Читать книгу Caminando Hacia El Océano - Domenico Scialla - Страница 12
Оглавление8.
En el desayuno, encuentro a St y al español sentados en la misma mesa. Sonríen y hablan con complicidad, no me vieron entrar y dudo un poco antes de llegar a ellos porque temo que pueda ser demasiados. Entonces decido sentarme con ellos de todos modos. El español dice que ahora se siente en forma, no le duelen los pies y también parece que su cuerpo se ha acostumbrado al ritmo del alma; esto probablemente le permitirá hacer algunos kilómetros más. No ve la hora de llegar a Santo Domingo de la Calzada.
«Es un lugar mágico, he estado allí antes, pero no a pie. Obtienes una fuerte sensación cuando caminas por las calles del centro, cerca de la catedral. Ir a visitarlo, y luego… visitar también el de Burgos. Realmente vale la pena. En el de Burgos sentirás su majestuosidad, mientras que en el de Santo Domingo encontrarás un gallo y una gallina vivos que llevan siglos allí; obviamente no siempre son los mismos» especifica, luego estalla en una carcajada de satisfacción.
St y yo nos miramos unos momentos y, cuando estoy a punto de hablar, continúa: «Eh, siempre pasa algo bonito después de visitar ese lugar. Hace siglos llegó a Santo Domingo una familia, una pareja con su hijo que hizo el Camino. La hija del dueño de la posada donde pasaban la noche los peregrinos se enamoró locamente del joven, pero no siendo correspondida, decidió poner un cáliz de plata en su alforja para poder acusarlo de robo. Luego, el niño fue condenado a muerte en la horca. Los padres, antes de irse, querían ver su cuerpo y, mientras se dirigían al lugar de ejecución, escucharon la voz de su hijo que decía que no estaba triste, porque estaba vivo, Santo Domingo lo había salvado. Los dos corrieron al juez para contar la revelación y él, riendo lo más fuerte que pudo, mientras sostenía un cuchillo y un tenedor, dijo que el niño estaba vivo al igual que el gallo y la gallina que estaba a punto de probar. Los dos pájaros se levantaron del plato en el que yacían y empezaron a revolotear por la habitación».
Ante estas palabras, el español vuelve a estallar en una carcajada hinchada y divertida que ni siquiera nosotros podemos resistir, luego se levanta, se pone la mochila al hombro y nos saluda con cariño.