Читать книгу El fin justifica los miedos - Emilio Mellado Cáceres - Страница 8
Capítulo I El joven investigador Eleos els443051 era un destacado investigador privado de veinticinco años, condecorado con los mejores reconocimientos de su generación. Alto, de tez clara, rostro anguloso y nariz perfilada, pelo rubio como la miel y penetrantes ojos pardos. No dejaba indiferente a nadie con tal belleza masculina, aunque a él no le importaba en lo absoluto su apariencia, nunca se sintió particularmente bello. De hecho, Eleos pensaba que el verdadero valor de las personas residía en la ética individual y su proceder, más que en el aspecto físico. Sabía que era un cliché, pero de todas formas amparaba aquella filosofía de vida.
ОглавлениеLa carrera de Eleos había subido como la espuma durante los últimos años, luego de resolver varios casos de gran connotación. Se sentía orgulloso de su excelente trabajo, el cual le había proporcionado una vida holgada y sin mayores preocupaciones. La cosecha de crímenes nunca se acababa. “El mal no tiene descanso”, pensaba a menudo.
Desafortunadamente, el éxito vino de la mano de algunos tormentos internos. La excepcional mente de Eleos siempre estaba en funcionamiento, no paraba de pensar. Desayuno, comida y cena, cada uno enfrascado en la resolución de puzles criminales.
Las largas jornadas de trabajo desencadenaron en el detective insomnio y problemas alimenticios. Trataba sus trastornos con medicamentos, pero a veces no surtían efecto o simplemente no acataba las recomendaciones de los especialistas, así que optaba por olvidarlos y volvía a centrarse en su labor investigativa.
En sus instancias de reflexión, Eleos miraba el techo de su habitación y se preguntaba cuál era la génesis del mal que reinaba en Omniterra. Quizá la respuesta estaba más allá de su lógica. Quizá nunca lograría dilucidarla y sería un eterno justiciero de los que callaban para siempre.
En estos momentos, relajaba sus músculos presionando con las manos un pequeño balón y poniendo las piernas en alto. Escuchaba música para desconectarse de sus tribulaciones, bajaba la iluminación de su cuarto y dejaba entrar por su ventana un baño de luz de luna. “Nada comparable al reflejo del astro rey en el pequeño satélite”, se decía a veces.
Una madrugada, mientras pensaba en su habitual soledad, vio titilar su dispositivo holovox, un espectacular invento de intercomunicación. Era un artefacto de alta gama que permitía a sus usuarios establecer contacto mediante voz o proyección holográfica. Eleos se estiró y dio un largo bostezo, mientras su holovox aguardaba para ser contestado. Se desperezó y restregó sus ojos somnolientos, sin ánimos de responder. A pesar de eso, se dirigió al aparato con voz cansina:
—Contestar llamada.
—Llamada contestada —respondió de inmediato el holovox.
—Sí, sí… ¿Quién habla?
El inspector vio la hora en su reloj. Eran las tres y treinta y tres minutos de la madrugada.
—Hola, Eleos. ¿Estás ahí?
Al joven detective, la voz en la llamada entrante le pareció curiosamente familiar.
—Sí, aquí estoy. ¿Con quién hablo? —Entornó los ojos al encender la luz.
—Soy Brutus. ¿Acaso no me recuerdas?
Los músculos de Eleos se tensaron y su corazón comenzó a palpitar con rapidez.
—Sub rex Brutus. Disculpe, no reconocí su voz.
—No te preocupes, muchacho. Y por favor, no me llames sub rex Brutus. Con Brutus me basta, no somos un par de desconocidos. Espero no haberte despertado.
—No, para nada. Solo… estaba descansando los ojos —mintió Eleos. Inquieto, se levantó de la cama y empezó a deambular por la alcoba, hablando hacia el holovox.
—Qué alivio. Entonces no daré más rodeos. Te necesito lo más pronto aquí, en mi mansión. Ocurrió un incidente.
La palabra “incidente”, junto a la voz apremiante del sub rex, para Eleos denotaba algo más que un simple acontecimiento. Las sienes comenzaron a latirle, pensó lo peor. Quería preguntar quién era la víctima del incidente, pero una fuerza interna no lo dejaba actuar. Respiró profundamente para conservar la calma y prefirió guardar la compostura.
—Entiendo. ¿Cuándo ocurrió?
—Durante la noche de ayer, supongo. Antes que todo, ¿estás ocupado en algún otro caso? No quisiera importunar, pero recurro a ti como mi primera opción.
Eleos sentía un nudo en el estómago. Se paseaba de un lado a otro en la habitación e intentaba serenarse.
—Durante la tarde de ayer finiquité un caso. Así que, en estricto rigor, estoy libre.
—¡Brillante! ¿Cuándo puedes venir a mi mansión?
—Si abordo el primer heliomotor de la mañana, estaré allá aproximadamente en unas… cuatro horas.
El inspector aún se sentía tenso. No tenía ganas de viajar.
—Perfecto. Te espero acá. Todos los gastos de hidrobonos corren por mi cuenta, no lo olvides, es parte de la paga.
—Muchas gracias, señor.
—Solo Brutus, por favor. Te conozco de toda la vida. —La voz del sub rex era conciliadora.
—Entiendo… Brutus, ordenaré mis cosas y en un par de horas salgo para allá con Tom —indicó Eleos, sentándose en la cama.
—¿Aún trabajas con ese vejestorio? Con los hidrobonos que te pagaré podrás costearte algo mejor.
Para Eleos, el comentario sarcástico hacia Tom estaba fuera de lugar. No iba al caso referirse a él de esa forma.
—No hay motivos para deshacerme de Tom. —Su tono de voz se hizo más seco, se sentía ofendido y molesto.
—Solo estaba bromeando. Muy bien, te espero dentro de unas horas. Que tengas un excelente viaje.
—Gracias. Y antes de que se me olvide, no toquen nada de la escena del incidente.
—Entendido. Hasta luego. Cortar llamada.
—Llamada finalizada —anunció de inmediato la sintética voz del holovox.
Eleos tragó saliva y dio un largo suspiro. Estaba sudando y le tiritaba el mentón. Fue a la cocina en busca de un refrigerio. La cabeza le daba vueltas, ni siquiera se percató de cómo había llegado a la nevera. Se preparó un emparedado de queso y jamón, y se sentó en su sillón favorito en la sala de estar.
¿Por qué él? Existían muchos investigadores privados de renombre en la neopolis de Brutus, pero había acudido a él. Se terminó de comer el tentempié y habló casi susurrando en la oscuridad.
—Domus sapiens.
—Buenas noches, señor Eleos. ¿Necesita algún tipo de asistencia hogareña? —respondió una voz electrónica masculina por medio de altavoces, muy similar a la de un hombre corriente.
—Sí, tengo que hacer un viaje. A resolver un incidente. —Eleos fue hacia la ducha.
—Comprendo, señor. ¿Necesita que prepare su equipaje?
El investigador sonrió. A veces, domus sapiens se adelantaba a sus palabras, incluso antes de que salieran de su boca.
—Me leíste la mente. Siempre tan listo, domus sapiens. —Su tono era irónico.
—¿Por cuántos días planea el señor prolongar su estadía?
—Tres días, máximo.
Aunque desconocía la naturaleza del caso, nunca le llevaba más de tres días resolver algún crimen. Tres días era su racha definitiva.
—Entendido. Cuando salga de la ducha su equipaje estará listo.
—Gracias. Y otra cosa, avísale a Tom.
—Tom está al tanto, señor.
Eleos no dejaba de sorprenderse de su asistente hogareño. Siempre eficaz.
—Eso sería todo, domus sapiens.
Salió de la ducha más despierto y con energías renovadas. Se preparó un desayuno consistente en un café y unas tostadas con mantequilla. Eran las cuatro y veinte minutos de la mañana, todo se sentía en el más absoluto silencio. Encendió la televisión para ver las noticias. No había novedad alguna, lo mismo de siempre: delincuencia, sequía, pobreza, desigualdad, desastres naturales y androcracia, muchísima androcracia, aparecía hasta en la publicidad de marcas comerciales. El joven investigador puso los ojos en blanco, mientras humedecía la tostada con un poco de su bebida caliente.
Apagó el televisor y ordenó a domus sapiens que reprodujera música. Poseía una gran colección de música clásica situada en un enorme estante en la sala de estar, eran discos de vinilo conservados con el mayor cuidado posible. “La vieja escuela siempre es la mejor”, decía Eleos a sus colegas.
Miró su reloj de pulsera, mientras terminaba de escuchar el séptimo movimiento del Réquiem de Giuseppe Verdi, “Libera me”, en un éxtasis que le erizaba la piel. Eran casi las seis de la mañana. El sol despuntaba incipientes rayos de luz, era hora de partir para abordar el primer heliomotor.
Se preguntaba si su compañero estaría listo. Pidió a domus sapiens que al finalizar el disco descorriera las cortinas y se dirigió a la habitación de Tom para comprobar que todo estuviera en orden. Golpeó con suavidad la puerta, giró el picaporte y allí encontró a su viejo compañero, preparándose para el viaje. Tom había ordenado la habitación y hecho su equipaje, solo esperaba la venia de Eleos para comenzar el nuevo trabajo.
—Te esperé para que me acompañaras al desayuno, Tom.
—No quería importunarlo, señor. Sé que no le gusta que lo distraiga cuando está reflexionando.
—Tranquilo, hace más de dos horas que estoy en pie. Le pedí a domus sapiens que te avisara.
—Estoy enterado, señor Eleos —contestó con afabilidad.
—Partimos en breve. Supongo que tienes todo listo.
—Todo listo y dispuesto.
El joven sonrió a su compañero. Puso sus brazos en jarras y contempló el cuarto de Tom. Se alegraba de contar con él.
—Excelente, entonces te espero en la cochera.
—En dos minutos estaré allí. Estoy terminando la depuración de mi sistema y cargando mis celdas de energías.