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CAPÍTULO TRES
Оглавление10:55 Hora del Este
Cementerio Nacional de Arlington
Arlington, Virginia
Luke Stone miró a Robby Martínez por la trinchera. Martínez estaba gritando.
—¡Vienen por todos lados!
Los ojos de Martínez estaban muy abiertos. Sus armas habían desaparecido. Había cogido el AK-47 de un Talibán y estaba ensartando con su bayoneta a todos los que saltaban la pared. Luke lo miraba horrorizado. Martínez era una isla, un pequeño bote que luchaba contra una ola de combatientes talibanes.
Y se estaba hundiendo. Luego desapareció, debajo de la pila.
Era de noche. Sólo intentaban resistir hasta el amanecer, pero el sol se negaba a salir. La munición se había agotado. Hacía frío y Luke iba sin camisa. Se la había arrancado en el fragor del combate.
Combatientes talibanes con turbante y barba se propagaban sobre las paredes, hechas con sacos de arena, del puesto avanzado. Se deslizaban, caían, saltaban. Había hombres gritando a su alrededor.
Un hombre saltó la pared con un hacha de metal.
Luke le disparó en la cara. El hombre yacía muerto contra los sacos de arena, con un agujero abierto donde antes estaba su cara. El hombre no tenía cara y ahora Luke tenía el hacha.
Se metió entre los combatientes que rodeaban a Martínez, balanceándose salvajemente. La sangre empezó a salpicar, mientras los cortaba en rodajas.
Martínez reapareció, de alguna manera todavía de pie, apuñalando con la bayoneta.
Luke enterró el hacha en el cráneo de un hombre. El corte era tan profundo que no podía sacarla. Incluso con la adrenalina atravesando su sistema, no tenía la fuerza necesaria. Tiró de ella, tiró de ella... y se rindió. Miró a Martínez.
—¿Estás bien?
Martínez se encogió de hombros. Su cara estaba roja por la sangre. Su camisa estaba llena de manchas de sangre. ¿De quién era la sangre? ¿Suya? ¿De los otros? Martínez jadeó en busca de aire e hizo un gesto hacia los cuerpos a su alrededor. —He estado mejor, te lo puedo asegurar.
Luke parpadeó y Martínez se había ido.
En su lugar había hilera tras hilera de lápidas blancas, miles de ellas, subiendo por las bajas colinas verdes a lo lejos. Era un día brillante, soleado y cálido.
En algún lugar detrás de él, un gaitero solitario tocaba “Amazing Grace”.
Seis jóvenes Soldados del Ejército llevaban el ataúd reluciente, cubierto con la bandera estadounidense, hacia la tumba abierta. Martínez había sido un Soldado antes de unirse a las Delta. Los hombres parecían severos con sus uniformes verdes y sus boinas color café, pero también parecían jóvenes. Muy, muy jóvenes, casi como niños jugando a disfrazarse.
Luke miró a los hombres. Apenas podía pensar en ellos. Inhaló profundamente. Estaba agotado. No podía recordar un momento, ni en la academia militar, ni durante el proceso de selección de las Delta, ni en las zonas de guerra, en que se hubiera encontrado igual de cansado.
El bebé, Gunner, su hijo recién nacido... no dormía. Ni de noche, ni apenas durante el día. Así que él y Becca tampoco conseguían dormir. Además, parecía como si Becca no pudiera dejar de llorar. El médico acababa de diagnosticarle depresión posparto, acentuada por el agotamiento.
Su madre se había mudado a la cabaña para vivir con ellos. No estaba funcionando, ya que la madre de Becca... ¿Por dónde empezar? Nunca en su vida había tenido un trabajo. Parecía desconcertada cada vez que Luke se iba por las mañanas, para hacer un largo viaje hasta los suburbios de Washington DC, desde Virginia. Parecía aún más desconcertada cuando él no aparecía hasta por la noche.
La cabaña rústica, bellamente situada en un pequeño acantilado sobre la bahía de Chesapeake, había pertenecido a su familia durante cien años. Había estado yendo a la cabaña desde que era una niña y ahora actuaba como si fuera la dueña del lugar. De hecho, ella era la dueña del lugar.
Había estado insinuando que Becca y el bebé deberían mudarse son ella, a su casa en Alexandria. La parte más difícil para Luke era que la idea comenzaba a parecer sensata.
Había comenzado a disfrutar las fantasías de llegar a la cabaña después de un largo día, y que el lugar estuviera en silencio. Casi podía visualizarse a sí mismo. Luke Stone abriendo el viejo y ruidoso frigorífico, cogiendo una cerveza, y saliendo al patio trasero. A tiempo para ver el atardecer, sentándose en una silla de jardín y...
¡CRACK!
Luke casi echa el corazón por la boca.
Detrás de él, un equipo de fusileros compuesto por siete hombres había disparado una descarga al aire. El sonido hizo eco a través de las laderas. Llegó otra salva, y luego otra.
Una salva de veintiún cañonazos, siete cada vez. Era un honor que no todos merecían. Martínez era un veterano de guerra, altamente condecorado en dos escenarios de guerra. Muerto ahora, por su propia mano. Pero no tenía que haber sido de esa manera.
Tres docenas de militares estaban en formación cerca de la tumba. Un puñado de Deltas y exDeltas estaban vestidos de paisanos un poco más lejos. Se podía ver que eran chicos de las Delta porque parecían estrellas de rock. Se vestían como estrellas de rock. Grandes, anchos, con camisetas, chaquetas y pantalones caqui. Barbas espesas y aros en las orejas. Uno de ellos llevaba un corte de pelo estilo mohicano.
Luke estaba solo, vestido con un traje negro, examinando a la multitud, buscando a alguien que esperaba encontrar: un hombre llamado Kevin Murphy.
Cerca del frente había una fila de sillas plegables blancas. Una mujer de mediana edad vestida de negro era consolada por otra mujer. Cerca de ella, una guardia de honor compuesta por tres Soldados, dos Marines y un Aviador cogieron cuidadosamente la bandera del ataúd y la doblaron. Uno de los soldados se arrodilló frente a la mujer en duelo y le presentó la bandera.
—En nombre del Presidente de los Estados Unidos, —dijo el joven Soldado, con la voz entrecortada, —el Ejército de los Estados Unidos y una nación agradecida, por favor acepte esta bandera como símbolo de nuestro agradecimiento por su honorable hijo y por su fiel servicio.
Luke miró a los chicos de las Delta nuevamente. Uno se había separado del grupo y caminaba solo por una ladera cubierta de hierba, a través de las lápidas blancas. Era alto y fibroso, con el pelo rubio afeitado cerca de la cabeza, llevaba vaqueros y una camisa celeste. Delgado como era, aun así, tenía hombros anchos y brazos y piernas musculosos. Sus brazos casi parecían demasiado largos para su cuerpo, como los brazos de un jugador de baloncesto de élite. O un pterodáctilo.
El hombre caminaba lentamente, sin ninguna prisa en particular, como si no tuviera compromisos apremiantes. Miraba la hierba mientras caminaba.
Murphy.
Luke dejó el servicio y lo siguió colina arriba. Caminó mucho más rápido que Murphy, ganándole terreno.
Había muchas razones por las que Martínez estaba muerto, pero la razón más clara era que se había volado los sesos en la cama del hospital. Y alguien le había traído un arma para hacerlo. Luke estaba casi cien por cien seguro de saber quién era ese alguien.
—¡Murphy! —dijo él. —Espera un minuto.
Murphy levantó la vista y se dio la vuelta. Hacía un momento, parecía perdido en sus pensamientos, pero sus ojos se pusieron instantáneamente alerta. Su rostro era delgado, como el de un pájaro, guapo a su manera.
—Luke Stone, —dijo, su tono era plano. No parecía estar contento, ni tampoco disgustado de ver a Luke. Sus ojos eran duros. Como los ojos de todos los muchachos de las Delta, había una fría y calculadora inteligencia allí.
—Déjame acompañarte un minuto, Murph.
Murphy se encogió de hombros. —Haz lo que quieras.
Acompasaron los pasos el uno con el otro. Luke ralentizó sus zancadas para acomodarse al ritmo de Murphy. Caminaron un momento sin decir una palabra.
—¿Cómo te va? —dijo Luke. Ofreció una delicadeza extraña. Luke había ido a la guerra con este hombre. Habían estado en combate juntos una docena de veces. Tras la muerte de Martínez, eran los dos últimos supervivientes de la peor noche de la vida de Luke. Se podría pensar que había cierta intimidad entre ellos.
Pero Murphy no le mostró nada a Luke. —Estoy bien.
Eso fue todo.
Ni “¿Cómo estás?”, ni “¿Ya habéis tenido al bebé?”, ni “Tenemos que hablar de algunas cosas.” Murphy no estaba de humor para conversar.
—He oído que dejaste el Ejército, —dijo Luke.
Murphy sonrió y sacudió la cabeza. — ¿Qué puedo hacer por ti, Stone?
Luke se detuvo y agarró a Murphy del hombro, este se enfrentó a él, ignorando la mano de Luke.
—Quiero contarte una historia, —dijo Luke.
—Dispara, —dijo Murphy.
—Ahora trabajo para el FBI, —dijo Luke. —Una pequeña sub-agencia dentro de la Oficina. Recogida de información en Operaciones Especiales, la dirige Don Morris.
—Bien por ti, —dijo Murphy. —Eso era lo que todos solían decir. Stone es como un gato, siempre cae de pie.
Luke ignoró ese comentario. —Tenemos acceso a la mejor información. Lo tenemos todo. Por ejemplo, sé que se denunció tu desaparición a principios de abril y que fuiste dado de baja deshonrosamente unas seis semanas después.
Murphy se echó a reír ahora. —Debes haber cavado un poco para dar con eso, ¿eh? ¿Enviaste a un topo a examinar mi archivo personal? ¿O te lo acaban de mandar por correo electrónico?
Luke siguió adelante. —La policía de Baltimore tiene un informante que es un lugarteniente cercano a Wesley “Cadillac” Perkins, líder de la banda callejera Sandtown Bloods.
—Qué bien, —dijo Murphy. —El trabajo policial debe ser infinitamente fascinante. —Se dio la vuelta y comenzó a caminar de nuevo.
Luke caminó con él. —Hace tres semanas, Cadillac Perkins y dos guardaespaldas fueron asaltados a las tres de la mañana, mientras se metían en su coche en los aparcamientos de una discoteca. Según el informante, sólo les atacó un hombre. Un hombre alto, delgado y blanco. Dejó inconscientes a los dos guardaespaldas en tres o cuatro segundos. Luego golpeó con la pistola a Perkins y le quitó un maletín que contenía al menos treinta mil dólares en efectivo.
—Parece un hombre blanco atrevido, —dijo Murphy.
—El hombre blanco en cuestión también le quitó a Perkins un arma, una peculiar Smith & Wesson .38, con un eslogan particular grabado en la empuñadura. El Poder Da La Razón. Por supuesto, ni el ataque, ni el robo del dinero, ni la pérdida del arma fueron denunciados a la policía. Eso es sólo algo de lo que este informante habló con el que le había contratado.
Murphy no estaba mirando a Luke.
— ¿Qué me intentas decir, Stone?
Luke miró hacia adelante y notó que se estaban acercando a la tumba de John F. Kennedy. Una multitud de turistas estaba situada a lo largo del borde de las losas de doscientos años de antigüedad y hacía fotos del fuego de la llama eterna.
Los ojos de Luke se dirigieron a la pared baja de granito, en el borde del monumento. Justo encima de la pared, pudo ver el Monumento a Washington al otro lado del río. El muro en sí tenía numerosas inscripciones, recogidas del discurso inaugural de Kennedy. Una famoso captó la atención de Luke:
NO PREGUNTES LO QUE TU PAÍS PUEDE HACER POR TI...
—El arma que Martínez usó para suicidarse tenía la inscripción El Poder Da La Razón en la empuñadura. La Oficina rastreó el arma y descubrió que había sido utilizada previamente para cometer dos asesinatos, al estilo de ejecución, que se cree que están asociados con las guerras del narcotráfico de Baltimore. Uno fue el asesinato por tortura de Jamie 'El Padrino' Young, el líder anterior de los Sandtown Bloods.
SINO LO QUE PUEDES HACER TÚ POR TU PAÍS.
Murphy se encogió de hombros. —Todos estos apodos: Padrino, Cadillac… Debe ser difícil hacer un seguimiento de ellos.
Luke siguió. —De alguna manera, ese arma siguió su camino desde Baltimore hacia el sur, hasta la habitación de hospital de Martínez, en Carolina del Norte.
Murphy volvió a mirar a Stone. Ahora sus ojos eran planos y muertos. Eran los ojos de un asesino. Si Murphy había matado a un hombre antes, había matado a cien.
—¿Por qué no vas al grano, Stone? Di lo que piensas, en vez de contarme una fábula para niños sobre capos de la droga y hombres de atraco a mano armada.
Luke estaba tan enfadado que casi podría darle un puñetazo a Murphy en la boca. Estaba cansado e irritado. Tenía el corazón roto por la muerte de Martínez.
—Sabías que Martínez quería suicidarse... —comenzó.
Murphy vaciló. —Tú mataste a Martínez, —dijo. —Mataste a todo el escuadrón. Tú, Luke Stone, los has matado a todos. Yo estaba allí, ¿recuerdas? Asumiste una misión, que sabías que era un desastre, porque no querías anular la orden de un maníaco con ansias de muerte. Y todo esto... ¿para qué? ¿Para avanzar en tu carrera?
—Le diste el arma a Martínez, —dijo Luke.
Murphy sacudió la cabeza. —Martínez murió aquella noche en la colina. Como todos los demás. Pero su cuerpo era demasiado fuerte para darse cuenta de ello, sólo necesitaba un empujón.
Se miraron el uno al otro durante un largo momento. Por un instante, en su mente, Luke volvió a la habitación del hospital de Martínez. Las piernas de Martínez estaban destrozadas y no se las pudieron salvar. Una había desaparecido a la altura de la pelvis, la otra por debajo de la rodilla. Todavía podía usar sus brazos, pero estaba paralizado justo por debajo de la caja torácica. Era una pesadilla.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por la cara de Martínez. Golpeó la cama con los puños.
—Te dije que me mataras, —dijo con los dientes apretados. —Te dije... que... me... mataras. Ahora mira esto... este desastre.
Luke lo miró fijamente. —No podía matarte. Eres mi amigo.
—¡No digas eso! —dijo Martínez. —Yo no soy tu amigo.
Luke se sacudió el recuerdo. Estaba de vuelta a una colina verde en Arlington, en un día soleado de principios de verano. Estaba vivo y, sobre todo, bien. Y Murphy todavía estaba aquí, ofreciendo su versión. No la que Luke quería escuchar.
Había una multitud de personas a su alrededor, mirando la llama de Kennedy y murmurando por lo bajo.
—Como de costumbre, —dijo Murphy. —Luke Stone decide en favor de un ascenso. Ahora se encuentra trabajando para su antiguo oficial al mando, en una agencia de espionaje civil súper secreta. ¿Tienen buenos juguetes allí, Stone? Por supuesto que sí, si Don Morris lo está dirigiendo. ¿Secretarias guapas? ¿Coches rápidos? ¿Helicópteros negros? Es como un programa de televisión, ¿verdad?
Luke sacudió la cabeza. Era hora de cambiar de tema.
—Murphy, desde que desapareciste sin permiso, hemos detectado una serie de robos a mano armada en solitario, en ciudades del nordeste. Has fijado tu objetivo en pandilleros y traficantes de drogas, que sabes que se están llevando grandes cantidades de dinero en efectivo y que no van a denunciar...
Sin previo aviso, el puño derecho de Murphy salió volando hacia arriba. Se movió como un pistón, entrando en contacto con la cara de Luke justo por debajo del ojo. La cabeza de Luke voló hacia atrás.
—Cállate, —dijo Murphy. —Hablas demasiado.
Luke dio un paso tambaleante y se estrelló contra la persona que había detrás de él. Cerca, alguien más jadeó. El sonido fue fuerte, como una bomba hidráulica.
Luke retrocedió varios pasos, abriéndose paso a través de los cuerpos. Por una fracción de segundo, tuvo una sensación flotante familiar. Sacudió la cabeza para despejar las telarañas. Murphy le había dado un buen golpe y no había acabado.
Aquí venía de nuevo.
La gente pasaba por ambos lados, tratando de alejarse de la pelea. Una mujer con sobrepeso, bien vestida con una falda beige y una chaqueta a juego, se cayó sobre las losas entre Luke y Murphy. Dos hombres se apresuraron a ayudarla a levantarse. Al otro lado de este pequeño montón, Murphy sacudió la cabeza con frustración.
A la derecha de Luke había una barrera metálica baja, que separaba a los visitantes de la llama eterna. Pasó sobre ella, sobre los anchos adoquines y salió al descubierto. Murphy lo siguió. Luke se quitó la chaqueta del traje, revelando la funda y su pistola de servicio debajo. En ese momento alguien gritó.
—¡Una pistola! ¡Tiene una pistola!
Murphy la señaló con una media sonrisa en su rostro. —¿Qué vas a hacer, Stone? ¿Dispararme?
La multitud de personas salió corriendo colina abajo, un éxodo masivo de humanidad, moviéndose rápidamente.
Luke desabrochó la funda y la dejó caer sobre los adoquines. Rodeó a su derecha, dejando la llama eterna de la tumba de John F. Kennedy justo detrás de él, los marcadores de las tumbas planas de la familia Kennedy frente a él. A lo lejos, vislumbró de nuevo el Monumento a Washington.
—¿Seguro que quieres hacer esto? —dijo Luke.
Murphy cruzó la parte frontal de una de las lápidas de Kennedy.
—No hay nada más que quiera hacer.
Las manos de Luke estaban levantadas. Sus ojos se centraron en Murphy. Todo lo demás se volvió borroso. Veía a Murphy como la idea de un hombre bañado por una luz extraña, como un foco. Murphy tomó la iniciativa. Pero Luke era más fuerte.
Hizo un gesto con los dedos de su mano derecha.
—Vamos entonces.
Murphy atacó. Hizo un amago de dar un golpe por la izquierda, pero entró duro por la derecha. Luke lo esquivó y le dio con su propia mano derecha. Murphy empujó el brazo derecho de Luke. Ahora estaban cerca. Justo donde Luke quería estar.
De repente estaban luchando. Luke dio una patada a la pierna de Murphy, lo hizo elevarse y le hizo caer al suelo con un ruido sordo. Luke pudo sentir el impacto del cuerpo de Murphy, las losas vibraron con él. La cabeza de Murphy rebotó en la plataforma áspera y redonda de piedra que albergaba la llama de Kennedy.
La mayoría de los hombres estarían acabados. Pero no Murphy. No un miembro de las Delta.
Su mano derecha emergió otra vez. Sus dedos desgarraron la cara de Luke, tratando de encontrar sus ojos, pero Luke echó la cabeza hacia atrás.
Ahora llegó un puñetazo de Murphy desde la izquierda. Golpeó un lado de la cabeza de Luke, haciendo que sus oídos retumbaran.
Aquí venía la derecha otra vez. Luke lo bloqueó, pero Murphy se estaba levantando del suelo. Se lanzó hacia Luke y los dos se cayeron hacia atrás, con Murphy encima. El recipiente de metal que sostenía la llama de quince centímetros de alto, estaba justo a la derecha de Luke.
Sopló una brisa y el fuego estaba sobre ellos. Luke podía sentir el calor.
Con toda su potencia, agarró a Murphy y rodó con fuerza hacia su derecha. La espalda de Murphy se chocó con la llama eterna. El fuego surgió a su alrededor, a medida que rodaban por encima de ella. Luke aterrizó sobre su lado izquierdo y usó su impulso para continuar rodando.
Se subió encima de Murphy y agarró su cabeza con ambas manos.
Murphy lo golpeó en la cara.
Luke se encogió de hombros y estrelló la cabeza de Murphy contra el hormigón.
Las manos de Murphy intentaron alejarlo.
Luke volvió a golpearle la cabeza.
—¡DETÉNGANSE! —gritó una voz grave.
El cañón de un arma de fuego fue presionado en la sien de Luke. Le estaban empujando ahí, con fuerza. Por el rabillo del ojo, Luke vio dos grandes manos negras sosteniendo el arma y un uniforme azul que se cernía detrás de ellos.
Al instante, Luke levantó las manos al aire.
—Policía, —dijo la voz, ahora un poco más tranquila.
—Oficial, soy el Agente Luke Stone, del FBI. Mi placa está en esa chaqueta de allí.
Ahora había más uniformes azules. Rodearon a Luke, alejándolo de Murphy. Lo empujaron hacia el suelo y lo sostuvieron boca abajo contra las losas. Se puso lo más suave posible, sin oponer resistencia. Las manos vagaron por su cuerpo, cacheándolo.
Miró a Murphy. Murphy estaba recibiendo el mismo tratamiento.
Espero que no tengas un arma, pensó Luke.
En un momento, hicieron que Luke se pusiera de pie. Él miró a su alrededor, había diez policías. En el extremo más alejado de la acción, apareció una figura familiar. El gran Ed Newsam, observando desde una distancia prudente.
Un policía le entregó a Luke su chaqueta, su funda y su placa.
—Bien, Agente Stone, ¿cuál es el problema?
—No hay ningún problema.
El policía hizo un gesto a Murphy. Murphy se sentó en las losas, con los brazos alrededor de las rodillas. Sus ojos parecían un poco confusos, pero volvían en sí.
—¿Quién es ese tipo?
Luke suspiró y sacudió la cabeza. —Es un amigo mío. Un viejo amigo del Ejército. —esbozó la sombra de una sonrisa y se frotó la cara. La mano salió ensangrentada. —Ya sabe, a veces se tienen estas reuniones...
La mayoría de los policías ya se estaban alejando.
Luke miró a Murphy, quien no estaba haciendo ningún esfuerzo por levantarse. Luke metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una tarjeta de visita. La miró por un segundo.
Luke Stone, Agente Especial.
En la esquina estaba el logo del Equipo de Respuesta Especial. Debajo el nombre de Luke había un número de teléfono que conducía a una secretaria en la oficina. Había algo absurdamente agradable en esa tarjeta.
Le dio la vuelta en dirección a Murphy.
—Aquí, idiota. Llámame. Te iba a ofrecer un trabajo.
Luke le dio la espalda a Murphy y caminó hacia Ed Newsam. Ed llevaba puesta una camisa de vestir y una corbata oscura y tenía una chaqueta echada sobre su hombro. Era tan grande como una montaña. Sus músculos se ondulaban debajo de su ropa. Su cabello y barba eran negros como el azabache. Su rostro era joven, no había una sola arruga en su piel.
Sacudió la cabeza y sonrió. —¿Qué estás haciendo?
Luke se encogió de hombros. —Realmente, no lo sé. Y tú, ¿qué estás haciendo?
—Me enviaron a buscarte, —dijo Ed. —Tenemos una misión. Rescate de rehenes. Alta prioridad.
—¿Dónde? —dijo Luke.
Ed sacudió la cabeza. —Clasificado. No lo sabremos hasta la rueda de prensa. Pero quieren que estemos listos tan pronto como termine la sesión informativa.
—¿Cuándo es la sesión informativa?
Ed ya se había dado la vuelta y se dirigía hacia la colina.
—Ahora.