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d La bota de potro

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Una de las prendas que más usó el gaucho, y que él mismo se confeccionaba, fue la bota de potro. Las alpargatas existían, pero era menester tener dinero para adquirirlas y duraban poco, por lo que era necesario reponerlas. Nuestro gaucho pronto ideó cómo calzarse sin gasto, ya que el material que necesitaba era lo que entonces más abundaba en los campos que recorría a su libre albedrío: caballos.

De la pata de un potro o potrillo o vaca, en última instancia, se confeccionó sus botas. Cortaba en redondo el cuero a la altura de la corva y el nudo (A), y lo despegaba tirando. Para despegar la parte que corresponde a la canilla le colocaba en medio una soga de a dos, con el rebenque u otro objeto similar, “haciendo torniquete” o “dando garrote”, como decían, al ser igual al suplicio que aplicaban en España para los ajusticiamientos; haciendo girar esa ceñidura, se conseguía despegar el cuero. El dibujo señalado con la letra (B) es bastante claro. Sacado el cuero, lo daban vuelta y quedaba el interior hacia afuera; metían una tabla adentro y procedían al descarne (C). Tenían la precaución de dejar más gruesa la parte de atrás y los costados del garrón, destinados a servir de suela. Algunos comenzaban a sobarlas en leche (porque adquieren, además de blandura, una blancura especial), antes que se secara del todo, pues sobarlas es una tarea muy importante para conseguir una bota flexible como un guante,




Estas botas podían ser peludas o lonjeadas, es decir conservando o no el pelo. De conservar el pelo, quedaban muy vistosas si la pata del animal del que se sacó el cuero tenía manchas iguales. Era tal cantidad de caballos que pululaban en salvaje libertad, que el paisano se podía dar el lujo de tener para el invierno botas con pelo, que eran más abrigadas, y para el verano las lonjeadas, es decir limpias de pelo. Bien sobadas, se les daba forma usándolas. La punta (o boca) se dejaba abierta si el paisano estribaba “entre los dedos” (D).

De esta “bota abierta” se conocen dos formas: la que solo deja los dedos afuera y la de “medio pie”, la que, como su denominación indica, deja casi la mitad del pie a la vista. Era raro el paisano que anduviera descalzo, pero los había. Hasta las mujeres solían calzarse con botitas de potrillo. El zapato, en aquellos tiempos en que se veían obligadas a vivir lejos de toda población, era muy difícil de obtener.

Lucio V. Mansilla, en su Viaje al país de los ranqueles, refiriéndose a la hija de un cacique, dice:

“A falta de zapatos, le habían puesto unas botitas de potro, de cuero de gato” .

Como el paisano usaba estribo, y por lo tanto introducía la punta del pie en él, cerraba la boca de la bota, cosiéndola hacia adentro, dándole la forma del pie; o de lo contrario, se mojaba la punta y se doblaba hacia arriba o hacia abajo y se ataba fuertemente a la altura de los dos mayores. Una vez amoldada al pie, se hacía una costura pequeña. Luego se volvía la bota hacia afuera y la costura quedaba dentro, pero sin producir daño al pie.

La figura (E) muestra la punta de una bota cosida hacia adentro. Las formas de lucir las botas fueron variadas: eran los pequeños lujos del paisano, junto con otras pocas prendas de vestir, y sobre todo, el caballo y el apero. Su fantasía le llevó a elegir botas que tuvieran iguales manchas en el pelo. Había quien las usaba cortas de caña; otros la cortaban mucho más larga para luego, al colocárselas, dar vuelta la parte alta. A esta la llamaban “bota con delantal” (F). También solían cortar esos flecos en tiritas, dándoles una vistosa forma: la llamaban “delantal con flecos” (G). Si estos dos últimos tipos de botas eran con el pelo hacia afuera, la vuelta o delantal quedaba blanco por ser la zona lonjeada.

Otro lujo que se podía dar el paisano era el calzoncillo cribado, que se usó mucho hasta el último cuarto del siglo xix. Se los ha visto luciendo casi todos los uniformes hasta el año 70, aproximadamente, de los que se mostraron algunos al hablar del chiripá. Se usaba suelto, tapando la bota hasta el pie o metido dentro de la bota. También se utilizaron de un ancho muy exagerado, como lo muestran las fotografías del libro de reseñas El Gaucho, que recopiló José M. Paladino Gómez.





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