Читать книгу Araca corazón callate un poco - Enrique Butti - Страница 9
III Marzolini festeja la Pascua
ОглавлениеAdemás, puede que la historia haya tenido un desenlace inesperado recién ahora y el inicio sea de tiempo atrás. Por ejemplo, la historia del loco por la Flaçon, esa historia en realidad empezó así: quedamos por teléfono en que esa noche iba a visitarlo, llego a su casa en bicicleta, le toco el timbre, me atiende vestido con una bata oriental bordada con cigüeñas volando entre árboles cargados de orquídeas. Está ofuscado y recién después de un buen rato empieza a relatar que unos meses atrás apareció un tipo en su oficina y sigue lo que ya conté. Y dice que enseguida se olvidó de esa visita y de ese nombre femenino que en el momento le había dado vueltas por la cabeza. Pasan muchas semanas y esa noche (la noche del presente, la noche en que mi tesoro en bata con cigüeñas me cuenta la historia) se había puesto a cocinar porque sabía que yo iría a visitarlo y de improviso suena el teléfono y maldice pensando que seguro llama otra vez a última hora la falluta aduciendo que de golpe le empezó a doler la cabeza. Atiende. Un berrido y una larga frase ahogada le pide que por lo menos le diga si Margarita está bien.
—¿Qué? —grita con ferocidad Marzolini recomponiendo en su memoria aquel visitante con voz de cotorrita.
El otro ya no puede hablar. Solloza. Marzolini corta.
Pero en ese intervalo habían sucedido algunas cosas y entonces ahí empieza la verdadera historia. Me cuenta que un domingo, cosa de un año atrás, había decidido de repente visitar una iglesia y cuando salía lo abordó una mujer que lo esperaba en el atrio. La desconocida le dice que por lo menos en el día de Pascua olvide los rencores y la salude. Marzolini se ríe como un bobo; piensa que quizás se trate de una nueva fórmula, porque desde su infancia que no participaba de una misa, desde antes de que inventaran ese rito de saludar a los circunvecinos de banco deseándoles un buen augurio, de manera que un rato antes atinó apenas a mascullar “Igualmente” como respuesta al “Que la paz sea contigo” que susurró una hermosa joven que le tendió su cara para un beso, fórmula que enseguida le repitió otra, evidentemente la hermana de la joven hermosa, pero ésta más hermosa todavía, que suavemente había desplazado a su hermana para, inclinándose como una bailarina, acercarle su mejilla, al mismo tiempo que alguien le tocaba el hombro y, al darse vuelta, se encontró con una anciana radiante que avanzaba hacia él para ofrecerle su boca como frutilla, y ya al lado de la anciana una señora lo miraba esperando que él se estirara casi genuflexo hacia ella porque se trataba de una verdadera emperatriz, y todas le dijeron “Que la paz sea contigo” y él respondió a cada una con un “Igualmente”, de manera que cuatro mujeres y él mismo salieron de esa iglesia con paz, aunque sin paz del espíritu.
Ahora Marzolini sonríe ante la musculosa y enérgica mujer del atrio creyendo que le ha enunciado alguna otra fórmula decidida por el Concilio Vaticano II (pero yo en momentos como estos no puedo contenerme y lo interrumpo: “¿Enérgica? ¿Por qué era enérgica la mujer del atrio?”, y dado que Marzolini es como esos narradores con neuronas balzacianas que no se pierden detalle y saben de todo, las telas de los vestidos, el nombre de los perfumes, los cortes de pelo y peinados, franja etaria y condición social, podría estar toda la noche describiéndola, pero a mí me basta entender si está o estuvo enamorado de ella para devolverlo a los carriles y regresarlo al atrio de la iglesia: “Y entonces, ¿qué pasó con la mujer que te pidió el jubileo de la Pascua?”).
Dice que mientras él amablemente condesciende a besarle la mejilla, se anticipa con la fórmula:
—Que la paz sea contigo.
Y ella recibe el beso y le contesta:
—Difícil que encuentre mi paz si no es contigo.