Читать книгу El fin justifica los miedos - Emilio Mellado Cáceres - Страница 12
Capítulo V Interrogatorios Mientras Tom veía a su compañero alejarse, se dispuso a realizar el trabajo que estaba pendiente, así que siguió las indicaciones que había escuchado de Aurelia en su conversación con Eleos. Subió las escaleras, giró hacia el lado derecho y justo antes de golpear la sexta puerta, vio a un niño jugando en el piso. Pasó por su lado y le ofreció una tierna sonrisa. Para su sorpresa, el niño se la devolvió enseñándole sus juguetes. Con la mirada puesta aún en el pequeño, tocó la puerta del despacho con suavidad.
Оглавление—¡Adelante! —La voz del sub rex era vigorosa.
El andrómata abrió la puerta y entró a la oficina.
—Ah, eres tú —dijo Brutus de forma despectiva.
—Sub rex, con su permiso, señor, traigo un informe respecto al homicidio de Moros mrs212112.
—Muy bien. Que sea breve. Debo realizar otras labores en unos minutos. —Esta vez, el tono fue cortante.
—El sujeto, víctima de homicidio, cuyo nombre era Moros mrs212112, perdió la vida a las veintidós treinta horas de ayer. Causa del deceso: asfixia mecánica por estrangulamiento.
Brutus cerró los ojos y luego frunció el ceño moviendo la cabeza en señal de negación.
—En este momento, el cadáver se encuentra dentro de una cámara de criogenización portátil para pericias posteriores. Como parte del procedimiento habitual, necesito saber si alguien ha hecho abandono de la mansión. Además, solicito permiso para realizar interrogatorios a todo el personal.
—La respuesta a tu primera inquietud es no. No permití que nadie dejara la mansión. Y con respecto a lo segundo, no hay problema. Mientras se continúe con el desarrollo normal en las actividades de la mansión y no se genere más incertidumbre de la que ya existe. Daré el aviso por altoparlante.
—Muchas gracias. Si necesita información acerca de los avances, estaré en el salón del…
—Sí. No me interesa mucho dónde estés. Haz tu parte y que Eleos haga la suya, así todos estaremos felices. Ahora desaparece de mi vista.
Tom salió del estudio. Mantenía su templanza, pues conocía los patrones del comportamiento humano en tiempos de crisis. Su red neuronal le permitía conservar la calma hasta en situaciones de alto riesgo.
Caminó por el pasillo y vio que el niño todavía estaba ahí, jugando en solitario. Se hincó y le habló:
—Hola, muchacho. ¿Sabes dónde puedo encontrar una silla y una mesa para hacer algunas preguntas a los grandes de la casa? —Tom sabía cómo conseguir lo que necesitaba, pero quiso platicar con el pequeño.
—En-ennn… en el ar-mmmario de herra-mmmien-tas. Está ennn el cober-ttti-zo. Pero hace mmmucho frío a-fffuera. Puedes ocupar el commmedor si qui-quieres. —Con timidez, el niño tartamudeaba sin fijar la vista en Tom—. M-mmmira, estoy ju-jugando con un annn-andró-mmmata igual a ti. —Le enseñó el juguete y Tom lo cogió con sus manos.
—Se parece a mí, pero no es igual. Yo soy más guapo —dijo jocosamente.
El muchacho rio mirando el piso, y levantó con lentitud la cabeza.
—Mi pa-pppá no mmme deja te-nnner un annn-dró-mmmata. Pe-pero cuannn-do sea grande me commm-praré uno y ju-jugaré horas y horas connn él.
—Y así será. Fue un gusto conversar contigo. —Le devolvió el juguete—. Por cierto, me llamo Tom, ¿cuál es tu nombre?
—Mi pa-pppá no mmme per-mmmite hablar con desco-nnnocidos. Menos con annn-dró-mmmatas. Discul-culpa —se justificó musitando—. Qui-quizá en otra op-oportu-nnnidad.
Tom se puso de pie. Entendió las razones del niño. Muchas personas profesaban aversión hacia los andrómatas, los rechazaban por considerarlos una aberración hacia la naturaleza, al crear vida artificial carente de alma. No iba a culpar al muchacho de eso, él no tenía prejuicios, eran los adultos quienes condicionaban los pensamientos de las jóvenes mentes. Le revolvió el cabello y bajó hacia el salón del comedor, mientras oía el mensaje del sub rex por los altavoces.
Tomó una mesa y dos sillas, y las colocó frente a frente. Miró a su alrededor y encontró un viejo reproductor de vinilos. Colocó uno y se comenzó a escuchar la Sinfonía n.o 7 en la mayor, opus 92, de Ludwig van Beethoven.
Y esperó.
Poco a poco, se congregaron personas afuera del lugar. Hombres y mujeres de todas las edades, con sus uniformes correspondientes, hablaban entre cuchicheos y miradas inquisidoras.
—Adelante, señor —pidió al primero que se asomó en la puerta.
El chaparro hombre que estaba frente a la multitud se sacó la boina que traía puesta y entró al salón. Se podía percibir su ansiedad, por un inquieto movimiento de piernas que exhibía.
Tom tranquilizó al empleado, explicándole que le haría una serie de preguntas respecto a las actividades que había realizado durante los pasados días. Solo debía responder con la mayor sinceridad posible, nada de gran complejidad.
El andrómata extrajo unas delgadas sondas de su antebrazo y las situó en las muñecas del interrogado, quien estaba tenso y aterrado. Tom le señaló que aquel era un dispositivo para la detección de mentiras, evaluadas a través del aumento de pulsaciones y sudoración. Asimismo, manifestó que analizaría la prosodia en la voz y las posiciones de la mirada, además de extraer una minúscula muestra de tejido para examinar su ADN.
Debía abarcar todos los mecanismos que tuviera al alcance. Su tecnología obsoleta no le permitía ir más allá, pero bastaba para descubrir a un mentiroso sin una coartada lógica.
Comenzó con preguntas simples para romper el hielo:
¿Cómo te llamas?
¿Qué edad tienes?
¿Qué labores realizas en la mansión?
¿Tienes familia?
Cuando Tom consideró que había establecido una interacción con algún dejo de confianza, le ofreció una taza de café y un bocadillo. Luego, dejó caer las preguntas más comprometedoras de forma inesperada. Los matices y las sutilezas en su voz jugaban un rol fundamental en la entrevista. No quería atemorizar al interrogado, haciendo que la comunicación fracasara. Las habilidades interpersonales de Tom eran su clara fortaleza.
¿Conociste a la víctima?
¿Cómo conociste a Moros?
¿Qué relación tenías con el occiso?
¿Cuándo fue la última vez que viste o charlaste con Moros?
¿Por qué crees que lo mataron?
¿Quién crees que lo hizo?
¿Qué motivos tendría el homicida?
¿Dónde estuviste ayer en la noche?
¿Qué hiciste desde el mediodía hasta entrada la noche de ayer?
Finalizadas las preguntas de rigor, comprobó los resultados del monitoreo y archivó las respuestas grabadas en su sistema de guardado. Extrajo las sondas y agradeció al hombrecillo por su paciencia. Con amabilidad, lo invitó a salir e informarle cualquier suceso o dato que pudiera facilitar la investigación.
Hizo entrar al siguiente empleado, una mujer alta y delgada que llevaba puestas unas botas sucias de barro y unos guantes de caucho. La sentó frente a él y realizó las primeras indagaciones. Ofreció café y un bocadillo. Formuló las preguntas de profundidad. Agradeció el tiempo invertido. La invitó a notificar cualquier información relevante e hizo ingresar a la siguiente persona.
Y a la siguiente.
Y a la siguiente.
Y a la siguiente.
Y así con una veintena de empleados.
Luego, Tom decidió darse un pequeño descanso. Miró por la ventana y se percató de que estaba oscureciendo. Le había tomado gran parte del día efectuar los interrogatorios. Salió del salón y comentó en voz alta a los empleados restantes que las entrevistas continuarían durante el próximo día. Se sentía bajo de energía y un poco pesado. Revisó sus niveles y todos marcaban “descenso”. Necesitaba restablecerlos.
Desocupó el comedor para que la familia del sub rex cenara con tranquilidad. Él se retiraría a una habitación o donde le permitiesen pernoctar. Depuraría su sistema, cargaría sus celdas y prepararía un informe para Eleos.
Leo.
¿Dónde se encontraría? No lo había visto desde la mañana. Esperaba que estuviera bien.
Justo en ese instante, Eleos apareció caminando hacia el comedor. Lucía cansado, abatido. Las ojeras se marcaban aún más bajo sus ojos claros. En el preciso momento en que Tom iba a hablarle, Eleos levantó su mano y negó con el dedo índice, sin emitir palabra. Un ademán bastaba. Con la sola negación de un dedo, Tom percibió que la plática entre su compañero y Aurelia había sido intensa. Años de hermetismo, desatados en un par de horas. Era mucha la información que debía sobrellevar. Tom asintió con la cabeza y se retiró.
Eleos deseaba enfrentar a sus fantasmas en solitario.