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CAPÍTULO DOS
Оглавление10:15 Hora del Este
Gabinete de Crisis
La Casa Blanca, Washington, DC
—Parece que ha sido una misión mal diseñada, —dijo un asistente. —El problema aquí es la negación plausible.
David Barrett, de casi un metro ochenta de altura, miró hacia el hombre. El ayudante era rubio, de cabello fino, un poco gordo, con un traje que le quedaba demasiado grande por los hombros y demasiado pequeño alrededor de la cintura. El hombre se llamaba Jepsum. Era un nombre desafortunado para un hombre desafortunado. A Barrett no le gustaban los hombres que medían menos de un metro ochenta y no le gustaban los hombres que no se mantenían en forma.
Barrett y Jepsum se movían rápidamente por los pasillos del Ala Oeste, hacia el ascensor que los llevaría al Gabinete de Crisis.
—¿Sí? —dijo Barrett, cada vez más impaciente. —¿Negación plausible?
Jepsum sacudió la cabeza. —Correcto. No tenemos ninguna.
Una falange de personas caminaba junto a Barrett, delante de él, detrás de él, a su alrededor: ayudantes, pasantes, hombres del Servicio Secreto, personal de varios tipos. Una vez más, y como siempre, no tenía ni idea de quiénes eran la mitad de estas personas. Eran una masa enmarañada de humanos, que avanzaba a toda velocidad, y él les sacaba una cabeza a casi todos ellos. El más bajo de ellos podría pertenecer a una especie completamente diferente a la suya.
La gente de baja estatura frustraba a Barrett y más aún, verlos todos los días. David Barrett, el Presidente de Estados Unidos, había vuelto al trabajo demasiado pronto.
Sólo habían pasado seis semanas desde que su hija Elizabeth fue secuestrada por terroristas y luego rescatada por comandos estadounidenses, en una de las operaciones encubiertas más arriesgadas de los últimos tiempos. Él se vino abajo durante la crisis. Había dejado de interpretar su papel, ¿quién podría culparlo? Después, había estado destrozado, agotado, y tan aliviado de que Elizabeth estuviera sana y salva, que no tenía palabras para expresarlo plenamente.
Toda la multitud se metió en el ascensor, amontonándose en su interior como sardinas en lata. Dos hombres del Servicio Secreto entraron con ellos en el ascensor. Eran hombres altos, uno negro y otro blanco. Las cabezas de Barrett y sus protectores se cernían sobre todos los demás como estatuas de la Isla de Pascua.
Jepsum todavía lo estaba mirando, sus ojos tan sinceros casi parecían los de una cría de foca. —... y su embajada ni siquiera va a reconocer nuestras comunicaciones. Después del fiasco del mes pasado en las Naciones Unidas, no creo que podamos anticipar mucha cooperación.
Barrett no podía seguir a Jepsum, pero a lo que sea que estuviera diciendo, le faltaba contundencia. ¿No tenía el Presidente a su disposición hombres más fuertes que este?
Todos hablaban a la vez. Antes de que Elizabeth fuera secuestrada, Barrett solía lanzar una de sus legendarias diatribas sólo para que la gente se callara. Pero, ¿y ahora? Él simplemente permitía a todo este barullo de gente que divagara, el ruido del parloteo le llegaba como una forma de música sin sentido. Dejó que lo impregnara.
Barrett había vuelto al trabajo hacía ya cinco semanas y el tiempo había pasado en una imagen borrosa. Había despedido a su Jefe del Estado Mayor, Lawrence Keller, a raíz del secuestro. Keller era otro tapón, un metro sesenta y cinco en el mejor de los casos, y Barrett había llegado a sospechar que Keller le era desleal. No tenía ninguna evidencia de ello y ni siquiera podía recordar bien por qué lo creía, pero, en cualquier caso, pensó que deshacerse de Keller era lo mejor.
Pero ahora, Barrett estaba sin la calma suave y gris de Keller y sin su implacable eficiencia. Cuando Keller se fue, Barrett sintió que iba a la deriva, con cabos sueltos, incapaz de dar sentido a la avalancha de crisis, mini desastres e información banal que lo bombardeaban a diario.
David Barrett comenzaba a pensar que estaba teniendo otra crisis. Tenía problemas para dormir. ¿Problemas? Apenas podía dormir. A veces, cuando estaba solo, comenzaba a hiperventilar. Algunas veces, a altas horas de la noche, se encontraba encerrado en su baño privado, llorando en silencio.
Pensó que le sentaría bien ir a terapia, pero cuando eres el Presidente de Estados Unidos, tener trato con un psiquiatra no es una opción. Si los periódicos se enteraran, y los canales de televisión por cable... no quería pensar en eso.
Sería el fin, por decirlo suavemente.
El ascensor se abrió hacia la sala del Gabinete de Crisis, con forma ovalada. Era moderna, como la cabina de mando de una nave espacial de la televisión. Había sido diseñada para aprovechar al máximo el espacio: pantallas grandes incrustadas en las paredes cada medio metro y una pantalla de proyección gigante en la pared del fondo, al final de la mesa.
A excepción del propio asiento de Barrett, todos los lujosos asientos de cuero en la mesa ya estaban ocupados: hombres con sobrepeso vestidos con trajes, hombres delgados y militares con uniforme, rectos como palos. Un hombre alto vestido con uniforme de gala estaba en la cabecera de la mesa.
Altura. Era tranquilizador de alguna manera. David Barrett era alto, y durante la mayor parte de su vida había sido una persona sumamente segura. Este hombre que se preparaba para dirigir la reunión también debería estar seguro de sí mismo. De hecho, exudaba confianza y mando. Este hombre, este general de cuatro estrellas...
Richard Stark.
Barrett recordaba que no se preocupaba mucho por Richard Stark. Pero en este momento, él no se preocupaba mucho por nadie. Y Stark trabajaba en el Pentágono. Tal vez el general podría arrojar algo de luz a este último y misterioso revés.
—Cálmense, —dijo Stark, cuando parte de la multitud que había salido del ascensor se movía hacia sus asientos.
—¡Señores! Cálmense. El Presidente está aquí.
La sala quedó en silencio. Algunas personas continuaron murmurando, pero incluso eso se extinguió rápidamente.
David Barrett se sentó en su silla de respaldo alto.
—Está bien, Richard, —dijo. —No importan los preliminares. No importa la lección de historia. Ya hemos escuchado todo eso antes. Sólo dime, en el nombre de Dios, qué está pasando.
Stark deslizó unas gafas de lectura negras sobre su rostro y miró las hojas de papel en su mano. Respiró hondo y suspiró.
En las pantallas alrededor de la sala, apareció una masa de agua.
—Lo que estamos viendo en las pantallas es el Mar Negro, —dijo el general. —Hasta donde sabemos, hace unas dos horas, un pequeño sumergible con tres hombres, propiedad de una compañía estadounidense llamada Poseidon Research estaba operando muy por debajo de la superficie, en aguas internacionales, a más de cien kilómetros al sureste de Yalta, en la península de Crimea. Parece haber sido interceptado y capturado por integrantes de la Armada rusa. La misión declarada del submarino era encontrar y marcar la ubicación de un antiguo barco comercial griego, que se cree que se hundió en esas aguas hace casi mil quinientos años.
El Presidente Barrett miró al general mientras cogía aire. Eso no parecía nada malo. ¿A qué venía todo este alboroto?
Un submarino civil estaba haciendo exploración arqueológica en aguas internacionales. Los rusos estaban reconstruyendo su fuerza después de unos quince años desastrosos, más o menos, y querían que el Mar Negro volviera a ser su propio lago privado. Entonces se habían irritado y se habían pasado de la raya. Bien, había que presentar una queja ante la embajada y recuperar a los científicos. Tal vez incluso recuperar también el submarino. Todo era un malentendido.
—Perdóneme, general, pero esto parece algo que deberían resolver los diplomáticos. Aprecio que se nos informe de progresos de este tipo, pero parece que va a ser fácil resolver la crisis en este caso; le diremos al embajador…
—Señor, —dijo Stark. —Me temo que es un poco más complicado que eso.
Eso molestó enseguida a Barrett, el hecho de que Stark lo interrumpiera frente a una sala llena de gente. —Está bien, —dijo. —Pero ya puede ser bueno.
Stark sacudió la cabeza y volvió a suspirar. —Sr. Presidente, la Poseidon Research International es una compañía financiada y dirigida por la Agencia Central de Inteligencia. Es una tapadera. El sumergible en cuestión, el Nereus, se hacía pasar por un buque de investigación civil. De hecho, estaba en una misión clasificada, bajo los auspicios del Grupo de Operaciones Especiales de la CIA y el Mando Conjunto de Operaciones Especiales. Los tres hombres capturados incluyen a un civil con autorizaciones de seguridad de alto nivel, un agente especial de la CIA, y un miembro de los Navy SEAL.
Por primera vez en más de un mes, David Barrett sintió una vieja sensación familiar surgir dentro de él, ira. Era un sentimiento que disfrutaba. ¿Habían enviado a un submarino a una misión de espionaje en el Mar Negro? Barrett no necesitaba el mapa de la pantalla para saber la geopolítica implicada.
—Richard, con perdón de la expresión, pero ¿qué demonios estábamos haciendo con un submarino espía en el Mar Negro? ¿Queremos entrar en guerra con los rusos? El Mar Negro es su patio trasero.
—Señor, con el debido respeto, esas son aguas internacionales abiertas a la navegación, y tenemos la intención de mantenerlas así.
Barrett sacudió la cabeza. Por supuesto que sí. — ¿Qué estaba haciendo allí el submarino?
El general tosió. —Tenía la misión de conectarse a los cables de comunicación rusos, en el fondo del Mar Negro. Como sabe, desde el colapso de la Unión Soviética, los rusos arriendan el antiguo puerto naval soviético en Sebastopol a los ucranianos. Ese puerto era el pilar de la flota soviética en la región y tiene el mismo propósito para la Armada rusa. Como puede imaginar, el acuerdo es extraño.
—Las líneas telefónicas rusas y los cables de comunicación por ordenador atraviesan el territorio ucraniano en Crimea hasta la frontera con Rusia. Mientras tanto, las tensiones han aumentado entre Rusia y Georgia, justo al sur de ese punto. Nos preocupa que pueda estallar una guerra, si no ahora, en un futuro cercano.
—Georgia es muy amigable con nosotros y queremos que ellos y Ucrania se unan a la OTAN algún día. Hasta que se unan a la OTAN, son vulnerables a un ataque ruso. Recientemente, los rusos han colocado cables de comunicación a lo largo del fondo del mar desde Sebastopol hasta Sochi, eludiendo por completo los cables que cruzan Crimea.
—La misión del Nereus era encontrar la ubicación de esos cables y, si era posible, acceder a ellos. Si los rusos deciden atacar Georgia, la flota de Sebastopol lo sabrá de antemano. Nosotros queremos saberlo, también.
Stark hizo una pausa.
—Y la misión ha sido un fracaso total, —dijo David Barrett.
El general Stark no lo discutió.
—Sí, señor. Lo ha sido.
Barrett tenía que concederle crédito por eso. Muchas veces, estos tipos venían aquí y trataban de convertir una mierda en oro, justo delante de sus ojos. Bueno, Barrett ya no iba a tolerarlo, y Stark había obtenido un par de puntos, por no intentarlo siquiera.
—Por desgracia, señor, el fracaso de la misión no es realmente el mayor problema al que nos enfrentamos. La cuestión que debemos abordar en este momento es que los rusos no han reconocido que han tomado el submarino. También se niegan a responder a nuestras preguntas sobre su paradero, o las condiciones a las que se han enfrentado los hombres que estaban a bordo. Por el momento, no estamos seguro de si esos hombres están vivos o muertos.
—¿Sabemos con certeza que interceptaron el submarino?
Stark asintió con la cabeza. —Sí. El submarino está equipado con una baliza de localización por radio, que se había apagado. Pero también está equipado con un pequeño chip de ordenador que transmite su ubicación al sistema de posicionamiento global por satélite. El chip sólo funciona cuando el submarino está en la superficie. Los rusos parecen no haberlo detectado todavía. Está incrustado en lo más profundo de los sistemas mecánicos. Tendrían que desarmar todo el submarino, o destruirlo, para que el chip dejara de funcionar. Mientras tanto, sabemos que han elevado el submarino a la superficie, y lo han llevado a un pequeño puerto a varios kilómetros al sur de Sochi, cerca de la frontera con la ex república soviética de Georgia.
¿Y los hombres? —dijo Barrett.
Stark asintió y se encogió de hombros. —Creemos que están dentro del barco.
—¿Nadie sabe que se ha llevado a cabo esta misión?
—Sólo nosotros y ellos, —dijo Stark. — Nuestra mejor suposición es que puede haber habido una filtración de información reciente entre los participantes de la misión, o dentro de las agencias involucradas. Odiamos pensar eso, pero la Poseidon Research ha operado al descubierto durante dos décadas, y nunca antes ha habido indicios de que se hubiera violado su seguridad.
Entonces se le ocurrió una idea extraña a David Barrett.
¿Cuál es el problema?
Ha sido una misión secreta. Los periódicos no saben nada al respecto. Y los hombres involucrados conocían bien los riesgos que corrían. La CIA conocía los riesgos. Los jefazos del Pentágono conocían los riesgos. En algún nivel, deben haber sabido lo estúpido que era. Ciertamente, nadie le había pedido permiso al Presidente de los Estados Unidos para llevar a cabo la misión. Sólo se había enterado del asunto después de que hubiera acontecido el desastre.
Ese era uno de los aspectos que menos le gustaban, al tratar con la llamada “comunidad de inteligencia”. Tendían a contarle las cosas después de que ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto.
Por un instante, se sintió como un padre enfadado, que acaba de enterarse de que su hijo adolescente había sido arrestado por vandalismo, por la policía local. Deja que el niño se pudra en la cárcel una noche. Iré a recogerlo por la mañana.
— ¿Podemos dejarlos allí? —dijo él.
Stark levantó una ceja. —¿Señor?
Barrett miró alrededor de la habitación. Todos los ojos estaban pendientes de él. Era extremadamente sensible a las dos docenas de pares de ojos. Ojos jóvenes en las filas de atrás, ojos marchitos con patas de gallo alrededor de la mesa, ojos de búho detrás de gafas. Pero los ojos, que normalmente mostraban tanta deferencia, ahora parecían mirarlo de otra manera. Ese algo podría ser confusión, o podría ser un comienzo de...
¿Lástima?
— ¿Podemos dejarlos allí y negociar tranquilamente su liberación? Eso es lo que estoy pidiendo. ¿Aunque nos lleve algo de tiempo? ¿Aunque nos lleve un mes? ¿Seis meses? Parece que las negociaciones serían una forma de evitar otro incidente más.
—Señor, —dijo el general. —Me temo que no podemos hacer eso. El incidente ya ha sucedido.
—Bien, —dijo Barrett.
Y así como así, se cerró en banda. Con tranquilidad, como el chasquido de las ramas. Pero ya había tenido suficiente. El hombre lo había contradicho demasiadas veces. ¿Se daba cuenta de con quién estaba hablando? Barrett señaló al general con un largo dedo.
—El caballo ya está fuera del granero. ¿Es eso lo que me estás diciendo? ¡Hay que hacer algo! Tú y tus títeres en la sombra habéis hecho una jugada estúpida, sobrepasando los límites por vuestra propia cuenta y ahora queréis que el gobierno oficial, elegido popularmente, os saque de vuestro embrollo. Otra vez.
Barrett sacudió la cabeza. —Estoy harto de eso, General. ¿Qué te parece? No puedo soportarlo más. ¿De acuerdo? Mi instinto ahora me dicta dejar a esos hombres con los rusos.
David Barrett volvió a observar los ojos en la sala. Muchos de ellos ahora estaban mirando hacia otro lado, a la mesa frente a ellos, al General Stark, a los brillantes informes encuadernados con anillas de plástico. Hacia cualquier lugar, menos hacia su Presidente. Era como si hubiera tenido un accidente en los pantalones que apestaba. Era como si supieran algo que él no sabía.
Stark confirmó al instante la verdad sobre eso.
—Señor Presidente, no iba a hablar de esto, pero no me deja otra alternativa. Uno de los hombres de esa tripulación ha tenido acceso a información de naturaleza altamente sensible. Ha sido una parte integrante de las operaciones encubiertas en tres continentes durante más de una década. Tiene un conocimiento enciclopédico de las redes de espionaje estadounidenses, dentro de Rusia y China, para empezar, por no hablar de Marruecos y Egipto, así como Brasil, Colombia y Bolivia. En algunos casos, él mismo estableció esas redes.
Stark hizo una pausa. La sala estaba completamente en silencio.
—Si los rusos torturan a este hombre durante el interrogatorio, las vidas de docenas de personas, muchas de ellas importantes activos de inteligencia, podrían perderse. Peor que eso, la información a la que esas personas tienen acceso se volvería transparente para nuestros oponentes, lo que provocaría aún más muertes. Redes extensas, que hemos tardado años en construir, podrían cerrarse en un corto período de tiempo.
Barrett miró a Stark. La hiel de estas personas era impresionante.
—¿Qué estaba haciendo ese hombre en la misión, General? —el ácido goteaba en cada palabra.
—Como he indicado, señor, la Poseidon Research International había estado operando durante décadas sin sospecha evidente. El hombre se escondía a plena vista.
—Se escondía... —dijo Barrett lentamente. —A plena vista.
—Así es como se dice, señor. Sí.
Barrett no dijo nada como respuesta, sólo lo miró. Y Stark finalmente pareció darse cuenta de que sus explicaciones no eran lo suficientemente buenas.
—Señor y, de nuevo, con todo el respeto, no he tenido nada que ver con la planificación o ejecución de esta misión. No sabía nada al respecto hasta esta mañana. No formo parte del Mando Conjunto de Operaciones Especiales, ni estoy contratado por la Agencia Central de Inteligencia. Sin embargo, sí tengo confianza plena en el juicio de los hombres y mujeres que hacen...
Barrett agitó las manos sobre su cabeza, como si dijera ALTO.
—¿Cuáles son nuestras opciones, General?
—Señor, sólo tenemos una opción. Necesitamos rescatar a esos hombres. Tan rápido como podamos; si es posible, antes de que comiencen los interrogatorios. También tenemos que hundir ese submarino, eso es primordial. Pero este individuo... tenemos que rescatarlo, o eliminarlo. Mientras esté vivo y en manos de los rusos, tenemos un desastre potencial inminente.
Pasó un momento antes de que David Barrett volviera a hablar. El general quería rescatar a los hombres, lo que sugería una misión secreta. Pero la razón por la que habían sido capturados en primer lugar era una violación de seguridad. Había habido un fallo de seguridad, así que, ¿vamos a planear más misiones secretas? Era un pensamiento circular, en su máxima expresión. Pero Barrett apenas sintió la necesidad de señalarlo. Con suerte, estaba claro incluso para el imbécil más insensato en esta sala.
Entonces se le ocurrió una idea. Iba a haber una nueva misión e iba a asignarla, pero no a la CIA o al Pentágono. Ellos eran los que habían provocado este problema, y apenas podía confiar en ellos para resolverlo. Estaría hiriendo susceptibilidades al darle el trabajo a otra persona, pero estaba claro que se lo habían buscado.
Sonrió por dentro. Tan dolorosa como era esta situación, también le presentaba una oportunidad. Aquí tenía la oportunidad de recuperar parte de su poder. Era hora de sacar del juego a la CIA y al Pentágono, a la NSA, la DIA, a todas estas agencias de espionaje bien establecidas.
Saber lo que estaba a punto de hacer hizo que David Barrett volviera a sentirse como el jefe, por primera vez en mucho tiempo.
—Estoy de acuerdo, —dijo. — Los hombres deberían ser rescatados lo más rápido posible. Y sé exactamente cómo lo vamos a hacer.