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¿Maníacos o lúcidos? (Pinel con Trélat)

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No es una novedad que, en el campo de la psiquiatría moderna, desde que ésta se gestó como un movimiento europeo, (2) hubieron casos de locura que no expresaban plenamente sus síntomas, cuyas manifestaciones podían suponerse, más no constatarse semióticamente.

En tal sentido es inevitable sobrevolar las elaboraciones de Philippe Pinel (1801) en torno a la Manía sin Delirio, los trabajos de los británicos James Pritchard (1837) y Henry Maudsley (1874), así como el desarrollo del francés Ulysse Trélat (1867) tanto como el singular trabajo de Paul Moreau de Tours. Todos y cada uno de ellos destacan en mayor o menor medida la posibilidad de una locura sutil, formas de alienación que se asemejan mucho a la normalidad.

Philippe Pinel, en su Tratado médico-filosófico sobre la alienación mental (1801), de modo fundante aceptará la posibilidad de coexistencia de locura (manía) “sin lesión del intelecto” pero con lesión en las “facultades afectivas”. Presenta así varios casos que ejemplifican esta concepción; esencialmente, individuos que sufren ataques de furia y violencia repentina. Aclaremos aquí que lo afectivo difiere del trastorno del humor tan difundido actualmente bajo el mote de “trastorno bipolar”, es decir, en el eje manía-depresión.

“¿Puede haber manía conservándose ileso el entendimiento? -se pregunta Pinel. Podemos mirar con la debida admiración los escritos de Locke, y convenir sin embargo en que son muy incompletas las nociones que da sobre la manía cuando la considera como inseparable del delirio. Yo mismo opinaba como este autor cuando volví a comenzar en Bicêtre mis investigaciones sobre esta enfermedad, y no me causó poca admiración el ver muchos locos que en ningún momento presentaron lesión alguna del entendimiento, y que estaban dominados por una especie de instinto de furor, como si únicamente estuviesen dañadas sus facultades afectivas”. (3)

Ulyses Trélat por su parte, trabajando en la Salpêtrière, publica un tratado sobre la Locura lúcida (1867), (4) inaugurando así la nefasta serie de los psiquiatras-policías. El papel del alienista quedaba rebajado al lugar de quien debe desenmascarar a aquellos locos que no lo parecen, para terminar en la recomendación, al modo de los eugenistas, de mantener a estos individuos alejados de las buenas familias. Algunos más o menos débiles, más o menos maníacos, abúlicos o locos, en su mayoría ocultaban el delirio o encubrían de manera astuta la bizarría de su conducta.

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