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Segunda parte. El sacrificio

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Introducción

(Lento)

“La vida en la ciudad me encanta y me enferma”, dice. “Amo vivir en la naturaleza y cantarle a los pájaros y los árboles, pero los pájaros y los arboles ya saben todo, entonces no tengo mucho más que decirles. Así que siempre vuelvo a la ciudad con una misión clara, que es el destino del canto. Esto que me dio ‘alguien’ y no me lo puedo quedar para mí sola: tiene que salir y lo tienen que oír todos los que lo sientan. Acá todo está tapado por el consumo y la miseria… Claro está que en toda esta peste hay cosas hermosas, pero no me gusta hacerme la boluda ante situaciones que me generan dolor. Entonces me toca accionar desde mi lugar: desplegar la canción como bandera de mi corazón.”

Círculos misteriosos

(Andante con moto - Più mosso - Tempo I)

De regreso a Buenos Aires, Sofía comenzó a trasladarse de la periferia hacia el centro. A tocar en el circuito de bares que unía la milonga de La Catedral con el Centro Cultural Matienzo. Poco a poco se fue acercando al campo gravitacional de los Cancionistas del Río de la Plata y, a fines de 2011, fue convocada a participar en una de las rondas organizadas en el bar Vuela el Pez. Encuentros acústicos y con espíritu de fogón, animados por Pablo Grinjot, Julieta Rimoldi, Tomi Lebrero, Lucio Mantel, Pablo Dacal, El Gnomo y varios más. En una de esas noches Sofía conoció a Ezequiel Borra.

Glorificación de la elegida

(Vivo)

“Un amigo me pasó un video sugiriéndome invitarla a una ronda y me acuerdo de que me quedé horas mirándola en YouTube”, dice Borra. “Sus canciones son luminosas. Y cuando canta parece que siempre estuviera por llegar la primavera.” La química fue inmediata. El encuentro en Vuela el Pez desató chispazos y, en el fondo de su morral, Sofía se llevó los discos de Borra: un puñado de organismos vivos y mutantes en algún sitio entre Tom Waits, Charly García y Tom Zé. Durante una temporada escuchó esa música a jornada completa y, en un arrebato de intuición, Sofía decidió convocarlo como productor. En El Placard, la casa y estudio de Borra, dispusieron el terreno para la grabación. Al cabo de un par de sesiones Sofía puso sobre la mesa noventa y seis canciones inéditas y los límites entre el disco y la vida se desdibujaron. “El primer horizonte no fue sonoro”, dice Borra. “Nos propusimos jugar sin presión, respetando los tiempos que nuestra relación y lo que iba sonando dictaminaban. Al principio ni siquiera sabíamos si se convertiría en un disco o no. Después de la difícil tarea de elegir un repertorio empezó el proceso de trabajar sobre esas tomas iniciales de cara a las orquestaciones que imaginábamos. Ahí ya estábamos bien adentro del disco. Experimentación de audio, sonidos, instrumentos, largas horas tocando, editando y buscando. Se mezcla con la vida porque pasa el tiempo y aparecen colores de muchos momentos. El proceso duró casi dos años y fue de la mano de la relación con Sofi. Es un trabajo producto del amor.”

Evocación de los antepasados

Apenas canta el primer verso de Júbilo los espíritus de Miguel Abuelo, Eduardo Mateo y Violeta Parra parecen acudir al llamado de Sofía Viola. No es casual. Más allá de las comparaciones, se trata de artistas que construyeron su obra al margen del mercado. De sus ritmos, de su tráfico de sacrificios y recompensas. Y uno de los combustibles primordiales de Júbilo es esa tensión entre el don y una vida libre: entre llevar adelante “una carrera” y simplemente regar las plantas, cocinar –su ceviche es célebre–, viajar o leer libros. En ese sentido el disco la impulsó, por primera vez, a tomar algunos gestos del profesionalismo. Por ejemplo, replicar los CDs en una fábrica. Presentarlo en un teatro o, verbigracia, sostener un ensamble: el exquisito Combo Ají, con el propio Borra (guitarra), Ale Franov (acordeón, flautas), Axel Krygier (teclados), Nico Echeverría (percusión), Juane Telechea (contrabajo) y el Pollo Viola (trompeta). “Yo respeto muchísimo a mi papá como músico: me parece que deslumbra a todos”, dice Sofía. “Cuando presentamos el disco me dijo que le daba cosa subir, que lo apabullé y se le hizo un nudo. Se puso nervioso, cosa que no es muy normal en él. Yo no le pedí nada. Que se sienta cómodo y haga lo que quiera. Y cuando el chabón sube queda como un silencio: es muy fuerte su presencia. Y para mí es como estar en casa. El Pollo nunca fue el papá que te felicita, sino el papá que te critica y siempre está apoyando en todo. Solamente te felicita cuando lo hiciste llorar.”

Acción ritual de los antepasados

(Lento)

Como una casa a la sombra de los tilos, Júbilo es fresco y tiene tantas puertas de entrada como canciones. Está cantado en tres lenguas (quechua, guaraní, castellano) y lo sostienen dos columnas. Una de ellas es “Me han robado el mar”. Una especie de opereta andina y unipersonal sobre la mediterraneidad de Bolivia: un diálogo entre la nación de Evo, la luna y el sol que Sofía interpreta recorriendo todo su registro vocal. “El otro día le contaba a mi maestra de canto que cada vez que terminaba de cantar esta canción me latía la garganta”, dice. “Yo creí que era una cuestión emocional, pero mi maestra me dijo: «Te estás exigiendo un montón porque ésta es tu última nota… o la bajas un tono o no la cantas más.» Así que le hago caso a mi maestra. Se llama Liliana Lecuona, tiene ochenta años y es amorosa. Siempre me felicita por más que nunca estudio nada: soy una vaga.” En la otra canción central Sofía canta como si estuviera en la cima de un cerro. Detrás de la marcación de candombe y el arreglo de cuerdas la letra esconde una fábula de redención que trata con cariño hasta a “las mosquitas”. Se llama “Respirar el alba” y, de alguna manera, cifra el espíritu del disco: los ancestros, la empatía, las formas del amor, la aventura. La tribu y la sal de la tierra. El hueso hondo y liviano de los pájaros. Cada hora ganada, perdida y recobrada del largo día de vivir.

Danza sagrada –la elegida– ( = 126)

“Ahora, mi objetivo número uno es que la gente baile. Mi objetivo número dos es que la gente escuche mientras baila.” Así es: en este preciso momento, en algún sitio, Sofía Viola canta y el público hace vibrar la tierra bajo sus pies. Las napas subterráneas serpentean hacia el océano. Una ola acompasa su rompiente. La luna parpadea. Una constelación se precipita hacia su ocaso. No necesitamos el Hubble para ver el nacimiento de esta estrella.


© Orquesta Típica Fernández Fierro

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