Читать книгу La huerta de La Paloma - Eduardo Valencia Hernán - Страница 13

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Alrededores del Castillo de Montjuic

Desde hace horas se van formando pequeños piquetes de sindicalistas y seguidores de la FAI vigilando los cuarteles. Durruti y sus lugartenientes han dado órdenes estrictas de mantener los accesos bloqueados tanto de entrada como de salida de los establecimientos militares. Uno de ellos está apostado en la esquina de la calle Aragón con Tarragona controlando las entradas y salidas del cuartel de caballería de Montesa, junto al escorxador de Barcelona. Todo sigue en calma. Bueno…, no todo, pues las cuadrillas de la CNT que controlan puesto a puesto el buen hacer de sus compañeros en la tarea de vigilancia intentan mantener la tensión para que los responsables de vigilar no se relajen.

—Os tengo dicho —increpa el cabecilla del grupo— que no dejéis entrar a gentes de paisano que se dirijan al cuartel. Si es preciso los liquidáis sin más.

—¿Y cómo sabemos que van al cuartel? Hace un rato ha pasado uno pegado al muro del matadero y cuando pasaba por delante se ha puesto a correr.

—Ya sabéis las órdenes. No voy a repetirlo. Están a punto de salir las tropas a la calle y no podemos permitir que se vayan apuntando más fascistas con esa gentuza. ¡Si la jodeis, os liquido allá mismo!

En algún lugar externo a la muralla del castillo…

—Ya son las ocho, Pepe —comenta Eduardo—. ¿Qué tal si volvemos al cuerpo de guardia a ver si ya ha llegado el desayuno y nos recuperamos un poco?

—Me parece bien y de paso le preguntamos al sargento qué está pasando ahí abajo, pues no se me va la mosca de la oreja.

—Seguramente los de la FAI la estarán armando de nuevo. Esta huelga de transportes seguro que los ha envalentonado y quieren aprovechar la ocasión. Además, con este calor, a todo el mundo le apetece estar en la calle ahora que el sol está oculto.

—¿Sabes una cosa? Yo creo que se está preparando algo muy gordo y nadie quiere soltar prenda. Todo este movimiento y el silencio de noticias de los oficiales solo significa que no tienen claro lo que está ocurriendo.

—Lo dicho, vamos a ver si nos enteramos de algo.

Pasado un rato…

—Mi sargento, sin novedad en el recorrido. Se oye mucho ruido abajo en la ciudad por la zona del Paralelo, pero no hemos tenido ningún incidente.

—Descansad e id a la cocina a desayunar. Después os presentáis a mí, ¿entendido?

—¿No vienen a buscarnos como de costumbre para volver al cuartel?

—Hum… Bueno, como ya he hablado con vuestros compañeros, sentaos ahí que quiero deciros algo nuevo… De momento nos quedamos aquí hasta nueva orden. El alférez no ha querido dar más detalles, solo que la situación está empeorando allí abajo por momentos y se aconseja que estemos localizables lo más cercanos al cuerpo de guardia. Y ahora, id a desayunar y dejadme tranquilo por un rato. Tengo que preparar vuestro relevo, ya que a partir de ahora los turnos serán dobles.

—A la orden, mi sargento —contestan al unísono tanto Pepe como Eduardo.

—Joder, que mala suerte —comenta Pepe nada más salir del encuentro—. Precisamente nos tiene que tocar a nosotros. Si por lo menos nos dejaran volver al cuartel.

—Ya te dije que había algo. Ahora que nos queda poco nos vienen todos los problemas encima. Vamos al cuerpo de guardia.

—¿Has visto que galletas más duras? —responde Eduardo. Como si no fuera la historia con él—. Un poco más y me rompo una muela.

—¿Quieres que miremos —insiste Pepe— si hay por aquí una radio para enterarnos de lo que está pasando?

—Vale, pero creo que no nos dejarán escuchar. A ver si nos van a pegar un paquete. Los oficiales están muy nerviosos.

Cerca del cuerpo de guardia, en la oficina de transmisiones…

—¿Se puede? Venimos del refuerzo de esta mañana.

—¿Qué queréis?

—Saber si hay noticias nuevas de lo que está pasando ahí abajo. El sargento nos ha dicho que no podemos volver a nuestra compañía porque la cosa está algo jodida, pero… no nos dice exactamente qué está pasando.

—Lo que os voy a contar —responde el radiotelegrafista— no vayáis soltándolo por ahí… Creo que va a haber un levantamiento y que los oficiales intentan disimular su nerviosismo.

—Pero ¿quién se va a levantar y contra qué? —pregunta Pepe con ansia e interés—. ¡Macho, no me entero de nada!

—De momento no sé nada más, solo que el Ejército de África se ha levantado, y aquí en la Península van de puto culo para que no se expanda la rebelión. Aquí, por lo que estoy oyendo, todos están a la expectativa de que pase algo. Y ya no os voy a contar más, no vaya a ser que se entere el oficial de guardia. Venid después cuando acabéis el refuerzo a ver si hay algo de nuevo.

—Vale, y gracias por la información. ¿Tú qué opinas, Eduardo?

—No sé, pero todo esto es preocupante. Creo que ese tiene menos idea que nosotros. Anda, no te comas tanto el coco y vamos a desayunar. A ver si han dejado algo.

La huerta de La Paloma

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