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BREVÍSIMO PRÓLOGO A UN NO-LIBRO
ОглавлениеPermítame el lector hacer una confesión íntima y directa. No creo que éste sea un libro.
Al menos, uno al cual los hábitos y las buenas costumbres nos han conformado. Éste no es un texto con sus capítulos y páginas ordenadas para evitar, por si acaso, algún traspié en el confortable discernimiento del lector.
Es un material que se presenta, como dice el autor, organizado en siete estaciones —con todo lo mágico que el número siete y la palabra estación encarnan— que fluyen como siete pasos de un sendero de reflexión.
En realidad, está planteado con tan extraordinario ritmo y belleza que uno puede abrir la página en cualquier tramo de sus contenidos, sin otra premisa que el azar o la atracción que sin duda despierta algún título en especial. Todo ello sin perder claridad y armonía en el sentido reflexivo de cada artículo.
¿Por qué un prólogo brevísimo? Por dos razones: la primera es que en general algunos prólogos son aburridos ad nauseam, y en homenaje al lector y al autor me gustaría evitar ese pecado. La segunda es que, luego de haber leído con gran pasión esta obra de Eduardo Grecco, me parece una herejía demorar al lector su excitante tránsito por los siete senderos propuestos.
¿Quién es Eduardo Grecco? Difícil pregunta para alguien que experimenta una íntima gratitud y admiración a un maestro insólitamente circunstancial. Más complejo aún si la respuesta fluye de la palabra escrita. Lo que es transparente y preciso en el silencio del afecto, inevitablemente se fragmenta en la palabra.
Borges decía que no hay encuentros casuales sino citas. Algo así me ocurrió con Eduardo. Cuando leí por primera vez Despertando el don bipolar (digo por primera vez porque vuelvo recurrentemente a él) quedé impactado por su integridad profesional.
Su estilo literario, la mesura de sus ideas me hacían intuir a un hombre en quien podía confiar y ser capaz de honrar mi confianza. Luego, como sucede con las personas abiertas y sencillas, fue muy fácil intercambiar con él algunos correos electrónicos. Después, la “cita” borgeana se tornó real. Para ese entonces le había comentado que se iba a publicar un libro mío. Él me aclaró que justamente en noviembre viajaría a Buenos Aires. Yo le dije que la presentación del libro se haría en un auditorio de la calle Florida. Entonces unos días antes nos encontramos. Nos saludamos como si hubiésemos retomado una amistad truncada veinte años atrás. Almorzamos en un recoleto restaurante del microcentro. De inmediato supe que me hallaba ante alguien intelectualmente íntegro, un poeta capaz de descarnar la belleza y la crueldad humana con los ojos vulnerables e inocentes de un niño.
Hablamos sin prisa, sin apremios. Creo que me sentí por un instante como un paciente confiado ante su médico querido. Es interesante de dónde proviene la palabra médico: Medeos —actitud compasiva de una persona que cuida a otra. Eduardo es en esencia una persona compasiva que no necesita imagen alguna para relacionarse con el otro. Es sólo tal como es. No es imagen ni personaje, es alguien que está con uno en total silencio aunque se le escuche hablar. Las imágenes de Eduardo aparecen después de conocerlo, sólo cuando él no está. Pero las imágenes son palabras, algunas proyecciones del afecto evocado. Si el lector las necesita, ahí va la pregunta:
¿Qué imágenes evocan en usted palabras como: serena escucha, tibieza gestual, empática ternura, lúcido miramiento, inclusión total del otro, plenamente el otro (hétero) intensamente escuchado? ¿Qué descripción podría ajustarse plenamente a un psicoanalista cuyos trabajos desnudan su alma en el sufrimiento (la visión del paciente, su totalidad, su subjetividad) más que en la enfermedad, en la sanación de una persona sojuzgada por el miedo, más que en el éxito terapéutico?
Siento que la mejor manera de aproximar la ética de Eduardo Grecco al lector es ceder al impulso de transcribir un párrafo de uno de sus breves artículos: “Cuando se escoge a un terapeuta” (pág. 92).
Cuando uno escoge a un terapeuta, debe ser uno el que escoge. Ni la familia, ni los amigos, ni la desesperación, ni “el que sea”. Elegir a un terapeuta es tomar la decisión de enfrentarse a un espejo que nos va a devolver la imagen que de nosotros no queremos ver. Entonces, cuando estén pensando en elegir a un terapeuta, un hermano mayor que los guíe a la libertad, que los ayude a romper con la esclavitud de sus desdichas, no piensen en títulos académicos u honores profesionales: sólo piensen en si esa persona es alguien a quien ustedes pueden amar y alguien capaz de amarlos. ¿Por qué? Porque las técnicas curan, pero lo que realmente sana es la relación. Y es por eso que el epígrafe de San Agustín que elegí para este tema tiene tanta relevancia a cuenta de dar explicación de un fracaso terapéutico: el terapeuta no ha estado con el paciente cuando el paciente estuvo allí dando lo mejor que podía dar: su presencia. Ésta es la primera causa de que las cosas no funcionen en un tratamiento terapéutico.
Es todo. Espero que usted, amable lector, disfrute como yo el remanso terapéutico que propone esta obra. Los siete senderos del no-libro La bipolaridad como oportunidad - ¿QUIÉN se ha subido a mi hamaca? es una maravillosa bendición para pacientes, familiares, especialistas en esa encerrona trágica llamada bipolaridad, y para quien desee asomarse al miedo bipolar y a su sanación desde una perspectiva que Kahlil Gibran propone bellamente:
Eres bueno cuando eres uno contigo mismo.
Sin embargo, cuando no eres uno
contigo mismo, no eres malo.
Juan Magliano
Buenos Aires, primavera de 2006