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La trama bipolar

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El arte de vencer se aprende en las derrotas.

Simón Bolívar

Tal como ya expresé en el libro La bipolaridad como don, la historia personal del paciente bipolar revela que, de niño, sintió que no recibía el amor, el cuidado, la protección ni el sostén que necesitaba, de modo que creció bajo la impresión de estar sujeto a una insuficiencia afectiva. Esta creencia no sólo está guardada en la memoria emocional, sino que también se encuentra registrada en el sistema nervioso como una huella, como un circuito resistente a una fácil modificación.

Su interpretación de esta insuficiencia como desamor, su error cognitivo fatal, fue determinante para la constitución posterior de su sufrimiento bipolar. Atribuyó tal carencia a una condición de desamor: “Si no me aman, es porque no lo merezco, y si no merezco, es porque no valgo nada”. De este modo, la autoestima, la autoconfianza, la firmeza y la seguridad personal quedaron fuertemente dañadas y quebradas.

A partir de estas premisas, ese niño fue inscribiendo en su psiquismo una serie de pautas mentales no menos importantes. Si “no valgo nada”, es porque “soy indigno”, entonces “está bien que no me quieran y que las cosas en la vida me sean hostiles” (el círculo vicioso de la depresión) o “no me importa que me den”, “estoy indignado”, “no necesito nada” (círculo vicioso de la manía).

Frente a esta situación, la pregunta que surge es, entonces, bajo qué condiciones psicológicas e históricas se hace posible que estos dos estados afectivos (depresión y manía) se combinen en una persona y se transformen en un malestar que la carcome.

La respuesta no es simple. Podría decirse que las personas bipolares son fuertemente ambivalentes frente a su propio Yo, que no han podido “decidir” por el aceptarse o rechazarse. En el polo depresivo, manifiestan una fuerte hostilidad hacia sí mismas; en la manía, un extremado amor. Se aman y se odian, sin poder conciliar ambos aspectos en una misma realidad. “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada” —dice en este poema Fernando Pessoa, pero luego agrega—: “Aparte de esto, tengo en mí / todos los sueños del mundo”; es decir, hay conciencia (suponemos dolorosa) de ser nada, o sea hay un sentimiento de odio, de autodesprecio por ello, pero, al mismo tiempo, este yo poético tiene sueños de una vida distinta, es decir, está “enamorado” de esa parte de su ser que tiene proyectos.

Este ir y venir de un lado al otro es un ciclo que transcurre entre períodos de intensificación y atenuación de sentimientos de culpa y remordimiento, entre sentimientos de aniquilación y omnipotencia, de castigo y de reiteración del pecado, de expiación y de transgresión, de depresión y de euforia, de tragedia y de sátira. En última instancia, entre hambre y saciedad, patrón básico en el cual el ser alimentado quedó ligado, desde los primeros tiempos de vida, al ser amado y el hambre al ser rechazado. Pero, además, el bipolar experimenta este rechazo como una derrota y la saciedad como un triunfo. En cada logro se siente amado, en cada fracaso no querido. Tiene que aprender que no hay fracasos ni aciertos, sólo experiencia, y que en cada oportunidad en que vive una derrota puede aprender el arte de vencer.

La bipolaridad como oportunidad

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