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Las mejores piedras

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Un hombre contemplaba con verdadero deleite la famosa colección de piedras preciosas que tenía un amigo. El brillo, las formas y los colores de esos tesoros lo habían dejado deslumbrado, cuando el dueño de la colección le dijo: “Ven ahora por aquí, te mostraré las dos piedras mejores que tengo en mi casa”.

Y, a continuación, le mostró dos grandes piedras para moler trigo. El amigo visitante quedó confundido en un principio, pero enseguida entendió. Las otras piedras, aunque preciosas, eran simplemente parte de una colección, pero no prestaban utilidad alguna. En cambio, esas dos piedras rústicas, sin brillo ni color atrayente, prestaban un servicio práctico y útil a su dueño: le proporcionaban el pan de cada día.

¿No es esta una lección válida para todos los tiempos y todas las personas? Vale más el que más sirve, y no el que más impresiona o el que tiene la habilidad de hacerse servir. Por eso, descuellan tanto las palabras milenarias de Jesús, quien dijo que no había venido “para ser servido, sino para servir” (S. Mateo 20:28).

Y esto lo dijo para condenar la actitud ambiciosa de sus discípulos, cuando estos expresaron su deseo de poseer un puesto de preeminencia en el reino terrenal que creían que su Maestro iba a establecer. Por eso, también les dijo: “El que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo” (vers. 26, 27). ¡Qué reto y qué lección encierran estas palabras! Pero, a la vez, ¡qué ejemplo admirable contiene la vida de quien las pronunció!

Cuán a menudo se busca la mayor recompensa con el mínimo de servicio, o el puesto más elevado para trabajar menos. Pero, la enseñanza del gran Maestro señala que el más apto y el más grande a la vista de Dios es aquel que posee mayor capacidad y disposición para brindarse en bien de los demás.

Esta es la manera en que se comporta la propia naturaleza. Como dijera Gabriela Mistral: “Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco”. Y añade: “El servir no es faena solo de seres inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve... Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos, y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo o a tu madre?”

Cuando decimos que tal o cual cosa “no sirve”, es porque está de más y la tiramos a la basura. Algo parecido ocurre con nosotros. Si no servimos como Dios desea, ¿de cuánto valemos, o qué finalidad tiene nuestra vida? Alguien dijo: “Quien no vive para servir no sirve para vivir.

El poder del amor y otras fuerzas que ayudan a vivir

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