Читать книгу Araca corazón callate un poco - Enrique Butti - Страница 8

II El loco por la Flaçon

Оглавление

He escrito las anteriores líneas queriendo, como era de presumir, remedar los inicios de las historias de Marzolini. Él empieza así, hablando en primera persona y resumiendo la situación, exagerándola si es necesario como yo estoy exagerando mi arrobamiento, y una situación que a menudo es banal, banalísima, qué sé yo, a ver si me acuerdo, por ejemplo, voy a su casa, me atiende agitándose en una bata oriental, me hace pasar ofuscado, contesta sí y no, termina de cocinar los hinojos en milanesa saltados con ajo, y de golpe cuando acabamos de cenar y enciende su único cigarrillo diario cuenta que en el trabajo se le apareció un desconocido y le dijo con vocecita plañidera que lo disculpara, que necesitaba pedirle un favor muy importante y que no dudase de que lo movían las mejores intenciones.

Y el desconocido larga:

—Quisiera que me diga adónde puedo encontrar a Margarita Flaçon.

Marzolini le dice que lo siente pero que él no conoce a ninguna persona con ese nombre. El tipo insiste, se le quiebra la vocecita de flauta, se desploma en una silla. Marzolini autoritariamente le dice que haga el favor de retirarse si no quiere que llame a los guardias. El tipo se levanta, se arrastra hasta la puerta, y ahí se vuelve y le pide por última vez que le diga la verdad, que por lo menos reconozca que suele encontrarse con Margarita. Lo suplica con tanta deferencia, con tanto pesar, que Marzolini condesciende a repetirle que realmente no conoce a esa persona. El tipo da media vuelta y desaparece.

A Marzolini le asombra saber con certeza que Flaçon es un apellido portugués que lleva esa c con cedilla que se pronuncia como ese. Quizás sea un apellido que circula en la ciudad y él lo ha visto escrito, y quizás me lo puntualiza porque intuye que alguna vez voy a andar escribiendo ese nombre. Vuelve a su casa y a la espera de mi llegada se agita con la limpieza, con calzar su atuendo de ocasión y con la cocina, lavando y cortando los hinojos en dos, pasándolos por huevo y rebozador (avena y harina de maíz con albahaca seca en polvo y sal), y largándolos a dorar sin fritanga en la sartén.

Está ahí en la cocina y suena el teléfono. Masculla una injuria porque supone que sea yo avisando que no puedo ir y que inútilmente se acicaló y preparó comida especial y abundante; se lo hice una sola vez y no me perdona. Va y atiende. Silencio. Y después una voz de cotorrita atragantada se desborda sin respirar:

—Qué le cuesta decirme algo de Margarita, dígame cómo está, al menos dígame si está bien, si necesita algo.

Bueno, así empiezan las historias de Marzolini. A esa altura nos hemos alzado de la mesa y sin dejar de hablar me lleva flotando a su cuarto y me deja caer suavemente en su sofá cama. Las historias sin embargo no continúan así, concretas y ordenadas; de a poco empieza a perderse con algún particular, con algún recuerdo que rompe la cronología y me lleva a su pasado, a veces hasta su infancia. Y entonces no sé si adoro más al Marzolini infante, al Marzolini artista adolescente o a este hombre maduro pero apasionado que me habla y me transporta a paraísos de ensueños pero bien cargados de congojas, ya que más de una vez estoy obligada a morderme las manos para no plantármele delante, gritar y con los oídos tapados escapar corriendo, dejándolo que hable solo, revolcándose en sus pringosas aventurillas amorosas.

Araca corazón callate un poco

Подняться наверх