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Capítulo 8 Ella

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El autobús llega a Bayview demasiado pronto. No estoy preparada. Pero sé que nunca lo estaré. Me siento traicionada por Reed. La ira y la decepción corren por mis venas como si fueran alquitrán y atacan lo que me queda de corazón como si fuese un cáncer terminal.

Reed me ha destrozado. Me ha engañado. Me ha hecho creer que podía existir algo bueno en esta mierda de mundo. Que podía haber alguien que se preocupara por mí.

Debería haber sido más lista. Me he pasado toda la vida en la calle, desesperada por abandonar esa vida. Quería a mi madre, pero anhelaba mucho más que la vida que me daba. Quería algo más que pisos cutres, las sobras mohosas y luchas desesperadas por llegar a fin de mes.

Callum Royal me dio lo que mi madre no pudo: dinero, una educación, una mansión pija en la que vivir, una familia y una…

«Una ilusión», murmura una voz mordaz en mi cabeza.

Sí, supongo que eso es lo que era. Y lo triste es que Callum ni siquiera lo sabe. No se da cuenta de que vive en una casa llena de mentiras.

O a lo mejor sí. A lo mejor sabe perfectamente que su hijo se acuesta con…

No. Me niego a pensar en lo que vi en el dormitorio de Reed la noche que me fui de la casa de los Royal.

Pero las imágenes se reproducen de nuevo en mi cabeza.

Veo a Reed y a Brooke en la cama de él.

A Brooke desnuda.

A Brooke tocándolo.

Doy una arcada y una mujer mayor me mira al otro lado del pasillo con cara de preocupación.

—¿Estás bien, cielo? —pregunta.

Trago saliva para deshacerme de las náuseas.

—Sí —digo en voz baja—. Me duele un poco el estómago.

—Tranquila —responde la mujer con una sonrisa compasiva—. En nada abrirán las puertas. Saldremos en un santiamén.

Dios. No. Un santiamén es muy poco tiempo. No quiero bajarme de este autobús. No quiero el dinero que Callum me ha dado a la fuerza en Nashville. No quiero volver a la mansión de los Royal y fingir que no me han roto el corazón en mil añicos. No quiero ver a Reed ni escuchar sus disculpas, si es que va a disculparse conmigo.

No dijo ni una palabra cuando entré y los pillé a él y a la novia de su padre en su cama. Ni una palabra. Estoy segura de que en cuanto entre por la puerta de la mansión me daré cuenta de que Reed ha vuelto a ser el mismo chico cruel de antes. Aunque lo cierto es que quizá prefiero eso. De esa forma, podré olvidar que lo he querido.

Bajo del autobús tambaleándome y me aferro al asa de la mochila que llevo colgada al hombro. El sol ya se ha puesto, pero la estación está completamente iluminada. La gente se mueve a mi alrededor mientras el conductor descarga las maletas del maletero del vehículo. Yo no llevo ninguna, solo he viajado con mi mochila.

La noche que hui, no me llevé nada de la ropa pija que me compró Brooke y que ahora me espera en la mansión. Ojalá pudiera quemar todas y cada una de esas prendas. No quiero llevar esa ropa ni vivir en esa casa.

¿Por qué no podía Callum dejarme tranquila? Podría haber empezado una nueva vida en Nashville. Podría haber sido feliz. Solo era cuestión de tiempo.

Pero no, estoy en las garras de los Royal otra vez, después de que Callum usara todo su catálogo de amenazas conmigo para traerme de vuelta. No me puedo creer todo lo que ha hecho para encontrarme. Al parecer los billetes que me dio tenían unos números de serie específicos. Solo tuvo que esperar a que usara uno para descubrir mi ubicación exacta.

Ni siquiera quiero saber cuántas leyes ha incumplido para rastrear el número de serie de un billete de cien. Pero supongo que los hombres como Callum están por encima de la ley.

Un coche pita y yo me quedo petrificada cuando un Town Car negro aparece junto al bordillo. Es el mismo coche que siguió al autobús de Nashville a Bayview. El conductor se baja. Es Durand, el chófer/guardaespaldas de Callum, que es tan grande como una montaña e igual de imponente.

—¿Qué tal el viaje? —pregunta con brusquedad—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres que paremos a comprar algo de comer?

Durand nunca es tan hablador, así que me pregunto si Callum le ha ordenado que sea muy simpático conmigo. Yo no recibí esa orden, así que no me muestro para nada simpática cuando murmuro:

—Sube al coche y conduce.

Él abre las fosas nasales.

No me siento mal. Estoy harta de esta gente. De ahora en adelante serán mis enemigos. Son los guardias de la cárcel en la que me tienen recluida. No son mis amigos ni mi familia. No significan nada para mí.

***

Parece que todas las luces de la mansión están encendidas cuando Durand detiene el coche en la entrada de la mansión. La casa es un enorme rectángulo repleto de ventanas y toda la brillante luz que emana de su interior resulta casi cegadora.

Las puertas de roble con pilares se abren de golpe y, de repente, Callum aparece con el pelo oscuro perfectamente peinado y vestido con un traje de chaqueta que se ciñe a su ancha figura.

Adquiero una postura firme y me preparo para enfrentarme a él, pero mi tutor legal me ofrece una lánguida sonrisa.

—Bienvenida de nuevo.

Aunque lo cierto es que no me siento bienvenida en absoluto. Este hombre me ha rastreado hasta Nashville y me ha amenazado. La lista de consecuencias directas si no volvía a la mansión de los Royal parecía no tener fin.

Habría puesto una denuncia por haberme escapado de casa.

Me habría denunciado a la policía por usurpar la identidad de mi madre.

Le habría dicho que robé los diez mil dólares que me dio y me habría denunciado por robo.

Aunque ninguna de esas amenazas me hizo sucumbir. No, lo que realmente consiguió que cediera fue su enfática declaración de que no había lugar al que pudiera huir sin que él me encontrara. Fuera donde fuera, él daría conmigo. Me perseguiría durante el resto de mi vida, porque, tal y como me recordó, se lo debía a mi padre.

Mi padre, un hombre al que ni siquiera conocí. Un hombre que, por lo que he oído, era un cabrón mimado y egoísta que se casó con una arpía cazafortunas y se olvidó de comentarle —a su esposa y a todos los demás— que había dejado preñada a una muchacha cuando estaba de permiso hace dieciocho años.

Yo no debo nada a Steve O’Halloran. Ni tampoco debo nada a Callum Royal. Pero tampoco quiero tener que comprobar que nadie me sigue durante toda mi vida. Callum no se marca faroles. No dejaría de buscarme si volviera a huir.

Mientras lo sigo al interior de la mansión, me recuerdo que soy fuerte. Lo resistiré. Puedo soportar dos años viviendo con los Royal. Lo único que tengo que hacer es fingir que no están por aquí. Me concentraré en terminar mi educación secundaria y luego iré a la universidad. En cuanto me gradúe, no tendré que volver a poner un pie en esta casa.

Una vez arriba, Callum me enseña el nuevo sistema de seguridad que ha instalado en la puerta de mi dormitorio. Es un escáner biométrico de manos, supuestamente del mismo tipo que utilizan en Atlantic Aviation. Solo mi huella puede abrir la puerta de mi habitación, lo cual implica que no habrá más visitas nocturnas de Reed. Ni más pelis con Easton. Esta habitación es mi celda, y eso es exactamente lo que quiero.

—Ella…

Callum suena agotado. Me sigue al interior de mi habitación, que es tan rosa y femenina como la recuerdo. Callum contrató a un decorador, pero eligió todas las cosas por su cuenta y dejó claro que no sabe absolutamente nada sobre las chicas adolescentes.

—¿Qué?

—Sé por qué huiste, y quería…

—¿Lo sabes? —lo interrumpo con cautela.

Callum asiente.

—Reed me lo ha contado.

—¿Te lo ha contado?

No soy capaz de contener o esconder la sorpresa. ¿Reed le ha contado a su padre lo suyo con Brooke? ¿Y Callum no lo ha echado de casa? Joder, ¡Callum ni siquiera parece molesto! ¿Quién es esta gente?

—Entiendo que quizá sentías demasiada vergüenza como para acudir a mí —continúa Callum—, pero quiero que sepas que puedes contarme lo que sea. De hecho, creo que deberíamos poner una denuncia en la comisaría mañana a primera hora.

La confusión me embarga.

—¿Una denuncia?

—Ese chico debe recibir un castigo por sus acciones, Ella.

—¿Ese chico?

¿Qué cojones está pasando? Callum quiere que arresten a su hijo por… ¿por qué? ¿Por acostarse con una menor? Sigo siendo virgen. ¿Me pueden detener por…? Joder. Estoy roja como un tomate.

Sus siguientes palabras me dejan de piedra.

—No me importa una mierda que su padre sea juez. Delacorte no puede irse de rositas después de haber drogado e intentado abusar de una chica.

Tomo aire. Ay, Dios. ¿Reed le ha contado lo que Daniel intentó hacerme? ¿Por qué? O mejor dicho, ¿por qué ahora y no hace semanas, cuando ocurrió?

Fueran cuales fuesen las razones de Reed, estoy molesta con él por habérselo contado. Lo último que quiero es involucrar a la poli o meterme en un proceso judicial largo y desagradable. Me puedo imaginar perfectamente lo que pasaría en el juzgado. La estudiante stripper alega que un chico blanco y rico intentó drogarla para acostarse con ella. Nadie se lo creería.

—No voy a poner una denuncia —digo, tensa.

—Ella…

—No fue para tanto, ¿vale? Tus hijos me encontraron antes de que Daniel me hiciera daño de verdad. —La frustración inunda mi cuerpo—. Y esa no es la razón por la que hui, Callum. Este… este no es mi sitio, ¿vale? No estoy hecha para ser una princesita rica que va a un colegio privado y se bebe una copa de champán de más de mil dólares durante una cena. Esa no soy yo. Yo no soy elegante, ni rica, ni…

—Pero sí que eres rica —interrumpe en silencio—. Eres muy, muy rica, Ella, y debes empezar a aceptarlo. Tu padre te ha dejado una fortuna enorme y un día de estos tendremos que sentarnos con los abogados de Steve para decidir qué harás con ese dinero. Inversiones, fondos y esas cosas. De hecho… —Saca una cartera de cuero y me la tiende—. Esta es tu paga del mes, según nuestro acuerdo, y también hay una tarjeta de crédito.

De repente, me siento mareada. El recuerdo de Reed y Brooke juntos es lo único en lo que me he podido concentrar desde que me marché. Me olvidé por completo de la herencia de Steve.

—Podemos discutirlo en otro momento —murmuro.

Asiente.

—¿Estás segura de que no vas a cambiar de parecer con respecto a contar a las autoridades lo de Delacorte?

—No, no voy a cambiar de opinión —digo con firmeza.

Parece resignado.

—Vale. ¿Quieres que te traiga algo de comer?

—Comí en la última parada del autobús.

Quiero que se vaya y él lo sabe.

—Vale. Bueno… —Camina hacia la puerta y añade—: ¿Por qué no te vas pronto a dormir? Estoy seguro de que estás agotada después de un viaje tan largo. Podemos hablar más mañana.

Callum se va y siento una punzada de irritación cuando me fijo en que no ha cerrado la puerta por completo. Me acerco y la cierro… aunque al mismo tiempo se vuelve a abrir de golpe y casi caigo de culo al suelo.

Lo siguiente que sé es que un par de brazos fuertes me abrazan.

Al principio me tenso, porque pienso que es Reed, pero cuando me doy cuenta de que es Easton, me relajo. Es igual de alto y musculoso que su hermano, y tienen el mismo pelo oscuro y los mismos ojos azules. Aunque el olor de su champú es más dulce y su loción de afeitado no es tan intensa como la de Reed.

—Easton… —empiezo a decir, pero luego ahogo un grito porque el sonido de mi voz solo logra que me abrace más fuerte.

No pronuncia ni una palabra. Me abraza como si fuese su salvación. Es un abrazo de oso desesperado que me dificulta la respiración. Apoya el mentón en mi hombro y luego se acurruca contra mi cuello. Se supone que estoy enfadada con todos los Royal de esta mansión, sin embargo no puedo evitar acariciarle el pelo con una mano. Este es Easton, mi autoproclamado «hermano mayor», aunque tengamos la misma edad. Es más grande que una montaña e incorregible. A menudo es un pesado y siempre, un loco.

Probablemente supiera lo de Reed y Brooke. No me creo que Reed lo hubiese mantenido en secreto sin decirle nada a Easton… y, a pesar de ello, no soy capaz de odiarlo. No cuando noto cómo tiembla entre mis brazos. No cuando se echa hacia atrás y me mira con un alivio tan arrollador que me deja sin aliento.

Entonces parpadeo y ya no está. Sale de mi habitación con paso tambaleante y sin decir palabra alguna. Siento una punzada de preocupación. ¿Dónde están sus comentarios arrogantes? ¿Dónde está el comentario con el que se atribuye mi vuelta a casa gracias a su certero magnetismo animal?

Frunzo el ceño, cierro la puerta y me obligo a no regodearme en el extraño comportamiento de Easton. No puedo dejar que los Royal me involucren en ninguno de sus dramas si quiero sobrevivir.

Guardo la cartera en la mochila, me quito el jersey y me meto en la cama. El cubrecama de seda me parece el paraíso cuando apoyo los brazos desnudos sobre él.

En Nashville, me hospedaba en un motel barato con las sábanas más ásperas que el hombre haya visto jamás. También estaban manchadas de algo que nunca, jamás querré saber qué era. Había conseguido un trabajo de camarera en un restaurante cuando Callum apareció, al igual que cuando se presentó en Kirkwood hace más de un mes y me sacó a rastras del club de striptease.

Todavía no sabría decir si mi vida era mejor o peor antes de que Callum Royal me encontrara.

Se me encoge el corazón cuando visualizo el rostro de Reed. Peor, decido. Mucho peor.

Como si supiera que estaba pensando en él, oigo la voz de Reed al otro lado de la puerta.

—Ella. Déjame entrar.

Lo ignoro.

Llama a la puerta dos veces.

—Por favor. Tengo que hablar contigo.

Me doy media vuelta en la cama y doy la espalda a la entrada del dormitorio. Escuchar su voz me está matando.

De repente, un gruñido atraviesa la puerta.

—¿De verdad crees que este escáner va a detenerme, nena? Me conoces bastante bien como para saber que no. —Se detiene un momento. Al no recibir mi respuesta, añade—: Muy bien. Ahora vengo. Voy a por la caja de herramientas.

La amenaza, que sé que no es un farol, hace que me levante de la cama de golpe. Coloco la mano en el panel de seguridad y un pitido resuena en la habitación antes de que la cerradura haga clic. Abro la puerta y miro a los ojos al tío que ha estado a punto de destruirme. Gracias a Dios que lo he detenido a tiempo. No se acercará a mí lo bastante como para tener algún efecto en mí.

—No soy tu nena —susurro—. No soy nada para ti, y tú no eres nada para mí, ¿me entiendes? No me llames nena. No me llames nada. Mantente alejado de mí.

Sus ojos azules me escudriñan con atención de los pies a la cabeza. Luego, dice con voz ronca:

—¿Estás bien?

Respiro tan rápido que es un milagro que no me desmaye. No inhalo oxígeno. Me arden los pulmones y lo veo todo rojo. ¿Acaso no ha escuchado nada de lo que acabo de decir?

—Estás más delgada —añade con voz monótona—. No has estado comiendo bien.

Me muevo para cerrar la puerta.

Él coloca una palma contra ella y la abre otra vez. Entra en mi habitación y yo lo atravieso con la mirada.

—Sal de aquí —espeto.

—No.

Sigue escrutándome con la mirada, como si estuviera comprobando si estoy herida.

Debería echarse un vistazo a sí mismo, porque a él sí que parece que le hayan dado una paliza. Literalmente. Tiene un moratón de color casi morado que se atisba por encima del cuello de su camiseta, en la zona de la clavícula. Ha debido de participar en alguna pelea no hace mucho. O a lo mejor en varias, a juzgar por la ligera mueca que hace cuando respira, como si su caja torácica no lo soportara.

«Me alegro de que estés así de mal», piensa una parte vengativa de mí. Se merece sufrir.

—¿Estás bien? —repite sin dejar de mirarme—. ¿Te ha tocado… o herido alguien?

Suelto una carcajada.

—¡Sí! ¡Alguien me ha hecho daño! ¡Tú!

La frustración empaña su expresión.

—Te fuiste antes de que pudiera explicarte lo que pasaba.

—Ninguna explicación conseguirá que te perdone —suelto—. ¡Te tiraste a la novia de tu padre!

—No —responde con firmeza—. No lo hice.

—Y una…

—Es verdad. No lo hice. —Vuelve a tomar aire—. Esa noche no. Brooke intentaba convencerme para que hablara con mi padre por ella. Yo intentaba deshacerme de ella.

Lo miro con incredulidad.

—¡Estaba desnuda! —Me detengo de repente y recuerdo lo que acaba de decirme.

Esa noche no…

La ira me invade la garganta.

—Finjamos por un segundo que me creo que no te acostaste con Brooke esa noche —digo mientras lo atravieso con la mirada—, lo cual no es cierto. Pero supongamos que sí. Te has acostado con ella alguna vez, ¿verdad?

La culpa, profunda e inconfundible, se refleja en sus ojos.

—¿Cuántas veces?

Reed se pasa una mano por el pelo.

—Dos, a lo mejor tres.

El corazón me da un vuelco. Madre mía. Una parte de mí esperaba que dijera que no. Pero… pero acaba de admitir que se ha acostado con la novia de su padre. Y más de una vez.

—¿A lo mejor? —chillo.

—Estaba borracho.

—Me das asco —susurro.

Él ni siquiera se inmuta.

—No me acosté con ella cuando tú y yo estábamos juntos. En cuanto nos liamos por primera vez, fui tuyo. Solamente tuyo.

—Vaya, qué suerte tengo. Me quedé con las sobras de Brooke… ¡Genial!

Esta vez sí que se encoge de dolor.

—Ella…

—Cállate. —Levanto una mano. Estoy tan asqueada que no puedo mirarlo—. Ni siquiera voy a preguntarte por qué lo hiciste, porque sé exactamente por qué. Reed Royal odia a su papi. Reed Royal decide vengarse de su papi. Reed Royal se acuesta con la novia de su papi. —Doy una arcada—. ¿Te das cuenta de lo retorcido que es eso?

—Sí —asiente con voz ronca—. Pero nunca he dicho que fuese un santo. He cometido muchos errores antes de conocerte.

—Reed. —Lo miro directamente a los ojos—. No voy a perdonarte nunca.

Sus ojos se iluminan. Parece estar decidido a demostrar que me equivoco.

—No lo dices en serio.

Doy un paso hacia la puerta.

—Nada de lo que digas o hagas conseguirá que olvide lo que vi en tu cuarto esa noche. Date por satisfecho con que no abra la boca, porque si Callum se enterase, perdería los papeles.

—No me importa mi padre. —Reed se acerca a mí—. Me dejaste —gruñe.

El príncipe roto

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