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ESA VOZ QUE INVITA A REZAR Y AMAR

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Texto tomado de un artículo escrito por Don Orione en mayo de 1903 para una revista diocesana; en él el Santo indica los caminos seguros de la oración y de la Divina Providencia.

En toda Italia, y en el mundo, por otra parte hay una fatal mescla de principios, de la que depende el futuro de esta querida tierra nuestra, tan hermosa y tantas veces tan desafortunada.

La Iglesia tiene la victoria asegurada porque así se lo ha prometido el Señor; pero es voluntad de Dios que sus hijos todos, se ganen esa victoria. La mejor arma que todos podemos usar, sigue siendo siempre la oración. Queridos hermanos, que el ruido de los hombres que no comprenden las cosas del espíritu, no sofoque nunca la suave melodía de nuestras almas. Más aún, a la gritería de los insensatos que pretenden sembrar odio en el corazón del pueblo, opongámosle la armonía y la caridad de nuestras oraciones.

Recemos, pues, hermanos; acudamos a los pies de la Virgen desde donde se derraman sobre la tierra entera las aguas vivificantes de la piedad y del dulce amor de Dios. Corran a los pies de la Santísima Virgen, almas oprimidas por el dolor y acosadas por las adversidades. ¡Vayan hacia Ella, que es bondad, mansedumbre, gracia, que es la Madre de la divina misericordia!

Hay una voz que, como una oleada de bálsamo, nos invita constantemente a elevar los corazones, a rezar y amar a la Santísima Virgen... Esa voz es la voz de la civilización, que se nutre de amor y vive de conductas benévolas; es la voz de la caridad, voz que anuncia que la llama encendida por Jesús entre los hombres, no se ha apagado. Más aún, es la auténtica voz de la humanidad, dado que al hombre le resulta intolerable una vida en medio del odio, la violencia de las pasiones, en medio de crueldades de destrucción y muerte.

¡Ánimo, pues, invoquemos a la Santísima Virgen! Cerremos filas en torno a los altares de nuestra santísima y querida Madre del cielo, y recemos!

Es María, en los planes de Dios, la encargada especial de la obra de la paz universal en el mundo. Nadie mejor que Ella. Invoquémosla con todo el impulso del alma; invoquémosla, sin cesar, llenos de confianza filial; pidámosle que nos ayude a ser mejores, más fervorosos en la oración y en las obras buenas en favor de los humildes.

Y así el Señor estará con nosotros, sin ninguna duda, y la victoria no será para la prepotencia de la fuerza o la impiedad, sino para la fe activa y laboriosa, como el Señor nos lo prometió.

Un profeta de nuestro tiempo

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