Читать книгу El príncipe roto - Erin Watt - Страница 12
Capítulo 7
ОглавлениеPasa otra semana. Ella sigue desaparecida y mis hermanos, sin hablarme. La vida es una mierda y no tengo ni idea de cómo mejorarla, así que dejo de intentarlo. Me regodeo en la miseria, evito a todo el mundo y me paso todas las noches preguntándome qué estará haciendo Ella. Si está a salvo. Si me echa de menos… aunque estoy seguro de que no lo hace. Si me echara de menos, ya habría vuelto a casa.
El lunes, me levanto y voy al entrenamiento. Todo el mundo se da cuenta de que East y yo estamos peleados. Mi hermano se coloca en un extremo de la banda y yo en la otra. La distancia entre nosotros es mayor que la de un estadio. Joder, si hasta el océano Atlántico desaparecería en la sima que se extiende entre ambos.
Después del entrenamiento, Val me detiene en el pasillo. Enseguida compruebo si debo cubrirme las pelotas.
—Solo dime si está bien —suplica.
—Está bien.
—¿Está enfadada conmigo? ¿Le he hecho algo? —La voz de Val se quiebra.
Mierda. ¿Es que nadie es capaz de mantenerse firme? Estoy tan irritado que no puedo evitar contestar con brusquedad.
—¿Qué soy? ¿Un consultorio? No sé por qué no te llama.
El rostro de Val se desencaja.
—Eso ha sobrado, Reed. Ella también es mi amiga. No tienes derecho a mantenerla apartada de mí.
—Si Ella quisiera saber de ti, te llamaría.
Eso es lo peor que podría decir, pero las palabras salen de mi boca de todas formas. Antes de poder retirarlas, Val se marcha corriendo.
Si Ella no me odiaba antes, lo hará cuando vuelva y vea el desastre que he montado.
Enfadado y frustrado, me giro y le doy una patada a la taquilla. El metal de la puerta se dobla con el impacto y un latigazo de dolor me recorre la pierna. No es nada agradable.
Al otro lado del pasillo, oigo risas. Me giro y veo a Easton tender una mano a Dominic Brunfeld, que le pone algo en la palma. Otros chicos del equipo sacan billetes y se los pasan.
—Nunca pensé que te vería tan destrozado por una tía —dice Dom cuando pasa junto a mí—. Nos estás defraudando.
Le hago un corte de manga y espero a que East llegue a mi altura.
—¿Quieres explicarme de qué iba todo eso?
East me abanica la cara con el dinero.
—Ha sido el dinero más fácil de ganar de la historia. Estás desquiciado, hermano. Todos en el instituto lo saben. Solo era cuestión de tiempo que perdieras el control. Por eso Ella se fue.
Respiro con dificultad por la nariz.
—Volverá.
—Oh, ¿la has encontrado por arte de magia en mitad de la noche? —Abre los brazos y se gira—. Porque no está aquí. ¿Tú la ves? Dom, ¿tú ves a Ella? —Dom nos mira a East y a mí de forma intermitente—. No, no la ve. ¿Y tú, Wade? ¿Tú la ves? ¿Acaso te ha acompañado al baño?
—Cállate, East.
Sus ojos reflejan dolor mientras, con un gesto, hace como si se cerrara la boca con una cremallera.
—Ya me callo, amo Reed. Tú sí que sabes lo que es mejor para los Royal, ¿verdad? Tú lo haces todo bien. Sacas las mejores notas. Juegas genial al fútbol. Te tiras a las mejores chicas. Menos cuando no lo haces. Y cuando la cagas, todos pagamos las consecuencias. —Me coloca una mano en la nuca y me arrastra hacia delante hasta que nuestras cabezas están pegadas la una a la otra—. Así que, ¿por qué no te callas tú, Reed? Ella no va a volver. Está muerta, tal y como nuestra querida madre. Solo que esta vez no ha sido mi culpa, sino tuya.
Siento que la vergüenza me inunda; como si fuera una sustancia fea y lodosa que se me pega a los huesos y me aplasta contra el suelo. No puedo escapar de la verdad. East tiene razón. La muerte de mi madre fue, en parte, culpa mía, y si Ella está muerta, también tendré que cargar con parte de la culpa.
Me aparto de él y entro de nuevo en el vestuario. Nunca me había peleado con mis hermanos en público. Siempre hemos sido todos para uno, y uno para todos.
Mamá detestaba cuando nos peleábamos en casa, pero no toleraba que lo hiciéramos fuera. Si nos respondíamos de malas maneras, fingía que no éramos sus hijos.
Los hijos de Maria Royal no dejaban en ridículo ni a su madre ni a ellos mismos en público. Con una sola mirada de reproche nos ponía a todos firmes y nos obligaba a abrazarnos como si fuera una jornada de puertas abiertas en el parque de bolas y todos estuviéramos felices de estar vivos, pese a haber estado a punto de tirarnos de los pelos.
La puerta de los vestuarios se abre. No levanto la mirada para ver quién entra. Sé que no es East. Le gusta aislarse cuando está enfadado.
—El viernes, antes del partido, una de las chicas pastel agarró una tijera y le cortó el pelo a una chica nueva. Salió corriendo, llorando como una Magdalena —dice Wade.
Me tenso. Mierda. Esa debe de haber sido la chica que Delacorte y yo vimos salir del edificio y subirse al Volkswagen.
—¿Rubia y delgadita? ¿Conduce un Passat blanco?
Asiente y el banco cruje cuando se sienta junto a mí.
—El día anterior, Dev Khan prendió fuego al proyecto de ciencias de June Chen.
—¿June no es una estudiante becada?
—Sí.
—Ajá. —Me obligo a sentarme con la espalda recta—. ¿Alguna otra bonita historia que quieras contarme?
—Esas son las dos más importantes. He oído otros rumores, pero no los he confirmado. Jordan escupió a una chica en clase de Salud e Higiene. Goody Bellingham está ofreciendo cincuenta de los grandes a cualquiera que esté dispuesto a tirarse al rey y a la reina del baile de otoño.
Me froto el mentón. Vaya mierda de colegio.
—Apenas han pasado dos semanas.
—Y en estas dos semanas, tus hermanos han dejado de hablarte, te has peleado con Delacorte y has destrozado una taquilla. Ah, y antes de que Ella se fuera, al parecer decidiste que no te gustaba la cara de Scott Gastonburg e intentaste arreglársela.
—Estaba hablando mal de Ella.
El tío insultó a Ella. No lo oí, pero supe por su expresión engreída cuando estábamos en la discoteca que se pensaba que se había marcado un tanto. Pero no mientras yo esté presente.
—Seguro. Nada que salga de la boca de Gasty merece la pena. Nos hiciste un favor a todos cerrándole la boca, pero el resto del instituto se está desmoronando. Tienes que espabilar.
—No me importa lo que ocurra en el Astor.
—A lo mejor no. Pero si los Royal no manejan el cotarro, el colegio se va a ir a la mierda. —Wade se mueve sobre la superficie dura de metal—. La gente también está hablando de Ella.
—Me da igual, que hablen lo que quieran.
—Eso lo dices ahora, ¿pero qué ocurrirá cuando vuelva? Ya se metió en una pelea con Jordan. Y, vale, sí, estuvo muy sexy. Pero después pasó lo de Daniel y, ahora, ha desaparecido. Todo el mundo dice que se ha ido para abortar o para recuperarse de una enfermedad de transmisión sexual. Si la estás escondiendo, es el momento de sacarla, de demostrar tu fuerza.
Permanezco en silencio.
Wade suspira.
—Sé que no te gusta estar al mando, pero adivina qué, tío: lo estás, desde que se graduó Gid. Si dejas que las cosas empeoren, cuando llegue Halloween el colegio será una verdadera casa del terror. Habrá intestinos y tejido cerebral desparramados por las paredes. Alguien se habrá marcado un Carrie con Jordan para entonces.
Jordan. Esa chica no trae más que problemas.
—¿Por qué no te ocupas tú? —murmuro—. Tu familia tiene bastante dinero como para comprar a la de Jordan.
Wade viene de una familia rica desde hace generaciones. Creo que en su sótano tiene guardados lingotes de oro.
—No es por el dinero. Sois los Royal. La gente os escucha. Quizá porque sois muchos.
Tiene razón. Los Royal han gobernado este colegio desde que Gid estaba en segundo curso. No sé lo que pasó, pero un día nos despertamos y todo el mundo miraba a Gid con admiración. Si un chaval se pasaba de la raya, ahí estaba Gid para enderezarlo. Las reglas eran simples. La gente solo podía meterse con alguien de su tamaño.
Aunque el tamaño era algo metafórico. Ese tamaño dependía del estatus social, de las cuentas bancarias y de la inteligencia de la persona en cuestión. Si Ella se hubiera desquitado con una de las chicas pastel, no hubiera pasado nada. Pero ir tras una chica becada era otra cosa.
Ella no había pertenecido a ningún grupo. No era una estudiante becada. Tampoco era rica. Y yo pensaba que se acostaba con mi padre. Que mi padre había traído a casa a una puta de un burdel de alto standing. A Steve y a él les gustaba frecuentar esa clase de sitios cuando se marchaban de viaje de negocios. Sí, papá es un actor de primera clase.
Me quedé a la espera, y todos esperaron conmigo. Menos Jordan. Jordan vio de inmediato lo que yo. Que Ella estaba hecha de otra pasta, que era diferente a lo que habíamos visto en Astor Park hasta entonces. Jordan la odiaba. Yo, en cambio, me sentía atraído por ella.
—No quiero esa clase de poder —responde Wade—. Yo solo quiero mojar, jugar al fútbol, molestar a los novios de mi madre y emborracharme. Puedo hacer todo eso aunque Jordan le haga bullying a todas las chicas guapas que respiren el mismo aire que ella. En cambio, tú tienes conciencia, tío. Pero con toda esta mierda… mientras Daniel todavía camina por los pasillos como si no hubiera intentado violar a Ella… bueno, quien calla otorga. —Se pone de pie—. Todo el mundo depende de ti. Es una carga, lo sé, pero, si no espabilas, ocurrirá una masacre.
Yo también me levanto y me dirijo a la puerta.
—Que arda el instituto —murmuro—. No soy yo quien tiene que apagar el incendio.
—Tío.
Me detengo en el umbral de la puerta.
—¿Qué?
—Al menos dime qué va a ocurrir. No me importa lo que decidas. Solo quiero saber si me va a tocar ponerme un traje de protección y eso.
Me encojo de hombros y giro la cabeza hacia él.
—Por lo que a mí respecta, todo puede irse a la mierda.
Oigo un suspiro de derrota a mi espalda, pero no me quedo ni un segundo más en el vestuario. Mientras Ella siga desaparecida, me niego a concentrarme en cualquier otra cosa que no sea encontrarla. Si alguien a mi alrededor está deprimido, perfecto. Podremos estar deprimidos juntos.
Mantengo la cabeza gacha mientras recorro el pasillo. Casi llego a clase sin hablar con nadie… hasta que una voz familiar me llama.
—¿Qué pasa, Royal? ¿Estás depre porque nadie quiere jugar contigo?
Me detengo y me giro lentamente para enfrentarme a Daniel Delacorte al oír su carcajada.
—Lo siento, no te he oído —respondo con frialdad—. ¿Puedes repetirlo? Pero esta vez, díselo a mi puño.
Se tambalea en el sitio, porque percibe el tono de amenaza de vida. El pasillo está abarrotado de chicos que acaban de salir de clase. Hay estudiantes de Música, del grupo de debate, las chicas del equipo de animadoras y miembros del club de ciencias.
Avanzo con seguridad hacia él. La adrenalina me recorre las venas. Ya he llegado a los puños con este gilipollas en otra ocasión, aunque solo le di un puñetazo. Mis hermanos me alejaron a rastras de él antes de que le hiciera más daño.
Hoy nadie me detendrá. La manada de animales que forma el cuerpo de estudiantes del Astor Park percibe el olor a sangre.
Delacorte se mueve hacia un lado; no está completamente de frente, aunque sí tiene cuidado de no darme la espalda. «No soy de los que apuñalan a la gente por la espalda», quiero decirle. «Eso es lo que tú haces.»
Pero parece que Delacorte piensa lo contrario. Está mal de la cabeza. Ataca a personas que cree que son más débiles que él.
La ira emana de su delgada figura. Es muy cobarde y no le gusta que la gente se enfrente a él. Su padre le cubre las espaldas, al fin y al cabo. Me parece bien, pero su papi no está aquí ahora mismo, ¿verdad que no?
—¿Para ti todo se reduce a la violencia, Royal? ¿Crees que puedes resolver todos tus problemas con los puños?
Sonrío con suficiencia.
—Al menos yo no uso drogas para solucionar mis problemas. Las chicas no te desean, así que las drogas. Ese es tu modus operandi, ¿verdad?
—Ella me deseaba.
—No me gusta oírte pronunciar su nombre. —Doy un paso hacia delante—. Deberías olvidarte de su nombre.
—¿O qué? ¿Vamos a batirnos en duelo hasta morir?
Abre los brazos a modo de invitación para que la audiencia ría con él, pero o lo odian o me temen a mí, porque apenas se oye una risita nerviosa como respuesta.
—No, creo que eres un deshecho humano. Sería más útil que el oxígeno que respiras saliera del culo de cualquier otra persona. No puedo matarte. Por razones legales y todo eso… pero puedo hacerte daño. Puedo hacer que cada momento de tu vida sea un infierno —digo como si nada—. Deberías irte de este colegio, tío. Nadie te quiere aquí.
Daniel jadea ligeramente.
—Es a ti a quien nadie quiere —se mofa.
Mira de nuevo a la multitud en busca de apoyo, pero los ojos de la gente están fijos en el baño de sangre que quizá tenga lugar. Se acercan y empujan a Daniel hacia delante.
El cobarde que hay dentro de él aparece. Me lanza su teléfono y la carcasa me golpea en la frente. Los estudiantes ahogan un grito. Algo cálido y cobrizo se desliza por mi rostro, me nubla la vista y me empapa los labios.
Podría pegarle un puñetazo. Sería sencillo. Pero quiero que sufra de verdad. Quiero que ambos suframos. Así que lo agarro de los hombros y estampo mi frente contra la suya.
Mi sangre pinta su semblante y yo sonrío de satisfacción.
—Ahora estás mucho más guapo. Veamos qué otros trucos de magia tengo para ti.
Entonces le pego una buena bofetada.
Daniel enrojece de ira, más por el desdén en mi golpe que por el dolor. Las bofetadas son el arma que utilizan las chicas, no los hombres. Entonces, le doy otra torta en la cara y el golpe resuena. Daniel retrocede, pero no es capaz de alejarse mucho, porque las taquillas lo detienen.
Sonrío de oreja a oreja mientras doy otro paso hacia él y lo vuelvo a abofetear. Él me bloquea con su mano y deja todo el lado izquierdo descubierto. Le propino dos golpes en el lado izquierdo de la cara antes de retroceder.
—Pégame —grita—. Pégame. ¡Usa los puños!
Esbozo una sonrisa todavía más amplia.
—No te mereces que te destroce con los puños. Solo los uso con hombres.
Le vuelvo a dar una bofetada, esta vez lo bastante fuerte como para lacerar su piel. La sangre aparece alrededor de la herida, pero eso no satisface mi sed de venganza. Le estampo una mano en un oído y luego en el otro. Él intenta defenderse débilmente.
Entonces, Daniel tuerce la boca y reúne saliva. Me muevo a la izquierda para evitar el escupitajo que suelta. Asqueado, lo agarro del pelo y le estampo la cara contra la taquilla.
—Cuando Ella vuelva, no va a querer ver a mierdas como tú por aquí, así que o te vas o aprendes a hacerte invisible, porque no quiero volver a verte u oírte.
No espero a escuchar su respuesta. Le estampo de nuevo la frente contra la taquilla de metal y lo suelto.
Él trastabilla y se desmorona. Ochenta kilos de imbecilidad que caen al suelo cual juguete viejo.
Me giro y encuentro a Wade a mi espalda.
—Pensé que no te importaba —murmura.
La sonrisa que le dedico debe de ser feroz porque todos menos Wade y su estoica sombra, Hunter, dan un paso hacia atrás.
Me inclino y cojo el teléfono de Daniel del suelo, luego le doy la vuelta y lo agarro de la mano, inmóvil. Presiono su pulgar contra el botón de inicio y luego marco el número de mi padre.
—Callum Royal —responde con impaciencia.
—Hola, papá. Vas a tener que venir al instituto.
—¿Reed? ¿Desde qué número me estás llamando?
—Desde el de Daniel Delacorte. El hijo del juez Delacorte. Es mejor que traigas el talonario. Le he dado una buena tunda. Se lo ha buscado él solo, eso sí, y literalmente —digo, animado.
Cuelgo y me paso una mano por la cara. La sangre emana del corte y se me mete en el ojo. Paso por encima del cuerpo de Daniel y arrastro las palabras cuando me despido de Wade y Hunter:
—Hasta luego, chicos.
Le asiento al enorme y silencioso defensa.
Me devuelve el gesto levantando el mentón en mi dirección y me dirijo al exterior para que me dé un poco el aire.
***
Papá está que echa espuma por la boca cuando aparece en la sala de espera de la oficina del director Beringer. No hace ningún comentario sobre mi frente ensangrentada. Solo me agarra por las solapas de la americana y acerca mi rostro al suyo.
—Esto tiene que parar —susurra.
Me deshago de él y contesto:
—Relájate. Llevo sin meterme en una pelea desde hace un año.
—¿Quieres una medalla? ¿Una palmadita en la espalda? Joder, Reed… ¿Cuántas veces tiene que repetirse esta misma historia? ¿Cuántos malditos cheques voy a tener que firmar antes de que espabiles?
Lo miro fijamente a los ojos.
—Daniel Delacorte drogó a Ella en una fiesta e intentó violarla.
Mi padre inhala aire de golpe.
—Señor Royal.
Nos giramos y vemos a la secretaria de Beringer en el umbral de la puerta de la oficina del director.
—El señor Beringer ya puede recibirlos —nos informa con frialdad.
Mi padre pasa junto a mí, gira la cabeza y me dice:
—Quédate aquí. Ya me ocupo yo de esto.
Intento esconder mi satisfacción. Voy a salir de aquí y mi padre va a encargarse de arreglar mi cagada. De puta madre. Aunque no es que lo considere una cagada. Delacorte se lo merecía. De hecho, se lo merecía desde la noche en que intentó hacer daño a Ella, pero me distraje a la hora de cobrarme la venganza porque estaba demasiado ocupado enamorándome de ella.
Planto el trasero otra vez en una de las sillas de la sala de espera y evito a conciencia las miradas de reproche que la secretaria de Beringer me lanza.
La reunión de mi padre con Beringer dura menos de diez minutos. Siete, si el reloj sobre la puerta es preciso. Cuando sale de la oficina, sus ojos destellan con un brillo triunfal que normalmente aparece cuando ha cerrado un buen trato.
—Solucionado —me dice, y luego me indica que lo siga—. Vuelve a clase, pero asegúrate de que vuelves derechito a casa tras las clases. Y tus hermanos también. No hagáis paradas innecesarias. Necesito que volváis a casa lo antes posible.
Me tenso enseguida.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Iba a esperar hasta después de clase para decíroslo, pero… ya que estoy aquí… —Mi padre se detiene en medio del enorme recibidor de madera—. El investigador privado ha encontrado a Ella.
Mi padre sale por la puerta de entrada antes de que pueda procesar la bomba que acaba de soltar. Me ha dejado conmocionado.