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¿Qué ocurre con nuestra alimentación? ¿Nos alimentamos bien?
¿Comemos peor que antes?
Eso parece, y es que variedad no significa calidad. Hoy en día los lineales de los supermercados nos ofrecen una gran diversidad de productos, pero eso no quiere decir que todas esas opciones aporten beneficios a nuestro organismo.
El ritmo frenético de vida al que nos enfrentamos favorece que cada vez invirtamos menos tiempo en preparar nuestros propios alimentos y optemos por la comida rápida, precocinada o preparada. ¿Resultado? Consumimos más alimentos procesados ricos en grasas, sal y azúcares poco saludables, además de seguir unos hábitos, en teoría, tan poco beneficiosos para nuestra salud, que resulta curioso leer que dentro de 21 años España podría ser el país con mayor esperanza de vida del planeta, incluso por delante de Japón, según un estudio realizado por el Instituto de Medición y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, y publicado en la revista The Lancet en octubre de 2018.
Otra de las causas por las que comemos peor está relacionada con la globalización de las dietas occidentales, donde tan solo un pequeño grupo de empresas alimentarias y agrícolas deciden qué se produce, tal y como afirma Dariush Mozaffarian, decano de la Escuela Friedman de Ciencias y Políticas de Nutrición de la Universidad Tufts (Boston, EE.UU.), en un estudio donde ha analizado los hábitos alimentarios a nivel internacional. Tras analizar 325 encuestas, con una muestra que representaba casi al 90% de la población mundial, pudo observar cómo China e India registraban el aumento más alto de consumo de alimentos poco saludables, mientras que en América Latina y Europa crecían tanto el consumo de los alimentos saludables como el de los no saludables. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), y a pesar de que todavía se calcula que unos 805 millones de personas se encuentran en una situación de subalimentación, se puede decir que el hambre mundial disminuyó en 100 millones de personas entre los años 1990 y 2014; pero ¿qué alimentos consumen? A Dariush Mozaffarian no le falta razón al decir que es necesario poner atención a la calidad de las calorías que se ofrecen a los países pobres, no solo a la cantidad.
Este estudio también le permitió darse cuenta de que los jóvenes siguen una dieta menos saludable, y tradicional, que la de sus abuelos, algo preocupante dadas las consecuencias que este hecho puede tener para la salud y sobre las próximas generaciones. La industria alimentaria busca la rentabilidad de todo aquello que nos vende, poniendo a nuestro alcance, por ejemplo, productos menos perecederos que hacen más fácil su distribución y su compra masiva, así como más cómoda la vida del consumidor. Sin embargo, esto suele suponer una más baja calidad de los productos que la de sus «homónimos naturales o caseros», y si el consumo que se hace de estos productos es excesivo, el riesgo de sufrir obesidad, sobrepeso, diabetes o enfermedades cardiovasculares es muy alto.
Voy a poner algunos ejemplos. No es lo mismo hacer una tarta en casa a base de harina, mantequilla o aceite de oliva, azúcar y frutas frescas naturales que comprarla hecha, ya que esta llevará harina de peor calidad, más azúcar, aceite de palma, cuatro o cinco aditivos —colorantes, emulsionantes, saborizantes, etc.— y frutas confitadas o en conserva. No es lo mismo preparar al momento una salsa pesto casera (con albahaca, aceite de oliva virgen extra, piñones, queso de cabra y queso tipo Parma) que comprarla hecha, puesto que en su preparación se utilizarán albahaca, aceite de girasol, sal, corrector de acidez (ácido láctico), quesos, patatas, jarabe de glucosa, otros aditivos y un ridículo 1% de aceite de oliva virgen extra, que aparecerá anunciado de forma deslumbrante en la etiqueta. No son lo mismo unas albóndigas con salsa de tomate elaboradas en casa que unas en conserva a base de carnes (ternera, pollo y cerdo), tomate, guisantes, pan rallado (harina de trigo, levadura y sal), zanahorias, vino, cebolla, leche, huevo, sal, almidón de maíz modificado, tocino ahumado, apio, perejil, aceite de girasol, especias y varios aditivos: espesantes E-410 (goma garrofín) y E-415 (goma xantana), estabilizante E-407 (carragenanos), conservante E-250 (nitrito sódico) y aroma.
En definitiva, de nuevo queda demostrado que más no significa mejor y que lo que la industria alimentaria considera conveniente para nosotros, no tiene por qué ser más sano.
Muchos productos y pocos alimentos
Elegir alimentos lo más naturales posible es ganar salud. «¡Vaya evidencia!», debes estar pensando, pero mira tu nevera y te darás cuenta de lo importante que es hacer hincapié en este punto. ¿Cuántos alimentos no procesados ves? La investigación «Ingesta, perfil y fuentes de energía en la población española», que forma parte del estudio científico ANIBES (Antropometría, Ingesta y Balance Energético en España) y que fue publicada en la revista Nutrients en 2015, demuestra que la población española consume una media de 1.800 kilocalorías al día y se alimenta principalmente de productos derivados de los cereales. Este grupo de alimentos supone un 27,4% de la dieta diaria, del cual un 11,6% lo consumimos en forma de pan, un 6,8% como bollería y pastelería, un 4,5% a través de los granos y las harinas, un 3,6% en forma de pasta y un 1% como cereales de desayuno y barritas de cereales. Por otro lado, obtenemos las proteínas, en su mayoría, de la carne y sus derivados, y nuestro consumo de frutas y verduras representa menos del 10% de las kilocalorías ingeridas. De manera que, aunque nos parece que comemos mucho en realidad tomamos pocos alimentos, con muchas calorías y escasos nutrientes.
Al escoger alimentos naturales, lo que hacemos es ofrecer a nuestro cuerpo, entre otros, vitaminas, minerales, ácidos grasos y fibra, que ayudarán a controlar el peso y la glucosa, a reducir el colesterol, a prevenir la diabetes… Sin embargo, los alimentos procesados pueden estar cargados de grasas, azúcares y sal, que los hacen más apetecibles, con lo que despiertan nuestras ganas de ingerirlos y, como consecuencia, aumentan las probabilidades de que comamos más de lo necesario. Además, nos ahorramos el tiempo de elaborarlos y los devoramos con rapidez en cualquier momento y lugar. Y cuando comemos de más y no gastamos esa energía sobrante, ya sabemos lo que ocurre, que esta se acumula en forma de grasa y es fácil caer en el sobrepeso y la obesidad. Por lo tanto, apuesta por los alimentos naturales y ¡cómelos despacio!
De todas maneras, tampoco deseo ser categórico, porque hay alimentos procesados, como las verduras congeladas o las legumbres, el pescado y las frutas en conserva sin azúcar añadido, entre otros, que sí son saludables.
Comer seguro no es comer sano
Los controles sanitarios que deben pasar todos los productos destinados al consumo humano garantizan su seguridad al 100%, pero eso no quiere decir que sean saludables. Un ejemplo muy sencillo: las magdalenas que compras envasadas en el supermercado, ¿dirías que son seguras? Por supuesto. Pero ¿son saludables? No. Por muy tradicional que sea la receta, es muy difícil que este tipo de productos sea saludable, y por eso se recomienda consumirlo de manera puntual, no a diario.
Los problemas de salud a los que se enfrenta nuestra sociedad en raras ocasiones tienen que ver con intoxicaciones o cuestiones similares, sino que lo que realmente nos preocupa son enfermedades como la diabetes o tener el colesterol elevado, situaciones que están directamente relacionadas con dietas donde predominan los alimentos muy calóricos, un exceso de azúcares y de grasas saturadas y pocos nutrientes. Y es que para consumirlos basta con abrir una bolsa de plástico, u otro envase, y llevárnoslos a la boca, así de fácil… ¡y de rápido!