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Riquezas perdurables en lugar de tesoros mundanales

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Hay otro peligro al cual están especialmente expuestas las clases ricas, y que constituyen un campo de trabajo para el médico misionero. Son muchísimos los que prosperan en el mundo sin jamás descender a las formas comunes del vicio, y sin embargo son empujados a la destrucción por el amor a las riquezas. Absortos en sus tesoros mundanales, son insensibles a los requerimientos de Dios y a las necesidades de sus seme­jantes. En vez de considerar su riqueza como un talento que ha de ser usado para glorificar a Dios y elevar a la humanidad, la consideran como un medio para complacerse y glorificarse a sí mismos. Añaden una casa a otra, un terreno a otro; llenan sus casas de lujo, mientras que la escasez acecha en las calles y en derredor de ellos hay seres humanos que se hunden en la miseria, el crimen, la enfermedad y la muerte. Los que así dedican su vida a servirse a sí mismos no están desarrollando los atributos de Dios sino los de Satanás.

Esos hombres necesitan el evangelio. Necesitan apartar sus ojos de la vanidad de las cosas materiales para contem­plar lo precioso de las riquezas perdurables. Necesitan apren­der el gozo de dar, la bienaventuranza de ser colaboradores de Dios.

A menudo las personas de esta clase son de difícil acceso, pero Cristo abrirá caminos a través de los cuales poder alcan­zarlos. Busquen a esas almas los obreros más sabios, los más confiables, los más prometedores. Con la sabiduría y el tac­to nacidos del amor divino, con el refinamiento y la cortesía resultantes únicamente de la presencia de Cristo en el alma, trabajen por los que, deslumbrados por el brillo de las riquezas terrenales, no ven la gloria de los tesoros celestiales. Que los obreros estudien la Biblia con ellos, grabando en su corazón las verdades sagradas. Léanles las palabras de Dios: “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”. “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pe­cados según las riquezas de su gracia”. “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (1 Cor. 1:30; Jer. 9:23, 24; Efe. 1:7; Fil. 4:19).

Una súplica tal, hecha en el espíritu de Cristo, no será con­siderada impertinente. Impresionará la mente de muchos que pertenecen a las clases superiores.

Por medio de esfuerzos realizados con sabiduría y amor, muchos hombres ricos serán despertados hasta el punto de sentir su responsabilidad y necesidad de rendir cuentas ante Dios. Cuando se les haga entender claramente que el Señor espera que ellos, como representantes suyos, alivien a la hu­manidad doliente, muchos responderán, y darán de sus re­cursos y su simpatía para beneficio de los pobres. Cuando su mente sea así apartada de sus propios intereses egoístas, muchos serán inducidos a entregarse a Cristo. Con sus talen­tos de influencia y recursos se unirán gozosamente en la obra de beneficencia con el humilde misionero que fue agente de Dios para su conversión. Por medio del uso correcto de su tesoro terrenal se harán un “tesoro en los cielos que no se agote; donde ladrón no llega, ni polilla destruye”. Se asegu­rarán el tesoro que ofrece la sabiduría, “riquezas duraderas, y justicia” (Luc. 12:33; Prov. 8:18).

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