Читать книгу El poder del amor y otras fuerzas que ayudan a vivir - Enrique Chaij - Страница 17

Haz tú lo mismo

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Nos acercábamos a la ciudad de Jericó, en el sur de Palestina, cuando el guía hizo detener el ómnibus, para señalarnos un angosto camino de tierra que atravesaba la ruta principal. “¿Qué será eso?”, nos preguntamos. Y, antes de que se escuchara nuestra pregunta, el guía nos indicó que dos mil años atrás, en ese viejo camino de tierra, había sido robado y mal herido un judío que viajaba hacia Jericó. Entonces, de inmediato recordamos el resto de la historia. Pasaron por el lugar un sacerdote y luego un levita, pero ambos se limitaron a mirar al infortunado, se compadecieron de él y siguieron su camino sin brindar ayuda.

Finalmente pasó por allí mismo un samaritano, un enemigo acérrimo de los judíos. Y cuando este vio al hombre agonizante, se olvidó de su enemistad y de los odios nacionales. Lo único que vio fue un hombre urgentemente necesitado de ayuda. Y, sin vacilar, lo socorrió con amor fraternal. Le vendó las heridas y, colocándolo sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón, cuidó de él y pagó todos los gastos.

Esta simple historia narrada por Jesucristo es conocida como la historia del “buen samaritano”. Y el Maestro terminó su relato diciendo: “Vé, y haz tú lo mismo” (S. Lu­cas 10:37).

Mientras el guía nos mostraba aquel sitio histórico, íntimamente pensé: los siglos han pasado, y todavía seguimos viendo a seres que buscan con ansiedad una mano samaritana, impregnada de amor. Esa mano puede ser la suya o la mía. ¡Hay tantas necesidades a nuestro lado! Claro, tenemos nuestras “razones”. Que la gente es mal agradecida. Que es mejor no complicarse la vida. Que antes de pensar en los demás tenemos que pensar en nosotros mismos. En resumen, la actitud fácil y egoísta del que se lava las manos, y dice: “No te metas”.

Este es el mundo en el cual nos ha tocado vivir. Cargado de corazones fríos e indiferentes hacia la necesidad del hermano. Hombres y mujeres que, incluso, se llaman “cristianos” pero que, cuando deben mostrarse como tales en favor del alma afligida, inventan mil excusas o se hacen aun lado para no ver al necesitado.

Si usted y yo hubiéramos pasado junto al hombre robado y herido, ¿habríamos actuado como el buen samaritano? ¿Somos hoy capaces de socorrer al extraño que llora en la vía pública, al accidentado en la ruta, o al desdichado que no tiene qué comer?

¿Qué clase de amor fraternal practicamos con el menos favorecido? ¿No valdría la pena analizar un poco la clase de corazón que tenemos hacia nuestro prójimo? Decía el poeta:

¿Sabes tú lo que vale para un ser ya vencido

en la lucha de la vida un socorro tener?

¿Sabes tú cuánto alivio y consuelo se siente

cuando a tiempo una mano se nos llega a tender?

Ten en cuenta que nadie en el mundo está exento

de dolores y penas y de dar un traspié;

y que al más saludable, más fuerte y más rico

bien le viene en la prueba un alivio tener.

El poder del amor y otras fuerzas que ayudan a vivir

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