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CAPÍTULO CUATRO

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12:20 Hora del Este

Sede del Equipo de Respuesta Especial

McLean, Virginia

—No te preocupes. Estás muy guapo.

Luke estaba en el vestuario masculino de los empleados. Se había quitado la camisa y se estaba lavando la cara en el lavabo. Un rasguño profundo le recorría la mejilla izquierda. La parte inferior derecha de su mandíbula estaba roja, con moretones y comenzaba a hincharse. Murph le había dado un buen golpe ahí.

Los nudillos de Luke estaban desollados y desgarrados, las heridas abiertas y la sangre aún corría un poco. Él también le había dado a Murphy algunos buenos golpes.

Detrás de él, el gran Ed apareció en el espejo. Ed se había vuelto a poner la chaqueta, era un profesional consumado y bien vestido. Se suponía que Luke iba a ser el oficial superior de Ed en esta misión. No podía ponerse su propia chaqueta del traje porque estaba sucia de cuando la había tirado en el suelo.

—Vamos, tío, —dijo Ed. —Llegamos tarde.

—Voy va a parecer la presa que ha traído el gato.

Ed se encogió de hombros. —La próxima vez haz como yo. Tráete un traje extra, y un conjunto informal extra y déjalos aquí, en tu taquilla. Me sorprende tener que enseñarte estas cosas.

Luke se había vuelto a poner la camiseta y estaba empezando a abrocharse la camisa de vestir. — Sí, pero, ¿qué hago ahora?

Ed sacudió la cabeza, sonriendo. —Esto es lo que la gente espera de ti, de todos modos. Diles que estabas haciendo un poco de combate tae kwon do en el parking, durante el descanso del café.

Luke y Ed salieron del vestuario y subieron por la escalera de hormigón hasta el piso principal. La sala de conferencias, tan cerca del estilo vanguardista como Mark Swann pudo conseguir, estaba al final de un pasillo lateral angosto. Don solía llamarlo el Centro de Mando, aunque Luke sentía que eso engrandecía un poco los hechos. Quizá algún día.

Un enjambre de mariposas nerviosas rebotaba contra las paredes del estómago de Luke. Estas reuniones eran algo nuevo para él y no podía aparentar que estaba acostumbrado a ellas. Don le dijo que eso le llegaría con el tiempo.

En el ejército, las sesiones informativas eran simples. Algo así:

Este es el objetivo. Este es el plan de ataque. ¿Preguntas? ¿Aportaciones? De acuerdo, cargad el equipo.

Estas sesiones informativas nunca eran así.

La puerta de la sala de conferencias estaba enfrente, abierta. La habitación era algo pequeña y veinte personas dentro harían que pareciera un vagón de metro lleno de gente en hora punta. Estas reuniones le ponían a Luke los pelos de punta. Había interminables discusiones y retrasos. El agolpamiento de gente le hacía sentirse claustrofóbico.

Invariablemente, habría peces gordos de varias agencias y sus empleados estarían dando vueltas, los peces gordos insistirían en dar su opinión, los empleados estarían tecleando en teléfonos BlackBerry, arañando blocs de notas amarillos, entrando y saliendo, haciendo llamadas urgentes. ¿Quiénes eran estas personas?

Luke cruzó el umbral, seguido de cerca por Ed. Los fluorescentes del techo eran brillantes y deslumbrantes.

No había nadie en la habitación. Bueno, tampoco nadie, pero no mucha gente. Cinco personas, para ser exactos. Con Luke y Ed, hacían siete.

—Aquí están los hombres que todos hemos estado esperando, —dijo Don Morris, no estaba sonriendo. A Don no le gustaba esperar. Tenía un aspecto formidable, con una camisa y unos pantalones. Su lenguaje corporal era relajado, pero sus ojos eran agudos.

Un hombre se paró frente a Luke. Era un hombre condecorado con cuatro estrellas, alto y delgado, con un impecable uniforme verde. Su cabello gris estaba recortado hasta el cuero cabelludo. No había rastro alguno de bigote en su cara limpia y recién afeitada: ningún bigote le desafiaba. Luke nunca había visto a ese hombre, pero en el fondo sabía quién era. Hacía su cama todas las mañanas, antes de hacer ninguna otra cosa. La hacía tan bien que incluso se podrían hacer rebotar monedas en ella. Probablemente lo hacía, sólo para asegurarse.

—Agente Stone, Agente Newsam, soy el General Richard Stark, Jefe del Estado Mayor Conjunto.

—General, es un honor conocerle.

Luke le estrechó la mano, antes de que el hombre se acercara a Ed.

—Estamos muy orgullosos de lo que hicieron ustedes hace un mes. Ambos son el orgullo del Ejército de los Estados Unidos.

Otro hombre estaba parado allí. Era un hombre calvo, de unos cuarenta y tantos años. Tenía una barriga grande y redonda y dedos pequeños y regordetes. Su traje no le quedaba bien: demasiado apretado por los hombros, demasiado apretado alrededor de la cintura. Tenía la cara pastosa y la nariz bulbosa. A Luke le recordó a Karl Malden haciendo un anuncio de televisión sobre el fraude con tarjetas de crédito.

—Luke, soy Ron Begley, de Seguridad Nacional.

También se dieron la mano. Ron no mencionó la operación del mes anterior.

—Ron, me alegro de conocerle.

Nadie mencionó nada sobre la cara de Luke. Eso fue un alivio. Aunque estaba seguro de que Don le diría algo después de terminar la reunión.

—Chicos, ¿no os sentáis? —dijo el general, agitando una mano en la mesa de conferencias. Fue muy amable por su parte invitarles a sentarse en su propia mesa.

Luke y Ed se sentaron cerca de Don. Había otros dos hombres en la habitación, ambos con traje. Uno era calvo y tenía un auricular que desaparecía dentro de su chaqueta. Lo miraron impasiblemente. Ninguno de los dos dijo una palabra. Nadie los presentó. Para Luke, eso significaba suficiente.

Ron Begley cerró la puerta.

La gran sorpresa era que no había nadie más del Equipo de Respuesta Especial en la sala.

El general Stark miró a Don.

—¿Listo?

Don abrió sus grandes manos como si fueran flores abriendo sus pétalos.

—Sí. Esto era todo lo que necesitábamos. Haz lo que quieras.

El general miró a Ed y a Luke.

—Caballeros, lo que estoy a punto de compartir con ustedes es información clasificada.

* * *

—¿Qué no nos estás contando? —dijo Luke.

Don levantó la vista. El escritorio detrás del cual estaba sentado era de roble pulido, ancho y reluciente. Había dos trozos de papel en la mesa, un teléfono de oficina y un viejo y maltratado portátil Toughbook, con una pegatina en la parte posterior de la pantalla, representando la punta de una lanza roja con una daga, el logotipo del Mando de Operaciones Especiales del Ejército. Don era el tipo de persona que mantenía su escritorio limpio.

En la pared detrás de él había varias fotografías enmarcadas. Luke identificó a uno de los cuatro jóvenes Boinas Verdes sin camiseta en Vietnam: Don era el de la derecha.

Don hizo un gesto hacia las dos sillas frente al escritorio.

—Tomad asiento. Tomaos un descanso.

Luke lo hizo.

—¿Cómo está tu cara?

—Duele un poco, —dijo Luke.

—¿Cómo te lo has hecho, estrellándote con la puerta del coche?

Luke se encogió de hombros y sonrió. —Me encontré con Kevin Murphy en el funeral de Martínez esta mañana. ¿Te acuerdas de él?

Don asintió con la cabeza. —Claro, era un soldado decente como son los de las Delta, con un poco de frustración, supongo. ¿Qué aspecto tenía... después de que te encontraras con él?

—Lo último que vi es que todavía estaba en el suelo.

Don asintió nuevamente. —Bien. ¿Cuál era el problema?

—Él y yo somos los últimos hombres con vida de aquella noche en Afganistán. Hay algunos resentimientos. Él piensa que podría haber hecho algo más para abortar la misión.

Don se encogió de hombros. —No estaba en tu mano abortar esa misión.

—Eso fue lo que le dije. También le di mi tarjeta de visita. Si me llama, me gustaría que consideraras contratarlo para trabajar aquí. Está entrenado para las Delta, experimentado en combate, tres misiones, que yo sepa, no se acobarda cuando empieza a faltar el abrigo.

—¿Está fuera de servicio?

Luke asintió con la cabeza. —Sí.

—¿Qué está haciendo?

—Robo a mano armada. Ha estado desvalijando a capos de la droga en varias ciudades.

Don sacudió la cabeza. —Jesús, Luke.

—Todo lo que pido es que le des una oportunidad.

—Lo hablaremos, —dijo Don. —Siempre y cuando llame.

Luke asintió con la cabeza. —Suficiente.

Don le acercó uno de los trozos de papel que había sobre su escritorio. Se puso unas gafas de lectura negras en la punta de la nariz. Luke lo había visto hacer esto varias veces y el efecto desentonaba. El súper humano Don Morris llevaba gafas para leer.

—Ahora, vamos con las cosas un poco más urgentes. Lo que no se ha mencionado en la reunión es lo siguiente: esta misión viene directamente del Despacho Oval. El Presidente la alejó del Pentágono y de la CIA porque cree que hay una filtración en alguna parte. Si los rusos logran encontrar una debilidad en el tío de la CIA que han capturado, quién sabe lo que podría salir por su boca. Nos encontramos ante un gran y potencial contratiempo, las cosas tienen que moverse muy rápido y, entre nosotros, el Presidente está furioso.

—¿Es por eso por lo que estamos solos?

Don levantó un dedo. —Tenemos amigos. Nunca vas totalmente por libre en este tipo de asuntos.

—Mark Swann puede...

Don se llevó un dedo a los labios. Señaló alrededor de la habitación y levantó las cejas. Luego se encogió de hombros. El mensaje era: mejor no decimos lo que Mark Swann puede hacer. No tiene sentido compartir esa información con las personas de la galería.

Luke asintió y cambió de dirección a mitad de la frase. —…darnos acceso a todo tipo de bases de datos. Lexis Nexis, ese tipo de cosas. Es un lunático con las búsquedas en Google.

—Sí, —dijo Don. —Creo que consiguió una suscripción al New York Times online. Eso dice él, de todos modos.

—¿Quién era el chico de Seguridad Nacional?

Don se encogió de hombros. —¿Ron Begley? Un chupatintas. Trabajaba en Hacienda cuando sucedió lo del 11 de septiembre. Fraude, falsificación. Cuando crearon Seguridad Nacional, se cambió. Parece estar tropezando y tambaleándose, mientras se abre camino por la jerarquía. No creo que sea un problema para nosotros.

Don miró a Luke un largo momento.

—¿Qué opinas de esta misión? —dijo él.

Luke no apartó la mirada. —Creo que es una trampa mortal, a decir verdad. Me asusta, se supone que debemos infiltrarnos en Rusia sin ser detectados, rescatar a un grupo de chicos...

—Tres chicos, —dijo Don. —Nos está permitido matarlos, si eso es más fácil.

Luke ni siquiera entendería ese pensamiento.

—Rescatar a un grupo de tíos, —repitió, —¿Incendiar un submarino y volver con vida? Esa es una tarea difícil.

—¿A quién enviarías para que la cumpliera? —dijo Don. —¿Si fueras yo?

Luke se encogió de hombros. —¿A quién crees?

—¿La quieres?

Luke no dio una respuesta inmediata. Pensó en Becca y en el bebé, Gunner, en la cabaña al otro lado del Chesapeake en la costa este. Dios, ese pequeño bebé...

—No lo sé.

—Déjame contarte una historia, —dijo Don. —Cuando era comandante en las Delta, entró un joven de ojos brillantes. Acababa de ser calificado. Salió del 75º de los Ranger, como tú, por lo que no era un Boina Verde. Había estado haciendo cola para entrar. Pero tenía una energía, este chico, como si todo fuera nuevo para él. Algunos chicos entran en las Delta y a los veinticuatro años ya están endiabladamente canosos. Este chico, no.

—Lo llamé de inmediato para una misión. Yo todavía iba a misiones en aquellos días. Estaba ya metido en los cuarenta y los responsables del Mando Conjunto de Operaciones Especiales querían que me retirara, pero yo no quería ni oír hablar de ello, aún no. No iba a enviar a mis hombres a lugares a los que yo mismo no iría.

—Nos lanzamos en paracaídas en la República Democrática del Congo. Río arriba, más allá de cualquier cosa parecida a la ley y el orden. Fue una caída nocturna, por supuesto, y el piloto nos soltó en el agua. Nos arrastramos por esos pantanos como si todos estuviéramos sumergidos en mierda. Había un señor de la guerra allá arriba, que se hacía llamar Príncipe José. Llamaba a su variopinta milicia “El Ejercito…”

—“El Ejército del Cielo”, —dijo Luke. Por supuesto, él conocía la historia. Y, por supuesto, lo sabía todo sobre el nuevo recluta de las Delta que Don estaba describiendo.

—Trescientos niños soldados, —dijo Don. —Ocho hombres subieron allí, ocho soldados estadounidenses, sin apoyo externo de ningún tipo y metieron balas en los sesos del Príncipe José y de todos sus lugartenientes. Una operación perfecta. Una misión humanitaria, sin motivos ocultos, sólo hacer lo correcto. ¡Bang! Ataque de decapitación.

Luke respiró hondo. La noche había sido aterradora y estimulante, todo envuelto en una descarga de adrenalina.

—Las sociedades internacionales de ayuda intervinieron e hicieron lo que pudieron con los niños, los repatriaron, los alimentaron, los amaron, los reeducaron para que fueran humanos otra vez, si eso hubiera sido posible. Me mantuve atento. Muchos de ellos, finalmente, regresaron a sus aldeas de origen.

Don sonrió. No, él sonreía positivamente.

—Por la mañana, encendí un cigarro de la victoria a la orilla del poderoso Congo. Todavía fumaba durante esos días. Mis hombres estaban conmigo y yo estaba orgulloso de cada uno de ellos. Estaba orgulloso de ser estadounidense. Pero mi novato estaba callado, pensativo. Entonces le pregunté si estaba bien. ¿Y sabes lo que dijo?

Ahora Luke sonrió. Suspiró y sacudió la cabeza. Don estaba hablando de él. —Dijo: “¿Qué si estoy bien? ¿Me estás tomando el pelo? Vivo para esto.” Eso fue lo que dijo.

Don lo señaló. —Así es. Así que te lo preguntaré de nuevo. ¿Quieres esta misión?

Luke miró a Don durante otro largo rato. Don era su camello, de eso se dio cuenta Luke. Te vendía un sentimiento, la urgencia, de modo que sólo pudieras escoger un camino.

Una imagen de Becca con Gunner en brazos nuevamente apareció en su mente. Todo cambió cuando nació ese bebé. Recordaba a Becca dando a luz. Estaba más preciosa en esos momentos que nunca antes él la había visto.

Y estaban planeando construir una vida juntos, los tres.

¿Qué iba a pensar Becca sobre esta misión? Cuando él le anunció la última, cuando ella estaba a punto de dar a luz, se enfadó. Y se la vendió fácil, sólo un viaje rápido a Irak a arrestar a un tipo. Por supuesto, luego se convirtió en mucho más que eso, un completo combate y el rescate de la hija del Presidente, pero Becca sólo se enteró de eso después de los hechos.

Aquí, ella conocería el acuerdo: Luke se infiltraría en Rusia e intentaría rescatar a tres prisioneros. Sacudió la cabeza.

De ninguna forma podía decirle eso.

—¿Luke? —dijo Don.

Luke asintió con la cabeza. —Sí. La quiero.

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