Читать книгу La huerta de La Paloma - Eduardo Valencia Hernán - Страница 12
ОглавлениеPalacio de la Generalitat.
Primeras horas de la mañana del sábado ١٨ de julio
Federico Escofet, comisario general de Orden Público de la Generalitat, hace días que no duerme con tranquilidad. Viste de paisano, aunque se le haya repuesto en su antiguo cargo de capitán de caballería por el Gobierno del Frente Popular.
Desde el 6 de octubre de 1934, a raíz de la intentona golpista encabezada por el presidente Companys y animado por un elevado grupo de catalanistas enfervorizados, vive en un auténtico calvario dentro del estamento militar por su más que comprometedora actitud ante los sublevados en esos días. El rechazo de sus compañeros de armas, mayoritariamente adscritos a la UME, es notoria. Se le considera un traidor pues, al fin y al cabo, fue condenado a muerte y expulsado del Ejército.
Su nueva ocupación no le permite mucho tiempo para la reflexión y el desánimo. Está en permanente contacto con su jefe directo, el propio Companys. Este es su protector más directo, a quien le aconseja y le informa de los últimos movimientos tanto en la calle como en los acuartelamientos. En sus archivos tiene almacenados infinidad de documentos comprometedores referidos a militares, políticos, familias de renombrado prestigio, estudiantes e incluso futbolistas. Todos comprometidos de alguna forma con la más que probable sublevación militar.
—Buenas tardes, Escofet. ¿Alguna novedad desde nuestra última conversación?
—Buenas tardes, señor president. Las noticias que van llegando desde África no pueden ser más desalentadoras. Desde ayer por la tarde todo el protectorado se ha levantado y solo permanecen fieles Tetuán o, por lo menos, el alto comisario Arturo Álvarez Buylla. En Madrid todo es confusión y silencio, como si todo el mundo estuviera esperando lo que estábamos sospechando desde hace meses.
—Bueno —responde Companys—, no dramaticemos más de lo necesario. Lo importante es que no perdamos el control ni la serenidad en estas horas tan cruciales. ¿Se ha puesto en contacto con el general Llano de la Encomienda?
—De esto mismo quería hablarle, señor. Creo que en principio podemos contar con él, pues es un republicano convencido y, según tengo entendido, también masón como Azaña; sin embargo, da la sensación de que no es consciente de lo que se está cociendo a su alrededor. Aun así, no podemos olvidar que quienes mandan en los regimientos y las compañías no son los generales sino los coroneles y capitanes, muchos de ellos afiliados a la UME, y es a través de esta asociación corporativa donde pienso que vendrán las instrucciones de movilización. Creo, señor, que es recomendable que por su seguridad se traslade usted junto a su gabinete aquí a la comisaria de Layetana con la máxima discreción y envíe a su familia y parientes más cercanos a otros domicilios que no estén controlados por los anarquistas ni por los servicios de seguridad del Ejército.
—¿De verdad cree que la situación lo exige?
—No le quepa la menor duda. Las próximas horas serán críticas en toda España y no podemos fiarnos ni contar con nadie. Hace dos días todavía guardaba cierta esperanza. Hoy me temo que la sublevación en la península es inminente.
—¿Alguna incidencia destacable de la huelga de transportes?
—Hay algunos conatos de violencia —responde Escofet—. Con esos de la FAI y de la CNT no podemos transigir, pues son realmente peligrosos, incluso se han atrevido a asaltar algunos barcos que están en el puerto en busca de armas y munición. El comandante Guarner ha ido con una compañía de asalto al sindicato de transportes para intentar recoger las armas, aunque creo que con poco éxito. Ha estado a punto de armarse una buena si no es por Durruti y García Oliver, que se han enfrentado con sus propios compañeros a riesgo de recibir un disparo. Creo que también se huelen lo que se está tramando y quieren estar preparados para la defensa…
—¿De qué se ríe, Escofet?
—Es curioso, señor president, jamás podría imaginar el tener a los anarquistas de nuestro lado, aunque nunca estaremos seguros sobre de qué bando están.
—Eso digo yo. En cualquier caso, siempre tendremos a la Guardia Civil, ¿verdad? ¿No lo cree usted así, Escofet?
—¡Y encima la Guardia Civil! Esto suena a chiste, pero sin ninguna gracia… Con todos los respetos. En estos momentos no nos podemos fiar de nadie. Eso sí, son disciplinados y obedientes al mando y, mientras Pozas esté de nuestro lado en Madrid y el general Aranguren aquí en Barcelona, no creo que los coroneles Brotons y Escobar nos vayan a crear problemas. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de los mandos inferiores, sobre todo el comandante Recás y el capitán Pin, aunque los capitanes Lara y Moreno Suero casi seguro que están con nosotros. De todos modos, pronto lo sabremos, tengo entendido que tienen convocada una reunión en el cuartel de Ausias March en las próximas horas, donde creo que decidirán su papel en este conflicto. Espero que en ese momento salgamos de dudas.
—Bien, bien —agiliza el president—. Atenderé sus recomendaciones y me pondré en contacto con el Conseller de Gobernación (Josep M.ª España) para que prepare el traslado.
—Comunicaré a Guarner su inminente llegada.
—Pasemos a otro tema. ¿Tiene preparado el informe que le pedí sobre la situación y control de los estamentos militares? Ya sabe que es esencial tener la máxima información de primera mano.
—Bueno, tenemos serias sospechas de que en el regimiento de infantería Badajoz 13, el que está en Pedralbes, y el de Alcántara 14, el que está al lado de la Ciutadella, parte de su oficialidad están preparados para el golpe; también los de Caballería de Santiago 3 y Montesa 4 creemos que están por sublevarse.
—O sea, por lo que me está diciendo, si estos cuatro regimientos salen a la calle, ya podemos preparar las maletas, ¿es así?
—Todavía quedan los regimientos de artillería 1.ª de montaña y el 7.º ligero; la columna de municiones de la primera brigada de montaña; el parque de artillería de cuerpo de ejército y división; el grupo de información de artillería n. º 2; el batallón de zapadores minadores n. º 4; destacamentos de la remonta y del regimiento de ferrocarriles; grupos de intendencia y sanidad; la sección móvil de evacuación veterinaria y la comandancia de fortificaciones y obras; y, en el Prat de Llobregat, la escuadra aérea n. º 3 con el grupo de caza n. º 13. En fin, si quiere, sigo detallando más la situación.
—Está bien, no hace falta, veo que ha preparado exhaustivamente el informe. Déjelo en la mesa que quiero echarle un vistazo; pero ¿sabemos de verdad con quién podemos contar?
—Señor president, Barcelona está en manos de los militares, el armamento está custodiado en sus cuarteles y lo único que podemos oponerles son nuestros Mossos d’Esquadra, algunas compañías de guardias de asalto, los anarquistas y los sindicalistas, pues me consta que ya están en ello, y algunos de los animosos de Estat Catalá.
—… ¡Estem fotuts! En fin, ¿algo más, Escofet?
—Bueno, para completar el informe diré que todavía no tenemos información sobre la escuela de pilotos de la Marina y de la Base de Hidroaviones de Aeronáutica Naval que tenemos en el puerto. No me gusta dejar cabos sueltos.
—Y qué me dice de las provincias. ¿Tenemos informes fiables?
—De Lérida no sabemos nada sobre la situación ni de la 8.ª brigada de infantería ni del regimiento Albufera 16. En Tarragona creemos que el regimiento Almansa 15 seguirá siendo fiel a la República. La misma situación la tenemos en Gerona. No tenemos información fiable del cuartel general de la 1.ª brigada de Montaña, tampoco de la plana mayor de su 1.ª media brigada, del batallón de montaña Asia n.º 2 ni del regimiento de artillería Pesada n.º 2 con su sección de veterinaria. Estoy a la espera de nuevos informes procedentes de Barbastro donde se encuentra la plana mayor de la otra media brigada de montaña y el batallón Ciudad Rodrigo n.º 4. Después quedan pequeños destacamentos cuya situación creemos que no es preocupante por el momento; en concreto son los situados en Figueras donde se halla el batallón de montaña Chiclana n. º 1 y una compañía de intendencia de la brigada; en Manresa con el batallón de ametralladoras n.º 4 y, finalmente, en la Seo de Urgell con el batallón de montaña Madrid n. º 3. De todos modos, creo que la actitud de los mandos militares va a venir condicionada al desarrollo de los acontecimientos aquí en Barcelona.
—Muy bien, Escofet, gracias por el informe. Veo que se ha esmerado lo suyo en conseguir la máxima información. Más tarde me lo leeré más detenidamente.
—Señor, hemos hecho lo posible, aunque todavía queda mucho por hacer.
—Entonces —responde Companys—, solo nos queda confiar en la seguridad de Casares Quiroga. Hace un rato que lo he llamado y me asegura que la situación está controlada y que solo hay pequeños grupos de exaltados que intentan romper el orden constitucional.
—Que Dios nos pille confesados, ¡Casares Quiroga! Yo creo, señor president, que en lo único que nos podría ayudar Casares es en autorizarnos a detener a los militares que tengo en esta lista, y acabar de una vez con la conspiración.
imagen 19
Esa misma tarde noche el joven Joan Casanellas, flamante diputado de ERC está a punto de coger el tren de la MZA en la estación de Francia que lo llevará a Madrid para ocupar su puesto de subsecretario de Trabajo. A parte de una pequeña maleta y una cartera de mano, también es portador de una carta escrita por el propio Companys dirigida al jefe del Gobierno. En ella se le informa de las pesquisas realizadas por la Policía en referencia a la conspiración que se está fraguando, aportando numerosos nombres sospechosos de sedición.
El diputado está pensativo. El tren ya ha partido y recorre la ciudad dirección sur por la zanja que transcurre por la calle Aragón. El humo y el hollín de la chimenea de la máquina empapan todo el entorno de los vagones desprendiendo su olor característico. Está nervioso, le han comentado que el expreso pasará por Zaragoza de madrugada y que allí la cosa no está clara. Algo le dice que la noche va a estar movidita. El presentimiento está constante en su cabeza. El general Cabanellas no se define en sus intenciones.
Pronto llegará el desenlace. En efecto, antes de llegar a Calatayud, Casanellas será detenido por los rebeldes y, posteriormente, fusilado. El destino de España comienza a fraguarse con sangre, sudor y lágrimas.
Mientras tanto, Franco ya está en Casablanca, en el protectorado francés, acompañado de su inseparable y conspirador, Bolín. Todos son prisas e improvisaciones. Ni siquiera van a tener tiempo de saborear los famosos cócteles del Café de Rick.
Antes de salir de Canarias ha dado instrucciones de trasladar a su familia fuera del país. Toda precaución es poca. La suerte está echada. El viaje en el bimotor Dragón Rapide, alquilado a una compañía inglesa con dinero del banquero mallorquín March, ha sido duro desde las Canarias tras repostar en Agadir. El general viste de paisano y se ha afeitado el bigote por seguridad. Mañana aterrizará en Tetuán, pero esta noche toca descansar.
19. Companys emitiendo instrucciones a través de Radio Barcelona en 1936. Fuente: cadenaser.com, 2019.