Читать книгу Nieves en La Habana - Eduardo J. Pérez Ríos - Страница 9

Оглавление

III

Entre semana comparto un despacho con un contador retirado de apellido Gómez-Letras. Nuestra austera oficina está en el segundo piso de un viejo edificio patrimonio de la ciudad ubicado en la esquina de la Avenida Presidente Cruz-Mori y la calle del cura Periñón.

Gómez-Letras, quien a pesar de lo rimbombante de su apellido, es solo descendiente de una prominente familia de plomeros originaria de la Ciudad de México, llegó a ser el contralor general de un importante corporativo inmobiliario hasta que una rara enfermedad reumática truncó su vida y su carrera. Ya sea por lástima de alguno de los dueños de la empresa, o porque Gómez-Letras sabía demasiados secretos sobre la mala fiscalización del corporativo, mi compañero de oficina jamás fue despedido a pesar de su condición y se hizo acreedor a una temprana y jugosa jubilación.

Desde hace muchos años, Gómez-Letras no tiene ninguna responsabilidad laboral importante que atender. Mi compañero de oficina no tiene un horario fijo de trabajo y por lo mismo casi nunca está en el despacho antes de la una de la tarde. En ocasiones he llegado a pensar que me rentó un espacio solo para no sentirse más solo de lo que ya está.

Cuando Gómez-Letras llega a la oficina siempre me saluda cordialmente diciendo:

—Buenas tardes, Owen, ¿se ofreció algo?

Nunca sé qué responder. Simplemente contesto a mi vecino moviendo la cabeza de lado a lado en señal de negación. Como si se tratara de un extraño ritual consagrado al dios de los oficinistas, después de pronunciar estas palabras, el contador se dirige inmediatamente a su lugar y comienza a sacar lentamente de un maltratado portafolios de piel café un sinnúmero de papeles y servilletas con cosas escritas en su peculiar caligrafía. Mi amigo tarda casi tres cuartos de hora acomodando las anotaciones sobre su escritorio y después solo se sienta todo el día a escribir más cosas en más papeles y más servilletas.

—Yo también quiero ser escritor como usted, don Owen. Estoy editando mi novela en horarios de oficina. Pero prométame que no dirá nada. No quiero que la empresa me corra si se enteran —dice Gómez-Letras cuando se da cuenta que contemplo fascinado su ritual. ¡Cómo no apreciar a mi despistado y excéntrico casero!

Nieves en La Habana

Подняться наверх