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LAS MALAS TORMENTAS HACEN AL BUEN MARINERO


A veces creemos que todo en nuestra vida tiene que ser como en los cuentos de hadas, que siempre debemos llegar a un “… y vivieron felices para siempre”. El punto donde ya todo es fácil y es pura felicidad. Idealizamos esta situación porque desde pequeños nos enseñan que las crisis son malas. Lo que nadie nos dice es que los problemas siempre van a existir y que suceden más de una vez en nuestra vida. Yo, como te conté, tuve que aprenderlo a la mala.

Lo que tampoco nos enseñan es que las crisis y lo inesperado no son necesariamente problemas. Creer que son problemas, en lugar de oportunidades, es lo nocivo. Hay una frase que me gusta usar mucho en mis cursos: “Un mar tranquilo nunca hizo a un buen marinero”. Imagínate que un marinero, en medio de una tormenta, se sentara en la cubierta a preguntarse: “¿Por qué me odias? ¿Por qué la vida es así? ¿Por qué yo tengo esta tempestad si los otros navegan por aguas tranquilas?”.

El temporal pasará, pero si la persona culpa a la mala suerte o a cualquier causa externa que se le ocurra, no aprenderá nada de esa experiencia. Y vendrán más y más tempestades que, una vez más, no sabrá afrontar. Porque un buen navegante no se hace surcando océanos tranquilos. Lidiar con el mal clima le permite aprender a leer y a entender su entorno, de esa forma podrá enfrentar mayores desafíos en el futuro.

Por eso hay que saber interpretar las crisis que enfrentamos y hacernos las preguntas adecuadas. Olvida el “por qué” y busca el “para qué”. ¿Para qué son las crisis? ¿Qué vienen a enseñarme y qué propósito cumplen en mi proceso de evolución y crecimiento? Porque creo que los problemas llegan cuando una persona está demasiado cómoda. Y por cómoda no me refiero a feliz.

"Las crisis y lo inesperado no son problemas. Creer que son problemas, en lugar de oportunidades, es lo nocivo".

La comodidad en estos términos se refiere al momento en el que alguien ya no quiere arriesgar ni crecer. Cuando comienza a proteger lo que tiene por miedo a perderlo, en cualquier ámbito: afectivo, financiero o de salud.

Cuando el pensamiento “qué tal si me pasa algo malo” nos orilla a la inmovilidad, aparecen las crisis. Es la vida diciéndonos: “Ya no estás creciendo”. Las crisis se nos presentan para obligarnos a cambiar cuando no hemos querido hacerlo. Nos obligan a entrar en un proceso de crecimiento cuando lo hemos evitado durante algún tiempo.

"Las crisis se nos presentan para obligarnos a cambiar cuando no hemos querido hacerlo."

Porque cada cosa que experimentamos, cada relación que tenemos, cada negocio perdido o cada padecimiento inesperado nos enseña cosas de nosotros que no habíamos visto.

A veces, la vida nos envía las mismas tormentas hasta que por fin nos levantamos de la cubierta, tomamos el timón y, empapados de agua salada, le gritamos: “Ya basta, ¿qué se supone que tengo que aprender con esto?”.

Entramos en la monotonía de la protección al aferramos a una relación tóxica, a un trabajo que no nos satisface, a quedarnos cerca de esas amistades que, cuando las necesitamos, nos dan la espalda. Y dejamos de preguntarnos qué más deseamos ser, en qué podemos convertirnos, qué más queremos experimentar, cómo amar más, contribuir más.

Es ahí cuando se desata el caos. ¿Y ahora qué?

En este capítulo echaremos un vistazo a uno de los conceptos básicos para comenzar a asimilar las crisis: la resiliencia. Y cómo si no existen cimientos llenos de autoestima y autoconfianza, las nuevas oportunidades pueden escurrirse como agua entre los dedos.


UNA CERTEZA PARA DEJAR LA ORILLA


Una de las personas más fuertes y resilientes que conozco es mi mamá. Aunque la he visto pasar por muchísimas crisis y cambios inesperados, ninguna fue como la que enfrentó en 2001, cuando la diagnosticaron con esclerosis múltiple.

La esclerosis múltiple es una enfermedad autoinmune que afecta al sistema nervioso central y al cerebro, es crónica y degenerativa. Como es comprensible en este tipo de diagnósticos, su ánimo decayó. Por muchos años se apegó al tratamiento, pero los medicamentos la hacían sentir muy mal. Poco a poco la vimos perder la movilidad de una pierna y su habilidad para escribir, además de enfrentar parálisis faciales y una serie de síntomas que el medicamento no calmaba.

Hasta que llegó a su límite: “Esto no es vida y no puedo seguir dependiendo de los medicamentos que me hacen sentir pésimo”. Y decidió dejarlos. Comenzó a buscar alternativas que la hicieran sentir mejor. Se enfocó en su estado interior, energético y emocional, y comenzó a explorar las causas que podrían estar afectándole a ese nivel.

Con esto no quiero desestimar el campo de la medicina clínica, pero con esa decisión mi mamá dio el salto hacia un camino poco conocido. Y, de manera extraordinaria, poco a poco mejoró. Recuperó buena parte de la movilidad que había perdido y aprendió a sanarse a sí misma.

Pero nada de eso hubiera ocurrido si no hubiera tenido claro que por difícil, incierta o peligrosa que fuera esa ruta, ella podía enfrentarla y salir viva. Esa es la clave.

Por un lado, la resiliencia es la capacidad de los seres humanos para adaptarse a las circunstancias difíciles. Es saber que todas las tormentas que llegan a ti te harán más fuerte. Significa que la vida no te va a dar algo con lo que no puedas lidiar. Y es importante que lo sepas porque es una herramienta que te ayudará a enfrentarte a las crisis con la certeza de que puedes superarlas. Pero no podemos tocar el tema de la resiliencia si primero no hablamos de autoconfianza y autoestima, ya que son tres elementos ligados entre sí. Las tres caras de un prisma.

La autoconfianza es una especie de garantía. Pero no la garantía de que voy a llegar a algún lugar o de que voy a lograr algo, sino la certeza de que no importa qué suceda, yo puedo lidiar con ello.

"La resiliencia es la capacidad de los seres humanos para adaptarse a las circunstancias difíciles. Saber que todas las tormentas te harán más fuerte".

Su contraparte es el miedo, una de las razones por las cuales muchas personas no ponen en marcha algún negocio o no se involucran en una relación. Suele manifestarse como una voz interior que reafirma su incapacidad para hacer o lograr lo que quieren: “Si me hacen esto, no seré capaz de sobrellevarlo” o “Si me engañan, no podré soportarlo” o “Si fracaso y la gente me dice ‘te lo dije’, no voy a poder verlos a la cara” o “Si pierdo dinero, no conseguiré sobrevivir”.

La autoconfianza nos permite realizar acciones a pesar de que nos asusten y la resiliencia nos ayuda a persistir en ellas a pesar del miedo. Ambas te dan la certeza de que no importa lo que suceda, tú puedes enfrentarlo.

"Pasa lo mismo en la vida real. Cuando tenemos la certeza de que podemos superar los conflictos de la vida es más sencillo mirarlos con otros ojos y aprender de ellos".

Las dos se basan en la autoestima, que es una serie de creencias que tienes acerca de tu capacidad para superar o crear situaciones, amistades, trabajos, parejas. Por eso uno de los motivos por los que a veces nos aferramos a un trabajo que no nos gusta y a las cosas que nos dañan es porque tenemos interiorizada una creencia que nos dice: “No lo vas a poder superar, no eres capaz”. Y si la escuchamos, tendremos la certeza de que es mejor quedarnos con lo que ya conocemos.

Hay un viejo dicho que dice: “Si quieres descubrir nuevos océanos, debes desarrollar la valentía para perder de vista la costa”. Pero cuando tenemos poca confianza en nosotros y nuestra autoestima está por los suelos, la capacidad para lidiar con la incertidumbre también se ve afectada. Esa es una de las razones que nos lleva a querer estar pegados a la costa y no perder de vista lo que ya conocemos.

Por eso, la autoestima es la certeza de que puedes lidiar con tu vida. Y la resiliencia está basada en esa creencia: “Okey, suceden cosas en el mundo, pero yo puedo navegarlas. Sí, habrá tormentas y monstruos marinos y no va a ser fácil, pero puedo con ello. No sé cómo, solo sé que puedo”.

¿Te acuerdas de la película El gran pez de Tim Burton? Hay una parte al principio en donde una bruja le muestra al protagonista la forma en la que va a morir. Durante la historia, vive muchas aventuras peligrosas: se adentra en el bosque, lo atacan arañas y árboles, pero se da cuenta de que el miedo está en su imaginación, “Sé cómo voy a morir y no es aquí, este no es el día de mi muerte”. Entonces puede continuar su camino sin miedos. Pasa lo mismo en la vida real. Cuando tenemos la certeza de que podemos superar los conflictos de la vida es más sencillo mirarlos con otros ojos y aprender de ellos.


REVISA LAS VELAS DE TU BARCO


Una de las analogías que uso con más frecuencia es la siguiente: imagínate que estás en un barco y tu objetivo es llegar a la tierra prometida. De repente comienzas a ver que otras naves avanzan más veloces hacia el mismo objetivo, pero tú, por más que lo intentas, no puedes moverte.

Después de hacer un examen minucioso a las máquinas, regresas a la cubierta, miras hacia arriba y te das cuenta de que tus velas tienen agujeros. Mientras no las repares, no podrás atrapar el viento y zarpar. Y en esta analogía, el viento representa la oportunidad. Siempre hay oportunidades porque el viento siempre sopla.

Cuando tenemos agujeros en nuestra confianza, no importa cuánto viento haga ni cuánto sepamos de navegación, la oportunidad pasará de largo a través de las velas y no seremos capaces de atraparla.

Para comenzar a reparar esas velas inservibles, la introspección es la herramienta principal. Si bien existen muchas formas y estrategias de autoconocimiento, desde escribir un diario hasta enumerar todas y cada una de tus fortalezas y debilidades, a mí me gusta trabajar siempre con una pregunta muy sencilla. La respuesta te dará mucha información acerca de los agujeros emocionales que tienes, del nivel de tu autoestima y de los vacíos que no puedes llenar. Y esa pregunta es la siguiente: ¿qué creo que necesito del mundo para ser feliz?

"Siempre hay oportunidades porque el viento siempre sopla".

Ya lo abordaremos a profundidad en los siguientes capítulos, pero este cuestionamiento es importante porque nos llevará a poner atención en el ego; es decir, en la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Estar conscientes de cómo nos concebimos en relación con el mundo que nos rodea es clave para arreglar las velas de tu navío. A continuación te dejo algunos consejos para comenzar a hacerlo.

1. Acepta que eres un ser imperfecto y en desarrollo. No hay un lugar mejor en el que deberías estar, porque ya estás en el lugar ideal para aprender lo que tienes que aprender. Compararte con los otros es inútil porque tu proceso es único y perfectamente imperfecto. Eres un trabajo en progreso.

2. Pregúntate qué tienes que aprender de las experiencias que se te presentan: “¿Qué oportunidad me trae esta crisis? ¿Qué es lo que no estoy viendo acerca de mí que la vida me está mostrando?”. Recuerda ver las crisis como una llamada de atención para que te cuestiones, salgas de tu zona de confort, te conozcas más y crezcas. Es la vida diciéndote: “Te he dado pistas y, por aferrarte a la comodidad, no has querido aprender. Ahora es tiempo de crecer”.

"Compararte con los otros es inútil porque tu proceso es único y perfectamente imperfecto".

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