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Capítulo 2
ОглавлениеDos horas después, entro en pánico. Ya ha pasado la medianoche y Ella todavía no ha regresado.
¿Por qué no vuelve a casa para gritarme? Necesito que me diga que soy un cabrón y que no la merezco. Ver que echa fuego por los ojos y que se enfrente a mí. Necesito que me chille, que me dé patadas y me pegue puñetazos.
La necesito, joder.
Echo un vistazo al móvil. Han pasado horas desde que se marchó. Marco su número, pero solo da tono. No contesta.
Otro tono y me redirige al buzón de voz.
Le mando un mensaje.
«Dnd stas?»
No recibo respuesta.
«Papá sta preocupado».
Escribo esa mentira con la esperanza de que me responda, pero el teléfono permanece en silencio. A lo mejor ha bloqueado mi número. Solo el hecho de pensar en esa posibilidad me duele, pero no es una completa locura, así que me precipito hacia el interior de la casa y subo a la habitación de mi hermano. Ella no puede habernos bloqueado a todos.
Easton sigue dormido, pero tiene el teléfono cargando en su mesita de noche. Lo enciendo y escribo otro mensaje. A Ella le gusta Easton. Pagó su deuda. A él sí le responderá, ¿verdad?
«Hola. Reed m ha contado q ha pasado algo. Stas bien?»
Nada.
A lo mejor ha aparcado al final de la calle y se ha ido a pasear por la playa. Me meto el móvil de mi hermano en el bolsillo por si acaso decide ponerse en contacto con él y bajo las escaleras corriendo en dirección al patio trasero.
La playa está completamente vacía, así que marcho trotando hasta la propiedad de los Worthington, que está cuatro casas más abajo. Tampoco está allí.
Miro a mi alrededor, hacia las rocas que bordean la costa, hacia el mar, pero no veo nada. Ni un alma. No hay ninguna huella en la arena. Nada de nada.
La frustración da paso al miedo cuando me precipito de vuelta a casa y me subo al Range Rover. Busco a tientas el botón de arranque y doy golpecitos contra el salpicadero con el puño rápidamente. Piensa. Piensa. Piensa.
En casa de Valerie. Debe de estar en casa de Valerie.
Llego allí en menos de diez minutos, pero no hay rastro del descapotable deportivo azul de Ella en la calle. Dejo el motor del Rover encendido y salgo para acercarme a la puerta. El coche de Ella tampoco está allí.
Vuelvo a echar un vistazo al teléfono. Ningún mensaje. Tampoco en el móvil de Easton. En la pantalla aparece una notificación que me recuerda que tengo entrenamiento de fútbol americano en veinte minutos. Ella debería de estar de camino a la pastelería en la que trabaja. Normalmente vamos juntos. Incluso después de que mi padre le regalara el coche, íbamos juntos en el mío.
Ella decía que era porque no le gustaba conducir. Yo le dije que era peligroso conducir por la mañana. Los dos mentimos. Nos mentimos porque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir la verdad: no éramos capaces de resistirnos el uno al otro. Al menos eso es lo que me pasaba a mí. Desde el momento en que puso un pie en mi casa, con esos ojos grandes y llenos de esperanza, no pude mantenerme alejado de ella.
Mis instintos me decían a gritos que Ella solo me traería problemas. Pero se equivocaban. Yo era quien le traería problemas a ella. Y sigo haciéndolo.
Reed el Destructor.
Sería un apodo cojonudo si no fuera porque lo que estoy destrozando es mi propia vida y la de Ella.
El aparcamiento de la pastelería está vacío. Después de pasar cinco minutos aporreando la puerta del establecimiento sin cesar, la dueña —creo que se llama Lucy— aparece con el ceño fruncido.
—No abrimos hasta dentro de una hora —me informa.
—Soy Reed Royal. Ella es… —¿Qué soy? ¿Su novio? ¿Su hermanastro? ¿Qué?—… mi amiga. —Joder, si ni siquiera soy su amigo—. ¿Está aquí? Ha ocurrido una emergencia familiar.
—No, no ha venido. —Lucy frunce todavía más el ceño, visiblemente preocupada—. La he llamado, pero no ha respondido. Es muy buena empleada, así que he pensado que estaba enferma y que no ha podido llamar para avisar de que no vendría.
Se me cae el alma a los pies. Ella no ha faltado ni un solo día al trabajo, ni siquiera cuando tenía que levantarse al amanecer para trabajar tres horas antes de que empezaran las clases.
—Ah, vale, entonces estará en casa —murmuro mientras retrocedo.
—¡Espera un momento! —grita Lucy—. ¿Qué pasa? ¿Sabe tu padre que Ella ha desaparecido?
—No ha desaparecido, señora —respondo, ya a medio camino de mi coche—. Está en casa. Como ha dicho, enferma. En cama.
Salgo del aparcamiento y llamo a mi entrenador.
—No voy a poder ir al entrenamiento. Ha ocurrido una emergencia familiar.
Ignoro las palabrotas que me grita el entrenador Lewis. Al cabo de unos minutos, se calma y añade:
—Vale, Reed. Pero te espero mañana a primera hora con el uniforme puesto.
—Sí, señor.
Vuelvo a casa una vez más y veo que nuestra ama de llaves ya ha llegado para preparar el desayuno.
—¿Has visto a Ella? —pregunto a la morena rolliza.
—No… —Sandra echa un vistazo al reloj—. A estas horas, ni ella… ni tú soléis estar en casa. ¿Ha ocurrido algo? ¿No tienes entrenamiento?
—El entrenador ha tenido una emergencia familiar —miento.
Se me da genial mentir. Se convierte en algo natural cuando te ves obligado a esconder la verdad a todas horas.
Sandra chasquea la lengua.
—Espero que no sea nada grave.
—Yo también —respondo—. Yo también.
Subo las escaleras y echo un vistazo en la habitación de Ella. Debería haber comprobado que no estaba ahí antes de salir corriendo de la casa. A lo mejor ha entrado a hurtadillas mientras la buscaba. Pero el dormitorio está en completo silencio. La cama sigue hecha. El escritorio, vacío.
Miro su cuarto de baño, que también parece impoluto. Igual que el armario. Todas sus prendas cuelgan de perchas de madera a juego. Sus zapatos están colocados en una línea perfecta en el suelo. Hay cajas y bolsas todavía cerradas y llenas de ropa que Brooke probablemente eligiera para ella.
Me obligo a no sentirme mal por invadir su intimidad y abro los cajones de su mesita de noche: están vacíos. Ya rebusqué en su habitación una vez, cuando todavía no confiaba en ella, y siempre tenía un libro de poesía y un reloj de hombre en la mesita de noche. El reloj era una réplica exacta del de mi padre. El suyo había pertenecido al mejor amigo de mi padre, Steve, el padre biológico de Ella.
Me detengo en medio de la habitación y miro a mi alrededor. No hay nada que indique que esté aquí. No hay ni rastro de su teléfono. Ni de su libro. Ni de su… Joder, no, su mochila tampoco está.
Salgo corriendo de su cuarto en dirección al de Easton.
—East, despierta. ¡East! —digo con brusquedad.
—¿Qué? —gime—. ¿Ya es hora de levantarse? —Parpadea un par de veces antes de abrir los ojos y bizquea—. Mierda. Llego tarde al entrenamiento. ¿Por qué no estás allí ya?
Sale de la cama rápidamente, pero lo agarro de un brazo antes de que se escape.
—No vamos a ir al entrenamiento. El entrenador lo sabe.
—¿Qué? ¿Por qué…?
—Olvídate de eso ahora mismo. ¿A cuánto ascendía tu deuda?
—¿Mi qué?
—¿Cuánto le debías al corredor de apuestas?
Parpadea en mi dirección.
—Ocho mil. ¿Por qué?
Hago cuentas mentalmente.
—Eso significa que a Ella le quedan como dos mil, ¿verdad?
—¿Ella? —Frunce el ceño—. ¿Qué ha pasado?
—Creo que se ha ido.
—¿Adónde?
—No lo sé, pero creo que ha huido —gruño. Me aparto de la cama y me acerco a la ventana—. Papá le pagaba por quedarse aquí. Le dio diez mil. Piénsalo, East. Tuvo que pagarle diez mil dólares a una huérfana que se desnudaba para ganarse la vida para que accediera a venir a vivir con nosotros. Y probablemente fuese a pagarle lo mismo cada mes.
—¿Por qué querría marcharse? —pregunta, confundido y medio dormido todavía.
Sigo mirando por la ventana. En cuanto el sueño desaparece de su rostro, ata cabos.
—¿Qué le has hecho?
Sí, vamos allá…
El suelo cruje mientras da vueltas por la habitación. Lo oigo murmurar improperios detrás de mí mientras se viste.
—No importa —respondo con impaciencia. Me giro y le hago una lista de todos los lugares en los que he estado—. ¿Dónde crees que puede estar?
—Tiene bastante para pagar un billete de avión.
—Pero tiene mucho cuidado a la hora de gastar dinero. Apenas ha gastado nada mientras ha estado aquí.
Easton asiente, pensativo. Luego nuestras miradas se encuentran y hablamos al unísono, casi como si fuésemos nosotros los gemelos, y no nuestros hermanos, Sawyer y Sebastian.
—El GPS.
Llamamos al servicio de GPS de la Atlantic Aviation, cuyos dispositivos instala mi padre en todos los coches que compra. La útil asistente nos dice que el nuevo Audi S5 está aparcado cerca de la estación de autobuses.
Salimos por la puerta antes de que empiece a darnos la dirección.
***
—Tiene diecisiete años. Es más o menos así de alta. —Coloco la mano a la altura del mentón mientras describo a Ella a la mujer que hay tras el mostrador—. Es rubia. Con ojos azules. —Unos ojos como el océano Atlántico. Grises y azulados, profundos. Me he perdido en esa mirada más de una vez—. Se dejó el móvil. —Levanto mi teléfono—. Tenemos que dárselo.
La mujer chasquea la lengua.
—Ah, sí. Tenía prisa por irse. Compró un billete a Gainesville. Su abuela ha muerto.
Tanto East como yo asentimos.
—¿A qué hora salió el autobús?
—Hace horas. Debe de haber llegado ya. —La vendedora sacude la cabeza con consternación—. Lloraba como si le hubiesen roto el corazón. Eso ya no se ve. Los jóvenes ya no suelen preocuparse por los mayores de esa forma. Fue algo muy dulce. Me sentí fatal por ella.
East aprieta los puños a mi lado. Irradiaba ira. Estaba seguro de que, si estuviésemos solos, uno de esos dos puños iría directo a mi cara.
—Gracias, señora.
—De nada, cielo —dice, y se despide de nosotros con la cabeza.
Salimos del edificio y nos detenemos junto al coche de Ella. Tiendo la mano y Easton me coloca de golpe las llaves de repuesto en la palma.
Dentro, encuentro su llavero en el salpicadero, junto con su libro de poesía y lo que parecen ser los papeles del coche metidos entre sus páginas. Encuentro su móvil en la guantera. En la pantalla aparecen las notificaciones de los mensajes sin leer que le he enviado.
Se ha marchado y ha dejado atrás todo lo que podía recordarle a los Royal.
—Tenemos que ir a Gainesville —dice Easton con un tono de voz monocorde.
—Lo sé.
—¿Se lo vamos a decir a papá?
Informar a Callum Royal de algo así implicaría poder utilizar un avión para buscarla. Llegaríamos a Gainesville en una hora. Si no, nos espera un camino de seis horas y media en coche.
—No sé. —La urgencia por encontrarla ha disminuido. Ahora sé dónde está. Puedo llegar hasta ella. Solo tengo que decidir qué dirección tomar.
—¿Qué has hecho? —pregunta de nuevo mi hermano.
No estoy preparado para todo el odio que va a dirigirme si se lo cuento, así que permanezco en silencio.
—Reed.
—Me pilló con Brooke —contesto con voz ronca.
Se queda boquiabierto.
—¿Brooke? ¿La Brooke de papá?
—Sí —respondo, y me obligo a enfrentarme a Easton.
—¿Qué coño…? ¿Cuántas veces te has liado con Brooke?
—Un par —admito—. Pero no he estado con ella últimamente. Y menos anoche. No la toqué, East.
Aprieta la mandíbula. Se muere por darme un puñetazo, pero no lo hará. No en público. Mamá nos decía lo mismo a los dos. «Chicos, mantened el nombre de los Royal impoluto. Es muy fácil destrozar una buena reputación; lo difícil es mantenerla».
—Deberían colgarte por los huevos hasta que se te sequen. —Escupe a mis pies—. Como no encuentres a Ella y la traigas de vuelta, seré el primero en la cola para hacerlo.
—Me parece justo.
Intento permanecer calmado. Es inútil ponerse nervioso. No tiene ningún sentido volcar el coche. Es inútil gritar, aunque me esté muriendo por abrir la boca y deshacerme de toda la ira y el odio que llevo dentro.
—¿Justo? —Resopla con desagrado—. ¿Entonces no te importa una mierda que Ella esté en una ciudad universitaria y que unos borrachos la puedan estar manoseando?
—Es una superviviente. Estoy seguro de que estará a salvo. —Mis palabras suenan tan ridículas que prácticamente doy una arcada tras pronunciarlas. Ella es una chica preciosa, y está sola. Quién sabe lo que podría pasarle—. ¿Quieres que llevemos su coche de vuelta a casa antes de irnos a Gainesville?
Easton se queda mirándome con la boca abierta.
—¿Y bien? —pregunto, impaciente.
—Claro. ¿Por qué no? —Me quita las llaves de la mano—. Ya ves, ¿a quién le importa que sea una tía buena de diecisiete años, que esté sola y que lleve casi dos mil dólares en efectivo? —Aprieto los puños—. Ningún drogadicto hasta las cejas de metanfetamina va a mirarla y pensar: «Es una chica fácil. Esa muchacha de metro y medio, que pesa menos que mi pierna, no podrá conmigo…» —Me empieza a costar respirar—. Y estoy seguro de que todos los tíos con los que se encuentre tendrán buenas intenciones. Ninguno intentará arrastrarla hasta un callejón oscuro y forzarla hasta que…
—¡Cierra la puta boca! —espeto.
—Por fin. —East levanta las manos en el aire.
—¿A qué te refieres?
Estoy prácticamente jadeando de la rabia que siento. Las escenas que Easton me ha hecho imaginar con sus palabras han provocado que desee ser Hulk para ir corriendo hasta Gainesville y destrozar todo lo que encuentre a mi paso hasta dar con ella.
—Has estado actuando como si no te importara lo más mínimo. A lo mejor tú estás hecho de piedra, pero a mí me gusta Ella. Era… era buena para nosotros. —Su pena es casi tangible.
—Lo sé. —Easton me saca las palabras a regañadientes—. Lo sé, joder. —Se me cierra la garganta hasta el punto de dolerme—. Pero… nosotros no éramos buenos para ella.
Gideon, nuestro hermano mayor, intentó dejármelo claro desde el principio. «Aléjate de ella. No necesita involucrarse en nuestras mierdas. No arruines su vida como yo arruiné la de…»
—¿Y eso qué se supone que significa?
—Lo que has oído. Somos tóxicos, East. Todos nosotros. Me acosté con la novia de papá para vengarme de él por haber sido tan cabrón con mamá. Los gemelos están metidos en asuntos de los que no quiero saber absolutamente nada. Tu afición al juego se te está yendo de las manos. Y Gideon es… —Me detengo. Gid está viviendo su propio infierno ahora mismo, pero no es algo que Easton deba saber—. Estamos mal de la olla, tío. Quizá Ella esté mejor sin nosotros.
—Eso no es verdad.
Por mucho que diga que no, yo creo que sí. No somos buenos para ella. Lo único que Ella quería era una vida normal y corriente. No puede tener eso en la casa de los Royal.
Si no fuera del todo egoísta, me alejaría. Convencería a East de que lo mejor para Ella es alejarse tanto como pueda de nosotros.
En cambio, permanezco en silencio y pienso en lo que voy a decir cuando la encontremos.
—Vamos. Tengo una idea.
Me giro y me dirijo a la entrada.
—Creía que íbamos a Gainesville —murmura East a mi espalda.
—Esto nos evitará hacer el camino en coche.
Vamos directos a la oficina de seguridad, donde le doy cien pavos al guardia y él nos da acceso a las grabaciones de las cámaras de seguridad de la estación de Gainesville. El tipo rebobina la cinta hasta el momento en el que el autobús de Bayview aparece. El corazón me da un vuelco mientras examino a los pasajeros. Entonces se me cae el alma a los pies cuando me percato de que ninguno de esos pasajeros es Ella.
—¿Qué cojones…? —suelta East cuando salimos de la estación diez minutos después—. La mujer del mostrador nos dijo que Ella iba en ese autobús.
Tengo la mandíbula tan apretada que apenas soy capaz de pronunciar una palabra.
—A lo mejor se bajó en una parada distinta.
Entonces, regresamos al Rover y nos montamos en él.
—¿Y ahora qué? —pregunta con los ojos abiertos como platos de forma amenazante.
Me paso la mano por el pelo. Podríamos conducir y detenernos en todas las paradas de la ruta, pero sospecho que sería como buscar una aguja en un pajar. Ella es inteligente, y está acostumbrada a huir, a irse de una ciudad cuando es necesario y rehacer su vida. Lo ha aprendido de su madre.
De repente, siento náuseas al pensar en la posibilidad. ¿Buscará trabajo en otro club de striptease? Sé que Ella hará lo necesario para sobrevivir, pero me hierve la sangre al pensar que puede que se desnude delante de un montón de pervertidos salidos.
Tengo que encontrarla. Si algo le pasa porque la he ahuyentado, no seré capaz de vivir con el remordimiento.
—Nos vamos a casa —anuncio.
Mi hermano parece sorprendido.
—¿Por qué?
—Papá tiene un investigador en nómina. Él será capaz de encontrarla mucho antes que nosotros.
—Papá se volverá loco.
Claro que se volverá loco. Y yo lidiaré con las consecuencias lo mejor que pueda, pero ahora mismo, encontrar a Ella es mi única prioridad.