Читать книгу Araca corazón callate un poco - Enrique Butti - Страница 7

I Mi muñeco

Оглавление

Mi amigo del alma se llama Marzolini y es muy especial, podría suspender boquiabierta y babeante a toda una multitudinaria audiencia si condescendiera a contarle con lujo de detalles las ocasiones en que lo abdujeron distintos tipos de extraterrestres, incluida aquélla en que colisionaron venusinos y terceavos de Épsilon por la disputa de la preciada presa. Yo no creo ni dejo de creer, pero me digo que por algo excepcional debo haberlo elegido como motivo de mis desvelos. Además, si a alguien se le ocurriera estudiarme un poco podría detectar algún latido marciano en mi corazón, un mundo deshabitado hasta que él llegó con sus pasos de pato para construir a los picotazos un nido en mi pecho, graznando y saltando todo el tiempo hasta ponerme nerviosa.

Marzolini es especialmente adorable, pero a veces lo encuentro por la calle y no me saluda o al contrario me acosa con una audacia que le desconozco, busca toquetearme y dice guarangadas. Me deja alelada, sin capacidad de reacción, catatónica, demoro días en despertar del todo y otros tantos en perdonarlo. Entonces monto en la bicicleta y voy a tocar el timbre de su casa decidida a tragarme todos los reproches, pero allí me espera una inmaculada sonrisa falsa que me obliga a armarle un escándalo. No se cansa de excusarse con la misma historia apasionante: no era él a quien encontré en la calle; los extraterrestres lo han replicado y están llenando la ciudad y quizás el mundo con sus clones. No le creo, pero a la vez no puedo resistirme a su arrebatado testimonio y termino olvidando todo rencor; en el fondo me enloquece de entusiasmo la sola idea de que el mundo de los hombres estuviese compuesto solo de Marzolinis.

Yo soy menuda y ágil, terrenal y sanguínea; él vive en las nubes, en alfombra voladora, en medio de truenos y granizo. Yo soy encendida, enamoradiza; él es un panal de miel lleno de avispas africanas. Así y todo, la cosa va bien porque mantenemos la debida distancia; un poco la mantiene él y un poco la mantengo yo, siempre cultivándome la esperanza de que un día al mismo tiempo dejemos de mantenerla los dos.

Lo conocí en la calle. Había un grupo de gente reunida y me acerqué a mirar. El que sería Marzolini estaba tendido junto al cordón de la vereda, pero ya quería levantarse y decía que no pasaba nada, que ya se encontraba bien. Se puso de pie y dio unos pasos, colorado de vergüenza, disculpándose, agradeciendo. El grupo de curiosos se desperdigó y yo con ellos. Me acerqué al quiosco para comprar mi ración diaria de maní con chocolate. Estaba pagando cuando el quiosquero dice:

—Pero mire que lo podrían haber matado, ¿seguro que está bien?

Me doy vuelta y el que sería Marzolini me sonríe y farfulla algo con la cabeza gacha. Cuando estoy por irme me pregunta si le puedo hacer un favor. Medio le gesticulé que sí y medio que no, pero le pregunté qué quería.

—¿Me puede convidar con un café porque acaban de arrebatarme el portafolios?

Saqué un billete y se lo quise dar. Dijo que no, que juraba que me devolvería el dinero pero lo que quería era que yo pagara dos cafés. Y como le hice un gesto feo:

—Si no tiene tiempo ahora, dígame y ya no va a tener que prestarme para que la convide.

Me lo dijo tan bien que no pude darle vuelta la cara. Le contesté que no, gracias y le tendí el billete otra vez, que si necesitaba tomar un café en ese momento con gusto le daba el dinero. Con una condición, me dijo. Y bueno, empezó a hablar y desde entonces me contento con estar pendiente de esos labios que algunas noches me sorben como él dice que lo chupan los alienígenos, me succionan, me levitan y me dejan caer sobre los copos de algodón de su sofá cama, y allí tendida cómodamente lo escucho y lo escucho hasta dormirme arrullada por sus historias sin fin.

Marzolini cumple con todos mis ideales amorosos. Físicamente es un muñeco. A veces es tan buenito, tan sumiso y desprotegido, que se reduce, se achica, se achica y cuando se deja la barba parece un enanito de jardín, y a veces es tan masculino, tan severo, tan pavoroso, que se agranda y agranda hasta ser un ogro que podría devorarme de un bocado. Pero antes o después comienza a hablar y con esa lengua que tenemos todos empieza a decir lo que nadie sabe decir de esa manera, con esa voz, con los brazos aleteando.

Araca corazón callate un poco

Подняться наверх