Читать книгу Mando Principal - Джек Марс - Страница 13

CAPÍTULO OCHO

Оглавление

23:20 Hora de Moscú (15:20 Hora del Este)

Puerto de Adler, Distrito de Sochi

Krai de Krasnodar

Rusia

—¿Estáis seguros de que queréis que actuemos en este concierto? —dijo Luke a través del teléfono satelital de plástico azul que tenía en la mano. —Creo que va a ser bastante ruidoso.

Se apoyó contra un viejo Lada Sedan negro, fabricado en Hungría. El pequeño coche cuadrado le recordaba a un viejo Fiat o Yugo, pero no tan elegante. Parecía estar hecho de chapas de chatarra soldadas. Emitía un ligero olor a aceite quemado. Cuanto más rápido iba, más parecía vibrar, como si se estuviera desgarrando por los contornos. Afortunadamente, no era el coche que utilizarían para escapar.

Cerca, su conductor, un corpulento checheno llamado Aslan, se estaba fumando un cigarrillo y orinando a través de una línea de vallas de tela metálica. Aslan prefería que lo llamasen Franchute. Esto se debía a que, cuando Chechenia cayó, había escapado de los rusos desapareciendo en París durante unos años. Sus tres hermanos y su padre habían muerto en la guerra. Ahora, Franchute había vuelto y odiaba a los rusos.

Estaban en una zona de aparcamiento vacía, cerca de la desembocadura del río Mzymta. Un olor húmedo y penetrante a alcantarilla emergía del agua. Desde aquí, un sombrío bulevar de almacenes corría a lo largo de la costa hasta un pequeño puerto de carga, custodiado por una caseta de vigilancia y una alambrada electrificada. Bajo el resplandor de las débiles y amarillas lámparas de arco de sodio, podía ver hombres moviéndose por la puerta.

Las grandes y antiguas casas del Partido Comunista, los nuevos hoteles y restaurantes y las brillantes playas de Sochi en el Mar Negro, se encontraban a sólo ocho kilómetros de la carretera. Pero Adler era tan inconexo y deprimente como un puerto ruso debería ser.

Había un retraso, desde que la voz aguda de Mark Swann irrumpía por todas partes, desde las redes cifradas en los satélites negros, hasta finalmente el teléfono de Luke. La voz de Swann temblaba con excitación nerviosa.

Luke sacudió la cabeza y sonrió. Swann estaba en una suite del ático con la bella Trudy Wellington, en un hotel de cinco estrellas en Trabzon, Turquía. Supuestamente, eran una rica pareja de recién casados ​​de California. Si las balas comenzaran a volar, Swann lo vería en la pantalla del ordenador, casi pero no en directo, vía satélite. Ese era el motivo de que le temblara la voz.

—Tenemos luz verde, —dijo Swann. —Entienden que podríamos recibir algunas quejas de los vecinos.

—¿Y la bola de discoteca?

— Justo donde dijimos que estaría.

Luke contempló un viejo y oxidado buque de carga mediano, el Yuri Andropov II, que descansaba en el muelle. Pensó que un viejo especialista en tortura de la KGB como Andropov debía estar removiéndose en su tumba al ver que esta cosa llevaba su nombre. A alguien debió parecerle gracioso.

La bola de discoteca, por supuesto, era el sumergible perdido, Nereus. Su chip GPS seguía sonando desde el interior de una de las bodegas de ese barco.

—¿Y los instrumentos? —los instrumentos eran la tripulación del Nereus.

—Arriba, en el vestuario, por lo que sabemos.

—¿Y Aretha? ¿Qué tiene ella que decir?

La voz de Trudy Wellington entró, sólo por un segundo.

—Tus amigos ya están de fiesta en la playa.

Luke asintió. Justo al sur de aquí estaba la frontera con la ex República Soviética de Georgia. Los georgianos y los rusos actualmente se mostraban hostiles entre sí. Trudy sospechaba que iban a tener un incidente de fuego uno de estos días, pero con suerte no se iniciaría esta noche.

La ciudad costera georgiana de Kheivani estaba justo al otro lado de esa frontera. Era un lugar tranquilo y sosegado, en comparación con Sochi. Había un equipo de recuperación en una playa oscura de allí, esperando recibir a los prisioneros rescatados, si llegaban tan lejos.

Desde la playa, los prisioneros serían trasladados lejos de la frontera, a lo más profundo de Georgia y luego fuera del país. Eventualmente, cuando llegaran a un lugar seguro, serían informados sobre todo este desastre.

Nada de eso era asunto de Luke. Intencionadamente, no sabía nada sobre cómo iría. Don y Papá Cronin se habían encargado de esa parte. Luke ni siquiera sabía quién estaba involucrado. Podrías cortarle los dedos y sacarle los ojos y no podía dicirte nada al respecto.

—¿Se ha unido el tipo grande a la banda? —dijo Luke.

La voz de Ed Newsam apareció. El aullido del viento y el rugido de los motores ​​casi la ahogaban. —Está en el camerino, listo para subir al escenario. Cuanto antes, mejor, por lo que a él concierne.

Luke suspiro. —Está bien, —dijo, y el peso de la decisión se apoderó de sus hombros como una roca. La gente probablemente estaba a punto de morir. Sabías eso cuando te metías. Sólo que no sabías quién.

—Vamos allá.

—Nos vemos en Las Vegas, —dijo Swann.

—Asegúrate de ver el espectáculo de fuegos artificiales, —gritó Ed. —Me han dicho que va a estar bien.

La llamada se cortó. Luke dejó caer el teléfono satelital en el asfalto desgastado del aparcamiento. Levantó la bota y la dejó caer con fuerza sobre el teléfono, rompiendo la carcasa de plástico. Lo hizo de nuevo, otra vez y otra vez. Luego le dio una patada a los restos destrozados y los lanzó a través de un desagüe abierto hacia el agua.

Tenía otro.

Levantó la vista.

Franchute estaba allí. Su cara era ancha y su piel parecía gruesa, casi como una máscara de goma. Su cabello era negro azabache y estaba peinado hacia atrás. Estaba afeitado, para integrarse mejor en la sociedad rusa. Normalmente, su pueblo llevaba espesas barbas por Alá.

Franchute llevaba una holgada cazadora oscura sobre su gran cuerpo. La noche era un poco cálida para eso. Sus duros ojos miraron a Luke.

—¿Sí? —dijo Franchute.

Luke asintió con la cabeza. —Sí.

Franchute tomó una profunda calada de su cigarrillo. Lentamente exhaló el humo. Luego sonrió y asintió.

—Estoy contento.

* * *

—Rápido, —dijo Ed Newsam. No le estaba hablando a nadie. Mejor, porque nadie podría escucharlo.

—Muy, muy rápido.

Estaba de pie en la cabina, con los pies descalzos y las manos en el timón de un bote con forma de cuña gigante. El bote era largo y estrecho, con una proa muy larga. En la popa, había cinco grandes motores de 275 caballos de potencia. El bote tenía dos asientos.

En Estados Unidos, lo llamarían un bote Cigarrillo o un Go Fast. En los días previos al rastreo por satélite, los narcotraficantes del sur de Florida usaban estas cosas para escapar de la Guardia Costera. Sin embargo, este barco no iba cargado de cocaína.

En la punta del bote, en la proa, había un pequeño compartimento. Ese compartimento estaba lleno de una pequeña cantidad de TNT.

Ed corría a toda velocidad en mitad de la noche, con las luces apagadas, rebotando sobre las olas. Sus motores rugían, un sonido enorme. El viento aullaba a su alrededor. Frente a él, quizás tres kilómetros más adelante, estaba la costa, en su mayor parte oscura, de Georgia. Detrás de él estaban las brillantes luces de Sochi. Esta ciudad estaba disfrutando de su apogeo poscomunista con mucho dinero. Barcos caros como este eran fáciles de encontrar.

De hecho, detrás de Ed y navegando a la misma velocidad, iba otra lancha rápida.

Ese bote lo conducía un temerario georgiano chiflado llamado Garry. Ed no podía ver a Garry, sus luces también estaban apagadas. Y no podía escucharle, había demasiado ruido como para escuchar algo. Pero sabía que Garry estaba allí, tenía que estar.

La vida de Ed dependía de ello.

Garry, junto con el loco conductor checheno de Stone, Franchute, habían sido proporcionados por Papá Bill Cronin. Papá Cronin era de la CIA y se suponía que no iban a involucrar a la CIA en esto, pero lo hicieron de todos modos. El peligro era que la CIA estaba haciendo aguas por alguna parte.

—Los cheques de Bill Cronin provienen de la CIA, —había dicho Don Morris. —Pero ese hombre es una ley y un mundo en sí mismo. Si nos da a los operadores, no serán unos charlatanes. No habrá infracciones de seguridad. Te lo puedo asegurar.

Así que Garry estaba de nuevo allí, con las vidas de Ed y Luke y de todo el mundo en sus manos.

A la izquierda de Ed, al este, había un largo dique de piedra, que sobresalía del agua. Protegía una pequeña área portuaria. Lo recorrió a lo largo, llegando a él en diagonal. Disminuyó la velocidad, sólo un toque, e hizo un giro brusco hacia la tierra.

Miró al cielo, buscando aviones.

Nada, todo despejado.

Ese malecón estaba cubierto de muelles de hormigón. Corrían paralelos a la tierra, a cien metros de la orilla. El malecón y la orilla formaban un paso estrecho de mil metros de largo. En el otro extremo estaba el buque de carga, el Yuri Andropov II.

El trabajo de Ed era perforarle un agujero. Un agujero, y tal vez un pequeño incendio. Lo suficiente como para causar una distracción, una pista falsa. Lo suficiente para permitir que Stone y Franchute se escabullesen en el bote, liberasen a los prisioneros y tal vez incluso escapasen de ese submarino.

Los rusos sabían que los estadounidenses les observaban desde los cielos. Así que estos muelles parecían tener una actividad mínima. Sólo un viejo buque de carga, sin demasiada seguridad, nada que ver aquí.

Pero Ed sabía que había hombres armados en esos muelles. Conducir este bote hasta ese puerto iba a enfurecer a una muchedumbre.

Llegó a la boca del puerto. Respiró hondo.

—Garry, será mejor que estés allí.

Abrió el carburador por completo. Los motores rugieron.

El bote avanzó, incluso más rápido que antes.

La tierra corría a ambos lados de él, el malecón a su izquierda y la orilla a su derecha. Pero mantuvo la vista en el objetivo. Ahora podía verlo, el Andropov, que se avecinaba ahí delante a lo lejos. Estaba atracado perpendicularmente a él, mostrándole toda su longitud.

—Hermoso.

A su izquierda, los hombres corrían por los muelles. Los veía como pequeñas figuras de palo, moviéndose lentamente, demasiado lentos.

Se agachó, sabiendo lo que iban a hacer. Un instante después, los disparos automáticos desgarraron el costado del bote. Los sintió, más que oírlos o verlos. Estaban alterando su curso, los golpes sordos de las balas de alto calibre.

El parabrisas se hizo añicos.

El Andropov se estaba acercando, volviéndose más grande.

Había una barra de hierro en el suelo. Ed la cogió. Un extremo tenía una herramienta de agarre, casi como una mano, que colocó en el volante. Encajó el otro extremo a una ranura de metal soldada en el suelo.

De la vieja escuela, pero funcionaría. Mantendría el bote más o menos recto.

Levantó la vista. El Andropov ahora era grande.

Parecía que estaba justo allí.

—Oh-oh, hora de irse.

Se lanzó hacia el lado derecho del bote, lejos de los disparos. Se puso en cuclillas, con todo el poder en sus piernas, y saltó a su derecha, por la borda. Se hizo un ovillo, como un niño saltando en bomba en la piscina local.

El bote se alejó mientras él estaba en el aire.

Débilmente, tuvo la sensación de caer, caer por el cielo. Pasó mucho tiempo hasta que se estrelló en el agua y, por un momento, la oscuridad lo rodeó. Lo atravesó como un torpedo, sin sentir nada, excepto la sensación de velocidad oscura.

Al principio hubo un fuerte rugido, y luego los sonidos amortiguados en las profundidades.

Por un momento, pensó que estaba flotando en el útero, bañado ahora en una luz cálida. Se le ocurrió que la luz del faro en su chaleco salvavidas se había activado. El chaleco tiró de él hacia la superficie, de nuevo hacia el rugido y el rocío de la estela de la embarcación.

Jadeó en busca de aire y volvió a zambullirse durante unos segundos más, esos artilleros iban a buscarlo.

Después de esto…

Volvió a la superficie. Todo estaba oscuro: la noche, el agua, todo.

Por un momento no pudo ver el bote. Entonces lo vio. Se movía rápido, reduciéndose, disminuyendo. Era minúsculo, bajo la sombra inminente del carguero.

Ed volvió a sumergirse debajo de la superficie, a la seguridad de la oscuridad.

* * *

Luke se apoyó en el Lada, fingiendo fumar un cigarrillo. Todos por aquí fumaban, así que pensó que eso podría ayudarle a disfrazarse. Lo había intentado un par de veces antes en la escuela secundaria, pero nunca le vio la gracia. A él le gustaba más el fútbol.

Dio una calada, la sostuvo en la boca durante unos segundos, luego dejó que toda la porquería saliera de nuevo. Sabía a contaminación. Casi se rió de sí mismo. Si alguien estuviera mirándolo, verían lo ridículo que parecía.

Mando Principal

Подняться наверх