. Le recordaba a un pájaro: un cuervo, o tal vez un buitre. Y, sin embargo, a su manera, era atractiva.
Tenía unos cincuenta y nueve años bien conservados y Luke sabía que cuando era joven, a finales de la década de los 60, realizó algunos trabajos de modelo para anuncios en periódicos y revistas. Por lo que él sabía, era el único trabajo que había hecho.
Había nacido en una rama de la familia Outerbridge, terratenientes muy ricos de las ciudades de Nueva York y Nueva Jersey, desde antes de que Estados Unidos se convirtiera en un país. Su marido, Lance, provenía de la familia St. John, de los magnates madereros de Nueva Inglaterra, igualmente empoderada.
Por regla general, Audrey St. John desaprobaba el trabajo. No lo entendía, y sobre todo no entendía por qué alguien podría hacer el tipo de trabajo peligroso y sucio que ocupaba el tiempo de Luke Stone. Parecía continuamente asombrada de que su propia hija, Rebecca St. John, se hubiera casado con alguien como Luke.
Audrey y Lance nunca lo habían aceptado como su yerno. Habían sido una influencia tóxica en esta relación, desde mucho antes de que él y Becca intercambiaran sus votos. Su presencia aquí iba a hacer mucho más complicado el hablar con Becca sobre esta última misión.
—Hola, Audrey, —dijo Luke, tratando de sonar alegre.
Acababa de entrar. Se había quitado la corbata y se había desabrochado los dos primeros botones de su camisa, pero hasta ahora ese era su único gesto de estar en casa. Metió la mano en el frigorífico y sacó una cerveza fría.
Era pleno verano y el clima era bueno. Los alrededores de por aquí eran hermosos. Él y Becca estaban viviendo en la cabaña de la familia de ella, en el Condado de Queen Anne. La casa había pertenecido a la familia durante más de cien años.
El lugar era antiguo y rústico, ubicado en un pequeño acantilado, justo encima de la bahía. Tenía dos pisos, todo de madera, que crujía y chirriaba por todos lados. La puerta de la cocina se accionaba con un resorte y se cerraba de golpe. Había un porche cubierto frente al agua y un patio de piedra más nuevo, con impresionantes vistas hacia el acantilado.
Habían comenzado a sustituir gradualmente los muebles de las generaciones antiguas, para hacer el lugar más adecuado para la vida cotidiana. Había un sofá nuevo y sillas nuevas en la sala de estar. Un sábado por la mañana, por las buenas o por las malas, y por pura voluntad animal, Luke y Ed Newsam habían logrado insertar una cama de matrimonio en el dormitorio principal de arriba.
Incluso con esas mejoras, lo más resistente de la casa seguía siendo la chimenea de piedra de la sala de estar. Era casi como si la vieja e imponente chimenea hubiera estado allí, mirando a lo largo de la bahía de Chesapeake, desde tiempos inmemoriales y alguien con sentido del humor hubiera construido una pequeña cabaña de verano a su alrededor.
Realmente era un lugar increíble. A Luke le encantaba. Sí, estaba lejos de su oficina. Sí, si el trabajo en el Equipo de Respuesta Especial realmente funcionaba, y parecía que así iba a ser, tendrían que acercarse. Pero, ¿por ahora? El paraíso. El viaje a casa de noventa minutos no parecía tan malo, sabiendo que esta era la recompensa al final.
Miró por la ventana. Becca estaba en el patio, amamantando al bebé. A Luke le hubiera encantado sentarse allí con ellos, contemplar el agua y el cielo, y simplemente quedarse allí hasta que se pusiera el sol. Pero eso no iba a pasar. Desafortunadamente, tenía que hacer las maletas para su viaje. Y antes de comenzar, tenía que hacer lo más difícil: anunciar que se iba a ir.
—¿Te han pegado en el trabajo? —dijo Audrey.
Luke se encogió de hombros. Aunque podía sentirlos lo suficientemente bien, casi había olvidado el rasguño en su mejilla y la línea de la mandíbula hinchada. El dolor era un viejo amigo. Cuando no era insoportable, apenas podía sentirlo. Había algo casi reconfortante en él.
Abrió la cerveza y le dio un trago. Estaba helada y deliciosa. — Algo así. Pero deberías ver al otro tipo.
Audrey no se rio. Emitió una especie de medio gruñido y subió las escaleras.
Luke estaba cansado. Había sido un día largo, con Martínez enterrado, la pelea con Murphy y todo lo demás. Y realmente, sólo estaba comenzando. Tenía la intención de estar aquí durante una hora, antes de regresar a la ciudad; de allí a Turquía, y luego, si todas las señales eran favorables, a Rusia.
Salió fuera. Becca cuidando del bebé era como una pintura impresionista, su suéter rojo brillante y su sombrero contra la hierba verde, y la vasta extensión de cielo azul pálido y el agua oscura. Había una réplica de un barco de doble mástil a toda vela en la distancia, moviéndose lentamente hacia el oeste. Si pudiera presionar STOP y congelar este momento, lo haría.
Ella levantó la vista, lo vio y sonrió. Su sonrisa lo iluminó. Estaba tan bonita como siempre. Y una sonrisa era algo bueno, especialmente en estos días. Tal vez la oscuridad de esta depresión posparto comenzaba a desaparecer.
Luke respiró hondo, suspiró en voz baja y sonrió.
—Hola, preciosa, —dijo.
—Hola, guapo.
Se inclinó y compartió un beso con ella.
—¿Cómo está hoy el bebé?
Ella asintió. —Bien. Ha dormido tres horas, mamá no le quita el ojo de encima e incluso he podido echarme una siesta. No quiero prometer nada, pero podríamos haber empezado a mejorar por aquí. Eso espero.
Una larga pausa se extendió entre ellos.
—Has vuelto temprano, —dijo ella. Esa era la segunda vez en los últimos cinco minutos que alguien le decía eso. Se lo tomó como un mal presagio. —¿Cómo te ha ido el día?
Luke se sentó frente a ella en la pequeña mesa redonda y le dio un sorbo a su cerveza. Como siempre, él creía que cuando los problemas se estaban gestando, lo que había que hacer era ir directamente al grano. Y, si podía superar lo peor, tal vez esto sucedería lo suficientemente rápido, antes de que Audrey viniera y empeorara las cosas.
—Bueno, tengo una tarea.
Se dio cuenta de que lo estaba esquivando. No la llamó misión. No la llamó operación. ¿Qué tipo de tarea era? ¿Iba a entrevistar a un artesano local para el periódico semanal? ¿Tal vez era un proyecto de ciencias de la escuela secundaria?
Al instante, ella se mostró cautelosa.
Sus ojos miraban profundamente los de él, buscando algo. —¿De qué se trata?
Él se encogió de hombros. —Es algo diplomático jodidamente aburrido, la verdad. Los rusos mantienen prisioneros a tres arqueólogos estadounidenses y confiscaron su pequeño submarino. Estaban buceando en el Mar Negro, buscando los restos de un viejo barco comercial de la antigua Grecia. Estaban en aguas internacionales, pero los rusos creen que estaban demasiado cerca de su territorio.
Sus ojos nunca vacilaban. —¿Son espías?
Luke le dio otro sorbo a su cerveza. Soltó un sonido, una corta carcajada. Ella era buena en esto, tenía mucha práctica y fue muy franca.
Sacudió la cabeza. —Sabes que no puedo contarte eso.
—¿Y vas a ir a dónde y a hacer qué?
Él se encogió de hombros. —Voy a Turquía, a ver si podemos conseguir que los suelten. —la declaración era verdad, en la medida de lo posible, pasando por alto todo un continente, digno de detalle. Era un pecado por omisión.
Y ella también lo sabía. ¿A ver si podemos conseguir que los suelten? ¿Quiénes somos nosotros?
Ahora era una partida de ajedrez. —Los Estados Unidos de América.
—Vamos, Luke. ¿Qué es lo que no me estás contando?
Le dio otro sorbo a la cerveza y se rascó la cabeza. —Nada importante, cariño. Los rusos están reteniendo a tres tipos y voy a Turquía. Me quieren allí porque tengo experiencia en el tipo de misiones que desembocan en esto. Si los rusos están dispuestos a negociar, probablemente ni siquiera me tenga que involucrar directamente.
Detrás de Luke, la puerta se cerró de golpe. Los ojos de Becca pasaron por encima de él durante un segundo. ¡Maldita sea! Aquí venía Audrey.
Los ojos de Becca estaban repentinamente enfadados. Las lágrimas brotaban de ellos. ¡No! El momento no podía ser peor. —Luke, la última vez que fuiste al extranjero, estaba casi de nueve meses. Ibas a Irak para arrestar a alguien, ¿recuerdas? Un trabajo de policía, creo que lo llamaste. Pero resultó que ibas a rescatar a...
Él levantó un dedo. —Becca, sabes que eso no es verdad. Fui a arrestar a alguien, y el arresto transcurrió sin incidentes...
Eso era una mentira. Otra mentira. El arresto fue un matadero.
—... a la hija del Presidente de terroristas islámicos. Tu helicóptero se estrelló y tú y Ed luchasteis contra militantes de Al Qaeda en la cima de una montaña.
—Todo eso sucedió después de que ya estuviéramos allí.
—No soy estúpida, Luke. Puedo leer entre líneas los informes de los periódicos. Los artículos admitieron que decenas de personas fueron asesinadas. Eso me dice que hubo un baño de sangre y que tú estabas justo en medio.
Luke levantó las manos un poco, como si ella hubiera puesto sobre él el arma más pequeña del mundo. El bebé todavía estaba allí, succionando como si nada de esto estuviera sucediendo.
— Es una asignación, cariño, es mi trabajo. Don Morris...
Ahora ella levantó un dedo. —No me menciones a Don Morris. Ya no culpo a Don, nunca más. Si tú no quieres ir a estas misiones suicidas, él no te puede obligar a que vayas. Es así de simple.
Ahora estaba llorando, las lágrimas caían.
—¿Qué está pasando? —dijo una voz. La voz era muy ansiosa. Percibía sangre en el agua y se estaba acercando para matar.
—Hola, Audrey, —dijo Luke, sin siquiera darse la vuelta.
Becca se levantó y le entregó el bebé a Audrey. Miró a Luke con ojos duros. Todo su cuerpo temblaba ahora por las lágrimas.
—¿Qué pasa si mueres? —dijo ella. —Ahora tenemos un hijo.
—Lo sé. No voy a morir. Como siempre, voy a ser muy cuidadoso. Ahora más aún, por Gunner.
Becca estaba de pie al lado de su madre, con las manos cerradas en puños. Parecía una niña pequeña que estaba a punto de empezar a chillar en medio del supermercado. Su madre, por el contrario, estaba tranquila, sonriente, satisfecha de sí misma. Ella hizo rebotar al bebé en sus brazos delgados como un pájaro y lo arrulló con una tranquila conversación de bebé.
—Todo va a ir bien, —dijo Luke. —Todo va a estar bien. Sé que va a ser así.
De repente, Becca salió corriendo, subiendo la pequeña colina hacia la casa. Un momento después, la puerta se cerró de nuevo.
Ahora Luke y Audrey se miraron el uno al otro. Audrey tenía los ojos agudos y depredadores de un halcón. Su boca se abrió.
Luke levantó una mano y sacudió la cabeza. —Audrey, por favor, no digas nada.
Audrey lo ignoró. —Un día, volverás aquí y ya no tendrás esposa, —dijo. —O una casa en la que vivir, que viene a ser lo mismo.