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Estados intermedios (Alejandro Korn en la penitenciaría)

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En este sentido, Alejandro Korn, destaca la prevalencia de las formas intermedias de la locura. Siendo practicante de la penitenciaría, va a desarrollar su trabajo de investigación en las antípodas de lo que configuraría su posterior pensamiento filosófico. Digamos que para ese entonces (1883) la locura estaba absolutamente tiranizada por un organismo enfermo, que no necesariamente debía ser el cerebro sino que podía estar determinada por una lesión radicada en un órgano a distancia (un “delirio neumótico”, tifoideo, etc.). El otro papel lo constituían la herencia, las taras psíquicas, tanto como las enfermedades crónicas en general (no sólo nerviosas) que predisponen a una descendencia morbosa. En el corazón de su investigación señalará que cada locura reviste “un carácter completamente individual” y añadirá que para toda clasificación posee un costado siempre artificial y arbitrario:

“No se presentan al análisis divisiones naturales y la clasificación siempre artificial puede establecer algunos tipos predominantes, pero no podrá tener en cuenta los estados intermedios, precisamente los más frecuentes, los más importante y los más dificultosos. Salvando la diferencia fundamental de naturaleza, casi me atrevería a decir que la locura es como la sífilis, cuyas manifestaciones pueden variar al infinito sin dejar de ser la misma enfermedad”. (18)

Es menester ubicar que mientras aquí comienza a esbozar la idea de psicosis única (Einheitspsychose) propia de los alienistas alemanes, al mismo tiempo menciona la posibilidad de “estados intermedios”. Desnudando una concepción psicológica, dirá que el juego entre la constitución, lo hereditariamente transmitido y la lucha por la existencia, dará la conformación del yo “con sus sentimientos egoístas y altruistas, sujeto al perpetuo conflicto entre el organismo propio y el medio externo”. (19) Para el filósofo de la libertad, entre la sana razón y la locura no hay una “valla brusca” sino un gran “abismo” cuyo puente lo constituye “un número infinito de gradaciones y una transición insensible” que va de la “simple neurosis observada por el alienista experto, hasta la manía furiosa” como la forma más perfecta de locura. (20)

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