Читать книгу Iberoamérica sonora - Enrique Blanc Rojas - Страница 10
Prólogo
ОглавлениеUn aplauso
JOSELO RANGEL
“Los jóvenes de ahora lo tienen muy fácil, todo se les sirve en bandeja de plata. A nosotros nos costaba mucho trabajo enterarnos de las novedades. La información valía oro. Hoy no. Por eso ahora todos se creen periodistas, pero eso no es periodismo, no se trata de sólo googlear el nombre de una banda y que te aparezca su historia y puedas escuchar su discografía completa. Tienes que pensar, digerir, sudar sangre y luego ver qué haces con ese sentimiento que si no te brota de las entrañas, no es válido.”
Así podría comenzar este texto pero, en mi juventud, siempre odié a los viejos que se ufanaban de lo que ellos habían sufrido, reclamándonos a nosotros que la teníamos regalada. Ya que las cosas no nos habían costado, no las apreciábamos. Como si fuera culpa nuestra que los tiempos hubieran cambiado.
Claro, hablaban de otras cosas. Tal vez habían vivido la revolución, alguna guerra, la dictadura, persecuciones políticas, hambre. Mis padres, por ejemplo, crecieron en familias que tiraban más a la pobreza que a la opulencia. Trabajaron desde pequeños porque su padre o su madre murió, y ellos tenían que traer la comida a casa.
Eran otros problemas, verdaderos problemas, diría alguien. Pero tener o no información, de cualquier tipo, puede ser un problema grave. Lo vemos en estos tiempos, en donde muchas cosas que antes estaban vedadas están saliendo a la luz. La importancia del periodista, si es que alguien lo dudaba, es más importante ahora que nunca. Y por supuesto, también en lo que nos atañe a nosotros, la música, que es nuestra pasión, nuestra forma de vida.
Criticar a un joven por tener mas acceso a la información sería criticarme a mí mismo. Yo también lo tengo más fácil, la diferencia es que cada vez que yo acceso a un link o tecleo el nombre de una banda en Google le doy gracias al Dios de la Información por ponerme las cosas tan sencillas… ¡Oh, loado seas, te alabamos!
Me empecé a interesar en el rock –debería decir obsesionar– cuando compré una revista, en cuya portada venía Debbie Harry, del grupo Blondie, que se llamaba Sonido. Devoré ese ejemplar hasta deshojarlo. Había reportajes de las bandas del momento: post punk y new wave. Comenzaba entonces el efímero –no sabíamos qué tanto– new romantic, con grupos como Classix Nouveaux y Spandau Ballet. En ese número y en los subsecuentes que compré, salieron bandas mexicanas en activo: Dangerous Rhythm, Size, Ruido Blanco, María Bonita. Yo tenía quince años y vivía en Ciudad Satélite, más allá de los suburbios de la Ciudad de México, lo cual me ponía en una situación de lejanía insoportable de todo lo que estaba pasando. No hubiera sabido nada de todo eso: estilos musicales, discos frescos, nuevas tendencias si no fuera por la revista misma. No existía otra forma de enterarte. Y menos para un casi niño como yo.
¿Quién escribía los reportajes? ¿Quién firmaba los textos? No lo supe en ese momento ni me interesaba. Estaba obnubilado por las figuras casi míticas que aparecían en las fotos: músicos con guitarras, baterías, con el micrófono en la mano en un escenario, en una pose amanerada, con ropas extravagantes, sin sonreír. ¡Qué importaba quién escribiera! Aunque los textos los devoraba, la imagen de esos semidioses, muchos de los cuales no escuché hasta años después, era el principio y el fin de todo.
Hace no mucho tiempo me enteré de que los que escribían esos reportajes resultaron ser los mismos músicos de las bandas mexicanas que ahí publicaban: Óscar Sarquiz, Delia M., Carlos Robledo. Nunca lo vi como algo oportunista, al contrario, los músicos querían no sólo expresarse a través de sus canciones, sino también de sus conocimientos musicales, de sus gustos, una especie de invitación a integrarse a su club.
Walter Schmidt, el editor de Sonido, era integrante del grupo Decibel. Después lo fue de Size y también de Casino Shanghai; cada uno de estos proyectos fue muy importante para el desarrollo del rock en nuestro país.
No creo que Walter Schmidt me haya influenciado con su música, pero estoy seguro de que lo hizo con la información que publicaba en su revista. ¡Conocí a tantos grupos nuevos gracias a él! Es sabido que en México circulaba información sobre bandas inglesas aún antes que en Estados Unidos, y eso fue gracias a Walter.
Un movimiento musical necesita sus periodistas, los testigos de lo que los grupos nuevos están haciendo. Para nosotros, Café Tacvba, fueron Rogelio Villarreal y Mongo, quienes publicaban una revista underground llamada La Pus moderna. En esa revista aparecimos los grupos nuevos: Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Café de Nadie, Santa Sabina. Gracias a Rogelio y Mongo tocamos en el Bar 9, el lugar en donde se escuchaba la mejor música de la ciudad, donde la vanguardia estaba sucediendo. Fue un impulso invaluable para nuestro grupo.
Pero así como tuvimos a quienes nos apoyaban en un principio, también tuvimos detractores. Aún los tenemos. Muchas veces me encabroné al punto de querer golpearlos por algo “malo” que habían escrito sobre nosotros. Con el tiempo aprendí que todo era válido, una opinión más sobre tu quehacer artístico. Como dice el “Dude” en The Big Lebowsky: “Its your opinion, man”.
Con el tiempo he ido jugando a ser un periodista musical. Digo jugando porque me doy cuenta de que no tengo ese afán incansable de buscar y descubrir música nueva para compartirla con mis lectores. Escribo de lo que me gusta. Pero eso, lo sé bien, no me hace periodista.
El periodista musical es aquel que indaga, escucha los discos nuevos una y otra vez con atención, la banda del barrio, aquel artista desconocido por todos; investiga en el pasado, en el presente, y sabe lo que vendrá en el futuro. Y lo más importante: nos lo muestra a todos los demás, nos lo comparte.
La mayoría lo hacía aún antes de que le pagaran por ello, y muchos no reciben la remuneración justa por ese arduo trabajo. Pero tengo la sospecha de que lo seguirían haciendo gratis. Es una pasión.
Espero que algún día todos esos transmisores de la música, invisibles muchas veces, que no se suben a un escenario, reciban el aplauso que se merecen.
Desde aquí les doy las gracias, les aplaudo y les hago una reverencia.
© Andrés Wolf