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Capítulo 4

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—Reed. —Valerie Carrington se acerca a mí en el jardín trasero del colegio. Su melena, que le llega a la altura de los hombros, se mueve con el frío viento otoñal—. Espera.

Me detengo a regañadientes. Doy media vuelta y me topo con un par de ojos oscuros que me atraviesan. Val tiene la misma estatura que un duende, aunque tiene un aspecto bastante amenazador. Nos vendría bien alguien en nuestra línea ofensiva con esa aproximación tan directa.

—Llego tarde al entrenamiento —murmuro.

—No me importa. —Se cruza de brazos—. Deja de jugar conmigo. Si no me dices qué le ha pasado a Ella, te juro por Dios que llamaré a la policía.

Han pasado dos días desde que Ella se marchó y todavía no hemos tenido noticias del investigador privado. Papá nos ha obligado a venir a clase como si no hubiera ocurrido nada en absoluto. Le dijo al director que Ella estaba enferma y que se quedaría en casa hasta recuperarse, que es lo mismo que le digo ahora a Val.

—Está en casa, enferma.

—Y una mierda.

—Es verdad.

—Entonces ¿por qué no me dejáis verla? ¿Por qué no me devuelve las llamadas ni los mensajes? ¡Ni que tuviera el cólera! Solo es la gripe… y hay vacunas para eso. Debería poder ver a sus amigos.

—Callum la tiene básicamente en cuarentena —miento.

—No te creo —espeta—. Creo que algo va mal, pero muy mal, y si no me dices lo que es, voy a darte una patada en las pelotas, Reed Royal.

—Está mala y necesita recuperarse, en casa —repito—. Tiene la gripe.

Valerie abre la boca, pero la cierra al instante. Luego, la vuelve a abrir y chilla, exasperada.

—Eres un mentiroso.

Lleva a cabo su amenaza y me da un rodillazo en las pelotas.

Un dolor agonizante me atraviesa.

—Me cago en la puta.

Me lloran los ojos mientras me agarro mis partes nobles, y Valerie se marcha sin pronunciar palabra alguna.

Oigo una risa detrás de mí. Estoy gimiendo, todavía con los testículos en la mano, cuando Wade Carlisle llega a mi lado.

—¿Qué has hecho para merecerte eso? —pregunta con una sonrisa—. ¿Rechazarla?

—Algo así.

Se pasa una mano por el pelo rubio.

—¿Vienes a entrenar conmigo o vamos primero a por hielo?

—No, voy contigo, imbécil.

Nos dirigimos al gimnasio; yo, cojeando y él, desternillándose. El gimnasio está reservado únicamente para el equipo de fútbol americano de tres a seis, lo cual me deja tres horas para entrenar hasta que el cuerpo y la mente dejen de funcionar por completo. Y eso es exactamente lo que hago. Levanto pesas hasta que me duelen lo brazos y me siento exhausto.

Cuando llego a casa por la noche, voy a la habitación de Ella y me tumbo en su cama. Cada vez que entro, el aroma de su piel que impregna el dormitorio es más tenue. Sé que eso también es culpa mía. East asomó anoche la cabeza en la habitación y dijo que el cuarto apestaba a mí.

Es cierto que toda la casa apestaba. Brooke ha estado aquí todas las noches desde que Ella se fue, pegada a mi padre, pero sin apartar la vista de mí. De vez en cuando, baja la mano disimuladamente hasta el vientre a modo de advertencia, como si quisiera decirme que, si me paso de la raya, puede soltar la bomba del embarazo en cualquier momento. El bebé debe de ser de mi padre, lo cual significaría que es mi medio hermano o hermana, pero no sé qué hacer con esa información o cómo procesarla. Solo sé que debo hacerme a la idea de que Brooke está aquí y Ella no; la señal perfecta de que todo mi mundo está patas arriba.

***

El día siguiente es más de lo mismo.

Me muevo por inercia, voy a clase y me siento sin escuchar ni una sola palabra de lo que dicen los profesores y, luego, me dirijo al campo de fútbol para asistir al entrenamiento que tengo por la tarde. Por desgracia, repasamos jugadas, así que no puedo placar a nadie.

Esta noche jugamos en casa contra el Devlin High, cuya línea ofensiva se rompe como un juguete barato tras un pequeño golpe. Podré apalear a su quarterback. Podré jugar hasta no sentir nada. Y, con suerte, cuando vuelva a casa, estaré demasiado agotado como para obsesionarme con Ella.

Ella me preguntó una vez si peleaba por dinero. No lo hago por eso. Peleo porque me gusta. Me encanta la sensación de dar un puñetazo en la cara a alguien. Ni siquiera me importa el dolor que siento cuando otro me asesta un golpe. Es una sensación real. Aunque nunca lo he necesitado. Nunca he necesitado nada de verdad hasta que Ella llegó a mi vida. Ahora que no está a mi lado me cuesta respirar.

Llego hasta la puerta trasera del edificio justo cuando un grupo de tíos sale de golpe. Uno de ellos me pega un empujón en el hombro y luego espeta:

—Mira por dónde vas, Royal.

Me tenso cuando cruzo la mirada con Daniel Delacorte, el cabrón que drogó a Ella el mes pasado en una fiesta.

—Me alegro de volver a verte, Delacorte —digo arrastrando las palabras—. Me sorprende que un violador como tú siga en Astor Park.

—No debería —responde con desdén—. Al fin y al cabo, aceptan a todo tipo de escoria.

No sé si se refiere a mí o a Ella.

Antes de responder, una chica pasa entre nosotros con las manos en la cara. Sus altos gimoteos nos distraen temporalmente a Daniel y a mí, y ambos observamos cómo se precipita hacia un Wolkswagen Passat blanco que hay en el aparcamiento de estudiantes y se mete dentro.

Daniel se gira hacia mí con una sonrisa de suficiencia.

—¿No es esa la novia de los gemelos? ¿Qué ha pasado? ¿Ya se han cansado de engañarla?

Me giro y vuelvo a mirar a la chica, pero está claro que no es Lauren Donovan. Esta es rubia y esbelta. Lauren es pelirroja y menuda.

Devuelvo la atención a Daniel y lo miro con desdén.

—No sé de qué me estás hablando.

La relación de los gemelos con Lauren es retorcida, pero es asunto suyo. No voy a ofrecer más munición a Delacorte para que ataque a mis hermanos.

—Por supuesto que no. —Esboza una media sonrisa—. Los Royal estáis todos enfermos. Los gemelos comparten novia. Easton se folla a todo lo que se mueve. Tú y tu padre metéis la polla en la misma olla… ¿tu viejo y tú comentáis lo que os parece Ella? Apuesto a que sí.

Aprieto los puños con los brazos junto a mis costados. Puede que darle una paliza a este gilipollas me haga sentir bien, pero su padre es juez y sospecho que me costaría bastante salir de rositas tras una demanda por agresión respaldada por los Delacorte.

La última vez que me metí en una pelea en el Astor, mi padre me amenazó con mandar a los gemelos a una academia militar. Pudimos solucionarlo todo porque unos cuantos chicos estuvieron dispuestos a jurar que el otro tipo fue quien empezó todo. No recuerdo si fue así o no. Lo único que recuerdo es que dijo que mi madre era una puta drogata que se suicidó para deshacerse de mí y de mis hermanos. Tras eso, lo único que vi fue rojo.

—Ah, y he oído que tu papi ha dejado preñada a la huerfanita de Ella —se jacta Daniel, que está en racha—. Callum Royal es un pedófilo. Apuesto a que a la junta directiva de Atlantic Aviation le encantará saberlo.

—Vas a desear haber cerrado la puta boca —le advierto.

Me abalanzo sobre él, pero Wade aparece de repente a mi lado y me aleja de Daniel.

—¿Qué vas a hacer, pegarme? —me provoca—. ¿Acaso has olvidado que mi padre es juez? Te meterán en chirona tan rápido que la cabeza te dará vueltas.

—¿Tu padre sabe que la única forma que tienes de liarte con una tía es drogándola?

Wade empuja a Daniel hacia atrás.

—Pírate, Delacorte. Nadie te quiere por aquí.

Daniel es un idiota integral, porque no le hace caso.

—¿Crees que no lo sabe? Ya ha comprado a otras tías antes. Tu Ella no hablará, a lo mejor porque siempre tiene la boca llena de vuestras pollas, Royal.

Wade levanta el brazo para contener mi ataque. Si solo fuera Wade, habría podido quitármelo de encima. Pero otros dos chicos del equipo aparecen y agarran a Daniel. El tío continúa hablando mientras lo alejan a rastras.

—¡Entérate, Royal! ¡Has perdido el control que tenías sobre el colegio! Tu reinado llegará pronto a su fin.

Como si eso me importara una mierda.

—Céntrate —advierte Wade—. Esta noche tenemos partido.

Me deshago de él.

—Ese hijo de puta intentó violar a mi chica.

Wade parpadea.

—¿Tu chica…? Espera, ¿te refieres a tu hermana? —Se queda boquiabierto—. Joder, tío, ¿estás liado con tu hermana?

—No es mi hermana —gruño—. Si ni siquiera nos hemos tocado…

Me separo de Wade de un empujón y observo con los ojos abiertos de par en par como Daniel sube a su coche. Supongo que el cabrón no aprendió la lección cuando Ella y un par de amigas suyas lo desnudaron y ataron en venganza por lo que le hizo.

La próxima vez que nos crucemos, no se irá de rositas tan fácilmente.

***

Mientras el entrenador comenta algunos cambios de última hora con Wade, nuestro quarterback, yo me envuelvo metódicamente una mano con esparadrapo, y luego la otra. Mi ritual antes de un partido ha sido el mismo desde que empecé en el programa juvenil de fútbol americano Pop Warner, y por norma general, me ayuda a centrarme y a prestar atención solo a lo que ocurre en el campo.

Me visto, me vendo las manos con esparadrapo y escucho unas cuantas canciones. Hoy me toca 2 Chainz.

Pero esta noche el ritual no funciona. Solo pienso en Ella. Sola. Hambrienta. Aterrorizada por hombres en un club de striptease o en la calle. Las escenas que Easton me describió en la estación de autobuses siguen reproduciéndose en mi cabeza una y otra vez. Me imagino que la violan. Que está llorando y que busca ayuda pero no hay nadie que la escuche.

—¿Sigues con nosotros, Royal?

Una voz seca atrae mi atención y levanto la vista hasta el rostro enfadado de mi entrenador.

East me hace un gesto con el dedo. Ya es hora de terminar y salir.

—Sí, señor.

Recorremos el pequeño túnel y salimos al campo tras el jugador de polo Gale Hardesty y su caballo. Es un milagro que ninguno de nosotros haya pisado una mierda de las que ha soltado durante la exhibición.

Estampo un puño contra el otro. Easton se une a mí.

—Vamos a darle una paliza a esos cabrones.

—Por supuesto.

Estamos totalmente de acuerdo. Ninguno de nosotros es capaz de desquitarse el uno con el otro, ¿pero en el partido de hoy y con una pelea más tarde…? Con eso a lo mejor ambos conseguimos deshacernos de parte de la culpa que sentimos y seguir adelante.

Devlin High gana el sorteo y elige recibir. Easton y yo chocamos nuestros cascos y corremos hacia nuestra posición de defensa.

—¿Cuánto has pagado a los árbitros esta noche? —pregunta el receptor a la vez que me coloco frente a él. Es un bocazas. No recuerdo su nombre. Betme. Bettinski. ¿Bettman? Bueno, da igual. Miraré su camiseta en cuanto lo haya derribado de camino hacia su quarterback.

El balón sale volando y, enseguida, Easton y yo salimos corriendo para defender. El receptor apenas me toca, y East y yo estamos allí para recibir al corredor cuando finaliza el pase. Agacho la cabeza e hinco el hombro en su estómago. El balón cae y la multitud profiere un alarido enorme que se prolonga lo suficiente como para hacerme saber que alguien del Astor Park está corriendo hacia el otro campo.

Un compañero me agarra por las protecciones y me pone en pie al mismo tiempo que Easton cruza la línea de gol.

Bajo la mirada hacia el corredor y le ofrezco la mano.

—Tío, te aviso: East y yo estamos de bastante mal humor hoy y vamos a desquitarnos un poco con vosotros. A lo mejor es buena idea que se lo digas a los demás.

El chaval bajito pone los ojos como platos y Bettman se abre paso a empujones.

—Ha sido potra. La próxima vez serás tú el que se coma el suelo.

Le enseño los dientes.

—Venga, te estoy esperando.

Si recibo bastantes placajes, puede que sea capaz de sacarme a Ella de la cabeza durante más de cinco segundos.

Wade me da una palmada en el casco.

—Buen placaje, Royal —me dice para animarme cuando East baja de nuevo a nuestro campo—. ¿Vas a dejar que la ofensiva haga su trabajo, Easton?

—¿Por qué? Podemos hacerlo todo nosotros esta noche. Además, he oído que te has liado con una animadora del North High.

Wade esboza una amplia sonrisa.

—Es gimnasta, no animadora. Pero sí, si quieres marcar unas cuantas veces más, me parece bien.

Liam Hunter, a su espalda, nos dedica una mirada mortífera. Quiere jugar tanto como sea posible en este partido. Es un chico de último curso y necesita lucirse.

Por lo general, no tengo ningún problema con Hunter, pero al observar la forma en que me mira ahora mismo, quiero asestarle un puñetazo en ese mentón cuadrado que tiene. Joder. Necesito pelear con alguien.

Me quito el casco con brusquedad. Bettman sigue hablando sin parar cuando sus bloqueos no funcionan. Me acerco a él tras una jugada, pero East me aleja a rastras.

—Resérvalo para después —advierte.

Cuando llegamos al descanso, ganamos por cuatro touchdowns: uno más gracias a la defensa, y los otros dos, a la línea ofensiva. Hunter ha podido lucirse un par de veces para su reclutamiento universitario tras haber aplastado a unos cuantos hombres de la línea defensiva. Todos debemos llevarnos bien los unos con los otros.

El entrenador no se molesta en soltarnos un discurso motivador. Se pasea, nos da unas cuantas palmaditas en la cabeza y, luego, se esconde en su oficina para soñar con su alineación ideal, fumar o masturbarse; quién sabe.

Cuando los chicos empiezan a hablar sobre la fiesta postpartido y sobre a quién le van a destrozar el coño, saco el móvil.

«Pelea sta noche?», envío.

Levanto la vista hacia East y articulo: «¿Te apuntas?».

Mi hermano asiente enérgicamente. Me paso el teléfono de una mano a otra mientras espero una respuesta.

«Pelea a las 11. Muelle 10. East se apunta?».

«Sí».

El entrenador sale de su oficina y nos indica que el descanso se ha acabado. Cuando la ofensa vuelve a anotar, nos dicen que esta será la última racha de touchdowns para los titulares. Lo cual significa que nos tendremos que sentar en el banquillo durante lo que quede del tercer cuarto y el último entero. Menuda mierda.

Para cuando me coloco frente a Bettman, el gatillo que controla mi mal humor mide casi un centímetro. Hinco la mano en el césped artificial y boto.

—He oído que tu nueva hermana está tan desesperada que solo está contenta si se acuesta con dos de vosotros, Royal.

Pierdo el control. El color rojo inunda mis ojos cuando me abalanzo sobre el capullo antes de que pueda incorporarse. Le arranco el casco y lo golpeo primero con el puño derecho. El cartílago y el hueso de su nariz ceden. Bettman grita de dolor. Vuelvo a asestarle un puñetazo. Una gran cantidad de manos me apartan de un tirón antes de poder asestarle otro golpe.

El árbitro toca el silbato justo en mi cara y agita el pulgar por encima de su hombro.

—Expulsado —grita con la cara roja como un tomate.

El entrenador grita desde la banda.

—¿Dónde tienes la cabeza, Royal? ¿Dónde coño tienes la cabeza?

La tengo sobre los hombros, no me cabe la menor duda. Nadie habla de Ella de esa manera.

Regreso al vestuario vacío, me desvisto y me siento, desnudo, sobre una toalla frente a mi taquilla. Me doy cuenta de mi error en cuestión de segundos. Sin la acción del partido para distraerme, me resulta imposible no pensar en Ella otra vez.

Intento rechazar los pensamientos concentrándome en los suaves silbidos procedentes del terreno de juego, pero, al final, en mi cabeza se reproducen imágenes de ella como si se tratara del tráiler de una película.

Recuerdo el día en que llegó a casa. Estaba demasiado sexy

Cuando bajó por las escaleras ataviada con ese modelito de niña buena para la fiesta de Jordan. Me entraron unas ganas tremendas de arrancarle la ropa y hacer que se inclinara sobre el pasamanos.

La recuerdo bailando. Joder, cómo bailaba…

Me levanto y me dirijo a las duchas. Abro el grifo del agua fría, furioso. Siento cómo la lujuria me recorre las venas y coloco la cabeza debajo del gélido chorro de agua.

Pero no sirve de nada.

La necesidad que siento no cesa. Y, joder, ¿qué sentido tiene luchar contra ella?

Me agarro el miembro y cierro los ojos para fingir que estoy de nuevo en casa de Jordan Carrington, observando cómo se mueve Ella. Su cuerpo es pecaminoso. Tiene unas piernas largas, una cintura diminuta y un torso perfecto. El sonido metálico de la música de la televisión se transforma en una canción sensual cuando me fijo en la forma en que sus caderas se balancean y en la gracilidad de sus brazos.

Me sujeto la polla todavía más fuerte. La escena salta de la casa de los Carrington a su habitación. Recuerdo su sabor en mi lengua. Lo dulce que era. La forma en que su boca dibujó una «O» perfectamente penetrable cuando se corrió por primera vez.

No duro mucho después de eso. Siento un cosquilleo en la parte baja de la espalda por culpa de la tensión y la imagino debajo de mí, con su pelo dorado contra mi piel y observándome con un deseo voraz.

Cuando mi cuerpo se relaja, el odio hacia mi persona regresa con toda su fuerza. Contemplo la mano con la que me estoy sujetando el pene en medio del vestuario. Dudo mucho que pudiera caer más bajo.

El orgasmo me vacía. Abro el grifo del agua caliente y me ducho, pero no me siento limpio.

Espero que el tío con el que voy a pelear esta noche sea el capullo más imbécil del país y que me dé la paliza que me merezco, la que Ella debería darme.

El príncipe roto

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