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EL VIRUS ELIMINADOR

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HASTA ESE DÍA (conocido como “el” día), mis papás trabajaban felices de la vida. Salían temprano, llegaban tarde, y una vez al mes, el día de pago, andaban más felices que payaso con cosquillas (fome, fome, fome mi chiste). Y siempre sabíamos qué día era ese, porque les daba por ir al supermercado y llenar los carros con todo tipo de cosas.

Además, mi papá se compraba algún condimento raro (como ají de Tasmania o jalea de moco de jirafa… ya sé, no existe, ok). Y mi mamá echaba al carro alguna planta nueva. O alguna ensalada muy cara de flores comestibles o pimentones arcoíris o tomates pigmeos.

Así era la vida-video juego de mis papás. No éramos millonarios (sin piscina, un solo auto, un solo computador, dos teles chicas), pero tampoco éramos flaitongos. O sea, éramos eso que se conoce como clase media.

Justo en la mitad.

Ni mucho ni poco.

Ni esto ni aquello.

Ni blanco ni negro.

Ni ángel ni bestia.

Ni izquierda ni derecha.

Éramos miti-miti, como helado de paleta con dos sabores.

Como Bilz y Pap.

Eso, hasta “el” día.

Fue una mañana cualquiera, en la que mi papá buscó su diario en internet, porque ese día (el viernes) salía su crítica de la semana.

La María dormía y el Beltrán se daba vueltas por el living, poniendo su nueva canción rockera favorita: una de The Clash (es que mi hermanito es un pato rockero).

Mi mamá preparaba el desayuno y yo esperaba. Pero no me esperaba lo que pasó.

—¿Tendrá un virus el computador? —preguntó mi papá, entrando a la cocina.

—Que yo sepa, no —dijo mi mamá.

—Y yo lo limpié hace poco —agregué, poniendo mi cara de “doctor informático antivirus súper Shield”.


—¡Bah!, qué raro. Es que no viene mi crítica en el diario de hoy.

Mi papá cree que eso lo puede causar un virus…

Qué tierno.

Julito Cabello y las salchipapas mágicas

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