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Allá cuando por la mitad de la década del ’80, conocí a Emilio Fernández Cordón en el Taller Literario del Centro Cultural Israelita, calle Corrientes, plena “Cuarta” de la Ciudad de Mendoza, eran los años de la Democracia nueva y resurgían las inquietudes culturales y “escribidoras” de manifestar nuestros valores en libertad.

Se destacaba en él, y se fue haciendo cada vez más manifiesta en sus cuentos, la actitud de observar personas, situaciones, detalles, anécdotas, para procesarlos en un lagar tan inconfundible y contundente de realidad como de ficción. Claro está, sin desatender el humor --en especial respecto de un chispeante juego con la lengua, incluso desde el hábito del neologismo y las transgresiones gramaticales-- ni olvidar el estilete fino o el grueso de la ironía, la caricatura y la sátira, según ameritara. “El” Emilio era un narrador nato, festival, deportivo, amante exuberante e incondicional de la palabra en todos y cada uno de sus soportes. Uno de los insoslayables de la historia de la cultura de Mendoza, no solo por su compromiso con el acto literario sino también con el hecho social.

Insomnios de la memoria1 es la última colección de cuentos que concibió Fernández Cordón y que se mantuvo inédita después de su muerte en 2014. Aquí los personajes y las situaciones, rondan –como sugiere el título—por el umbral a veces impreciso que nos devuelve la memoria durante el insomnio. Están expresamente enunciados lugares, calles de nuestra geografía local, y no es difícil reconocer en los nombres y los perfiles, encarnaduras reales que andaban o aún andan por aquí y que más de una vez pernoctaron con “El” Emilio alrededor de una mesa de bar o en un Taller Literario. Estos cuentos son más que una memoria realista, son una estrategia surrealista, por momentos con la gracia de un juego de categoría policial. Y atravesando la Mendoza urbana.

Al momento de publicar el libro digital, me detengo en un par de los párrafos finales del primer relato, “El encierraclientes”, donde Lautaro, el narrador y Flitchman, el personaje, un librero que ha descubierto el arte de la vida eterna a través de la ingesta de libros, se plantean algo meridiano:

Los libros nos han dado eternidad. Pero algo, que escuchamos por radio el otro día, nos inquieta. Quizá sea un rumor infundado. El locutor anunciaba que tras probar con escondido triunfo una peculiar instalación tecnológica para conexiones entre computadoras, militares de la Defensa de EEUU tendrían intenciones de divulgar su experimento con fines de uso civil. Hablaba de una red virtual que podría ampliar al infinito las comunicaciones mundiales. Tal notable invento llevaría, en un futuro muy lejano, a reemplazar cartas, diarios, cine, televisión e incluso libros.

Semanas pasadas, presentíamos con Flichman que, a dieciséis diecisiete años del Siglo 21, tal vez, los adelantos científicos nos complicarían la calma existencia. Y, ayer, nos preguntábamos: ¿Habrá libros eternamente?

Ya hemos llegado a esos años y una parte de la respuesta a la inquietud de Lautaro y Flichman es que el libro representa el objeto cultural que más se ha adaptado a la historia del hombre. Hoy la pregunta más acuciante sería si habrá humanidad eternamente. Suceda lo que suceda, bien podría ser que los Insomnios de la memoria sean un libro eterno.

Bettina Ballarini

Mendoza, septiembre de 2021

1 El texto, al ser de publicación póstuma, se ha conservado tal las características del manuscrito que llegó hasta Jagüel Editores de Mendoza por la amable intervención de Mariela Zobin, con la debida autorización de las hijas del autor Valeria y Alma Fernández Hasan. No tiene correcciones ni ningunas otras operaciones de edición que no sean las de diseño y diagramación de interiores y tapa.

Insomnios de la memoria

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