Читать книгу La huerta de La Paloma - Eduardo Valencia Hernán - Страница 4

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PREÁMBULO

«Nunca el Estado español había sido lo bastante fuerte para realizar una política descentralizadora y las regiones seguían conservando sus particularidades y características. Lo curioso es que en el siglo XIX los liberales fueron centralistas, mientras que sus contrarios, los carlistas, habían defendido, sobre todo en las Vascongadas y en Cataluña, los fueros locales. La Primera República había sido también centralista y se hundió, en gran parte, por la insurrección de los cantonales, que desde la izquierda introducían por primera vez el federalismo. Durante la Restauración, los industriales catalanes y vascos acrecentaron mucho su potencia económica, y exigían del Gobierno de Madrid una protección aduanera que les asegurase su mercado principal, que nunca fue otro que el resto de España, entrando así en conflicto con los agricultores y terratenientes de las otras regiones, que veían amenazadas sus clásicas exportaciones de productos del campo. Como Cataluña y el País Vasco incluían las más ricas provincias españolas, contribuían más con sus impuestos y luchaban por administrar ellas mismas esas fuentes tributarias para su propio beneficio. Este era el fondo económico de la disputa, aunque el problema se hubiera agriado, por la posición poco amigable de los gobiernos monárquicos ante las manifestaciones lingüísticas, culturales y folklóricas, que fueron muchas veces reprimidas, sobre todo durante la dictadura de Primo de Rivera. Esto lo demuestra el que el mayor enemigo de la autonomía del País vasco fue una de sus provincias, Navarra, que no se había industrializado y donde predominaban los campesinos pequeños y medios. Asimismo, las regiones limítrofes a Cataluña, ligadas a ella históricamente, como Aragón y Valencia, pero de estructura económica distinta, asistieron con la mayor indiferencia a la lucha de aquella por el Estatuto, dando al traste con la idea de hacer resurgir la “Gran Cataluña”. En cambio, la autonomía gallega se planteaba de un modo muy diferente, no había estridencias, no despertaba sospechas, no encontraba enemigos. Galicia, región poco desarrollada económicamente, no entraba en contradicción con las otras regiones, pedía simplemente respeto a su lengua, a su literatura, a sus costumbres y a su tradición. En el desarrollo de la nueva Constitución de 1932 la mayoría anticlerical de las Cortes Constituyentes no vaciló en su ofensiva contra la Iglesia Católica.

La derecha española acogió con furia el artículo 30 según el cual España no tenía religión oficial, aunque esta declaración laica ya había sido aceptada por la inmensa mayoría de las naciones adelantadas del mundo. Sin embargo, fue el artículo 26 que suprimía toda ayuda oficial a la Iglesia y atacaba directamente a las congregaciones religiosas, poniendo a los jesuitas en peligro de inminente disolución.

La Iglesia católica, no solo no se apartó de la política, sino que se lanzó a ella con todas sus fuerzas y todos sus recursos, para defender sus posiciones. Quizás esta fue la combinación perfecta que provocó en parte un enfrentamiento civil, sin duda inevitable»1.

No recuerdo exactamente cuándo comenzó a gestarse en mis pensamientos escribir esta novela biográfica. De hecho, creo que mi interés sobre el tema fue el producto de una acumulación de pequeñas historias contadas por mi padre sobre su etapa militar, sumadas, como no, a mi pequeña pasión por saber más sobre lo que ocurrió en España a mediados de los años 30 del siglo pasado, la Guerra Civil Española. Una nefasta confrontación bélica entre españoles que provocó un terrible desencuentro que, sorprendentemente, tras ochenta y tres años, todavía pervive entre los nostálgicos del militarismo mal entendido, y entre otros, que lo buscan como justificante para hacer prevalecer, en los dos sentidos, el odio de clase que tanto daño hizo a nuestro país. No es el momento ni el documento para hacer valoraciones sobre si vamos en sentido correcto a la hora de valorar los hechos históricos desde una perspectiva actual; más cuando se politiza un hecho histórico, en el sentido de que, si el resultado de los actos va a favor o en contra de la ideología del lector —valga el recuerdo del traslado de los restos del dictador Francisco Franco o la valoración negativa de la reciente Ley de Memoria Histórica por parte de las corrientes de opinión más conservadoras—, entonces la tarea del historiador científico deja de tener sentido y se convierte en pura marioneta de intereses mediáticos puntuales. Solo es mi deseo, como aprendiz y puro transmisor del conocimiento de nuestra historia más reciente, que dejemos el protagonismo del pasado a los historiadores, que para eso nos hemos preparado, y nos dediquemos a construir el futuro con una base histórica real fuera de ideologías interesadas.

Esta es la historia de un trabajador de la tierra, un campesino, que por circunstancias ajenas a él se vio involucrado directamente en uno de los conflictos humanos que más impacto sigue teniendo en la sociedad española: la Guerra Civil.

Los hechos históricos reflejados en esta novela se acercan mucho a la realidad del lugar y del momento, no así los asiduos comentarios y diálogos de los participantes que, por supuesto, difieren de la realidad. Los personajes de alto rango, oficiales, jefes, generales y políticos de relieve en las fechas de la narración suelen ser sacados de documentación real en los archivos militares, civiles, visuales e historiográficos que disfrutamos en la actualidad. Por otro lado, la narración intento llevarla en primera persona a fin de presentar un punto de vista diferente de cómo es posible interpretar los mismos acontecimientos y experiencias históricas con otra visión que no sea la de un soldado al que le tocó estar en el sitio y el momento equivocados, separado y desarraigado de su querida tierra, la que le vio crecer, la huerta de La Paloma.

Muchas veces me he preguntado cómo hubiera cambiado el sentido de esta historia si al protagonista en cuestión, en vez de prestar el servicio militar en Barcelona, le hubiese tocado en Galicia o en las colonias africanas, dominadas desde los primeros instantes por los rebeldes fascistas. ¿Estaría luchando en otro bando o estaría fusilado en alguna cuneta? ¿Quién sabe? Es por eso por lo que considero muy acertada la reflexión del escritor e historiador Luis Romero, en el que me he inspirado con asiduidad, por tratar con cierta indulgencia a los protagonistas de este trabajo. Fueron simples seres humanos que intentaron sobrevivir a la barbarie generada por el odio al poder eclesiástico mezclado con el injusto reparto de la tierra y de la riqueza, siempre en manos de unos pocos privilegiados, un error antagónico con las perspectivas que ofrecía la joven República española. Sin duda, la frustración que generó el reparto de la tierra y las promesas de igualdad que ofrecían los nuevos gobernantes, tarde o temprano iba a provocar una explosión descontrolada y letal en las clases poderosas y dominantes hasta entonces.

Ruego, finalmente, que este documento historiográfico no sea interpretado con una valoración actual de derechos morales y libertades sociales e individuales de los cuales disfrutamos en la actualidad, sino que, en lo posible, se observe con las reglas contemporáneas a los hechos narrados.

1 Tagüeña Lacorte, Manuel (1913-1971), Testimonio de dos guerras, México, Ed. Oasis, 1973. Dirigente de la Federación Universitaria Escolar antes de la Guerra Civil. Durante la contienda civil mandó brigada, división y cuerpo de ejército de la República. En la batalla del Ebro tuvo a setenta mil soldados bajo su mando.

La huerta de La Paloma

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