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“Amor cuerdo, no es amor”

—José Martí

Dicen que en literatura también hay un zodiaco. Tal vez estoy maldita por haber nacido bajo el signo de Rimbaud. No sé si la culpa fue de mis padres, del destino o de los astros. Ahora solo estoy segura que la casualidad no existe cuando te engendran bajo la constelación del escritor.

Siempre he pensado que lo más difícil de esta profesión es comenzar a redactar un nuevo texto. Las palabras no suelen presentarse con facilidad cuando te presionas a ti misma para encontrar la inspiración. Si en verdad tienes la paciencia y capacidad de llegar al final del texto entenderás por qué creo que esta historia es en realidad un cuento de hadas: no tiene principio, tampoco tendrá un final.

No es ningún secreto que vine a Cuba para borrarte completamente de mi mente. Debí haberme dado cuenta hace mucho tiempo que se trataba de una tarea imposible, debí saber desde un principio que me seguirías permanentemente mientras caminaba por las viejas calles de La Habana. Es solo después de un par de semanas recorriendo la isla que me doy cuenta de que me será imposible dejarte ir.

Hoy me encuentro sola en un lujoso hotel del Parque Central intentando comenzar a escribir mi último relato. Es mucho más fácil culpar al clima y no a la falta de imaginación el que me esté costando tanto trabajo empezar. Debo reconocer que siempre tuviste razón… ¡claro que me advertiste que el calor era insoportable en Cuba en esta época del año! Es tan sofocante que apenas te quedan energías para poder pensar. También sé que debo hacer un mayor esfuerzo para poder concentrarme. Después de todo, tal vez no me quede mucho tiempo ya.

Por supuesto que me gustaría que las personas siempre recordaran las primeras palabras contenidas en esta nota. Claro que deseo que sean tan memorables para el lector como las de Scaramouche de Sabatini: “Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio”.

Pero hace mucho tiempo descubrí que no tengo el talento de Sabatini para las letras. Y por supuesto que jamás llegué a construir ningún patrimonio. Es por eso por lo que iniciaré este relato de la forma más sencilla posible:


Pueden ustedes llamarme Owen.

Nieves en La Habana

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