Читать книгу Conozcamos lo nuestro - The Gauchos's Heritage - Enrique Rapela - Страница 31

capítulo 2 a IMPLEMENTOS DE TRABAJO El apero

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Se puede decir que el gaucho pasaba la vida a caballo y, lógicamente, era muy diestro en su dominio. En este arte superó a sus maestros, los jinetes andaluces. Por esta razón, la primera silla de montar que usó era de jineta, igual a la andaluza, a su vez similar a la montura árabe (A). Las distancias tan enormes que debía recorrer para cualquier cosa en esta nueva tierra lo obligaron a poner sobre la dura silla algo que hiciera menos dolorosa la travesía (B). Unos cueros de lanares sobre ella solucionaron el problema (C). Se llamó “cojinillo”, nombre que proviene del cojín que colocaba el andaluz sobre la silla, que solía ser una manta de lana. El cojinillo, que era el cuero de una oveja bien sobado para darle flexibilidad, se forraba con lona en la parte interna para evitar que el sudor que produce el calor del jinete y el animal que monta impregne la silla. Esta prenda llegó a ser un lujo que lució el paisano en su apero. En un principio se usó muy largo, luego se cortó y peinó; más tarde se puso de moda el cojinillo negro. Aunque parezca mentira, llegó una época en que se usó un cojinillo de hilo, espeso y lacio, que venía de Inglaterra. Estos comerciantes lograron lo que parecía imposible.




Poco a poco, los altos arzones originales fueron disminuyendo su altura y las sillas fueron adaptándose a las distintas regiones. Así, el gaucho de la zona andina adoptó una de arzones o borrenes altos, donde el jinete quedaba calzado para los repechos y descensos (D). El salteño ideó un apero de arzones cerrados, por la misma razón que el andino, pero le agregó unos amplios guardamontes para defenderse de la agresiva selva en que desarrollaba sus actividades (E). Los famosos “Infernales” de Güemes lo llevaban en su apero. Se cuenta que cuando atacaban a los españoles en las tantas sorpresas que relata la historia, lo hacían gritando y golpeando los guardamontes con el rebenque, así se producía un ruido infernal que encogía el corazón de los soldados y los llevaba a derrotas que detuvieron el tiempo suficiente su avance.

El gaucho de la zona llana o pampeana en principio usó lomillo de borrenes bajos (F). Luego, allá por 1870, adoptó recado plano y grande. Este apero sufrió muchas transformaciones en tamaños y formas. En tiempos bastante lejanos, cuando el cuero no era artículo de lujo como lo es hoy, el paisano usaba la cincha, es decir, la pieza que pasando por la panza del animal sujeta todo el conjunto que se conoce como apero. De anchura descomunal, en ella figuraba la marca del estanciero al que perteneció el animal del cuero. Este derroche de cuero luego fue reduciéndose, pero no debemos olvidar que esa ancha cincha tiene por objeto sujetar con seguridad.




En Córdoba se usó un apero que difería un poco del de Entre Ríos. Como se ve en la figura (G), el apero tiene borrenes no muy pronunciados, suficientes para las cuestas que ofrecen las sierras de Córdoba y las cuchillas entrerrianas. En Entre Ríos se veía la variante en la parte llana en lo que se refiere a la cincha. Es sabido que en esta provincia hay zonas bajas e inundables; por esta razón, el paisano cambió la tradicional cincha de cuero por la de piola, hecha con hilo trenzado y engrasado, que soportaba la humedad sin estirarse, como sucede con la de cuero que se ablanda, y por lo tanto, afloja la sujeción del apero.

En la Patagonia se usó un apero inspirado en la “cangalla chilena”. Los tehuelches inventaron uno de madera (H). La figura es copia del apero que menciona George Musters, estudioso de la Patagonia de fines del siglo xix. El gran caballista y creador de lo que hoy se conoce como “el juego del pato”, don Alberto del Castillo Posse, se inspiró en ella para crear el apero que se conoce hoy como “lomillo patero”.

El más popular es el recado actual porteño, que se difundió en casi toda la república. En Buenos Aires se conocía solo el lomillo, un basto con cabezadas, confeccionado en junco, cuero y madera (I); este es un lomillo de 1830. Se ven los bastos fijos, más frescos y blandos, que eran rellenos de cerda. Esos cueros que cuelgan es lo que el paisano llama “delantal”. Pero hemos comenzado al revés: lo lógico es que, para describir al apero, comencemos por decir qué era lo primero que se colocaba sobre el animal para apearlo: se ponía un acopio de “bajeras”, es decir: todo lo que va debajo de la silla, en este caso el lomillo. Colocaban la sudadera (J), un cuerito grande o dos cosidos, esquilados y con la lana hacia arriba. Luego se ponía una gran manta doblada (K) que servía para la cama gaucha. Hoy esta es suplida por uno o dos “mandiles”, una especie de colchón fino de fibras comprimidas de diversos colores, que dan vistosidad al apero. Sobre esto se colocaba una carona grande de cuero de vaca en estado natural, entera o cosida al medio (L).


Se conocieron algunas muy lujosas, sobre todo en el norte, donde el tigre abundaba. Otras en suela primorosamente labrada que por suerte hoy se conservan en museos y colecciones privadas. Los pudientes colocaban sobre la carona de vaca (que elegían la mejor manchada) la de suela (M); sobre esto, el hijar, pequeño cuero crudo de potro; y esto, con el lomillo, encimera, cincha, cojinillo y cinchón (N), completaban el apero.

En la Mesopotamia se hicieron famosos los aperos que ofrecían pequeñas variantes con respecto al conocido lomillo porteño. Se conocieron, por ejemplo: el recado Victoria, de bastante difusión en Entre Ríos; el “malabrigo”, también llamado chaqueño o montura correntina; el recado de albarda, de bastos partidos y grupas pronunciadas; el lomillo correntino de 1830, de borrenes bastante pronunciados y corto; y dos o tres más que no difieren mucho de los ya descriptos.

El recado en la actualidad conocido como “de bastos partidos”, unidos por tientos que tiene la ventaja de poder separarlos de acuerdo con la anchura del lomo del animal, se compone también de múltiples “bajeras”, aunque fue recortándose hasta la ínfima expresión que hoy presenta en Buenos Aires. Se componía de la sudadera, que tiene por función evitar que el sudor del animal eche a perder, con su acción corrosiva, las otras prendas. Luego iban los mandiles, que suplantaron las matras (O). Sobre los mandiles se colocaba la carona, y sobre esto los bastos, rellenos de junco o cerda, dependiendo del poder adquisitivo del jinete.


Como se ve en el dibujo, los tientos dan la luz que se necesite para adaptarlo al lomo del animal (P). Sobre ellos, se colocaba un cuerito o descarne como protección y luego la encimera, unida a la cincha por correones, todo esto de resistente material (Q). En este dibujo se verán sobre la encimera, las boleadoras. De la encimera penden (o mejor dicho, se atan) los estribos, que se alargan o se acortan, acomodándose al largo de las piernas. Se puede ver una argolla tradicional, sujeta a la encimera con un tiento fuerte, que sirve para tirar a la cincha. La colocación de esta argolla nos indica que ese lado va a la derecha del animal, es decir, que se cincha en la izquierda; así remataban el apero, el cojinillo y el sobrepuesto, que era un delgado cuero que tenía por función evitar el excesivo calor que podía dar en verano la lana del cojinillo. Los que podían, lo confeccionaban con cuero de carpincho muy sobado, pero resistente y duradero, y adquiere un color marrón claro muy vistoso. Todo esto, apretado por el pegual con asidera, que suplió al antiguo cinchón de dos vueltas. El viejo cinchón, que daba dos vueltas al cuerpo del animal, tenía también otra finalidad en aquellos tiempos en que no existía el alambrado: al desensillar en campo abierto, servía para asegurar al animal cuando no se disponía de cosa mejor. También servía para hacer una manea redonda. El pegual es una prenda material muy fuerte, que servía para “tirar a la cincha” (R).



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