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UNA NOCHE OSCURÍSIMA

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Todo partió una noche oscurísima y sin estrellas. Oscura como un Súper 8. De verdad. Brrrrr.

Nos estábamos subiendo todos a un par de taxis, porque íbamos a celebrar. Mis papitos y mis hermanitos. La excusa era que mi papá, antes crítico de restaurantes y ahora escritor de libros para niños, había terminado su nueva obra maestra: El ataque de súper salami.


Antes había escrito un libro de recetas de cocina para niños, y después uno de dragones legendarios escupe fuego, antes de crear a su nuevo súper héroe, el único con sellos negros: porque era alto en colesterol y en sodio. De verdad. Según mi papá, era su forma de educar a los niños para que comieran de forma más saludable. Según yo, era bien raro su heroísmo, porque sus némesis eran una lechuga mutante y un apio ninja. Pero en fin.

Adultos…

Mi linda mamá, por su parte, había terminado de escribir su segundo libro. Antes había hecho uno sobre la dictadura, perdón, la superioridad (jura) de las plantas mujeres sobre las plantas hombres. Era de ciencia ficción (broma). Y ahora su tema era el autismo de los cactus (broma de nuevo). Noooo. Era sobre cómo los cactus podrían salvar a la humanidad si caían montones de bombas atómicas y tuviéramos que sobrevivir chupando sangre de cactus.

Y esto no es broma. Qué chusto.


Durante meses mis papás se habían turnado en cuidarnos y en escribir. Un día mi mamá desaparecía y comíamos pura pizza (yes!). Al día siguiente mi papá se esfumaba y comíamos puro pasto (bu). Hasta que ambos dejaron de traumarnos para el resto de nuestras vidas y les pusieron fin a sus dos libros. Por eso la salida a comer, ¿ok?

Así fue como llegamos a un restaurante vegetariano, porque cuando hay carne en el plato a mi mamá le dan arcadas = vegetariana.


Se trataba de La sana zanahoria, donde afuera había como cien bicicletas estacionadas (pura gente sana) y las chicas que atendían eran flaquitas como ramitas, muy pestañudas y llenas de tatuajes pachamámicos. Pero igual tenían algunos piercings bien agresos, como para que todos supiéramos que podían pegar su patada voladora si había que salvar a algún mono de un laboratorio. O sea, dulces pero duras.

Nos sentamos todos en una mesa bien grande y nos pasaron las cartas en papel reciclado (obvio) donde ofrecían:

–Palitos de apio contento.

–Betarragas crudas felices.

–Lechuga súper chascona (gallaaa).

Y un montón de cosas orgánicas, sin gluten (¿qué es eso? Suena a alguien ahogándose), conscientes (¿pero no se supone que algo debe estar inconsciente, o sea muerto, para comérselo?) y blablablá, y ya se me quitó el hambre. Obvio que al Beltrán también, porque altiro preguntó si no tenían hamburguesas.

–Por supuesto -respondió la elfa bélica animalista que nos atendía-. Tenemos hamburguesa de cochayuyo recogido bajo la luz lunar. Y de garbanzos guerreros mapuche pueblo originario.

A estas alturas, obviamente, mi papá se había puesto a toserf. Porque por más amor que le tenga a mi mamá, esto de lo vegetariano no le gusta mucho.

–Ya, Julio, calma -dijo mi mamita-. Yo voy a pedir los platos. Señorita, traiga…

Y ahí se puso a hablar con la pestañuda en su lenguaje. ¡Y resultó! Porque al final llegaron unos tallarines bien ricos con salsa para todos, aunque ni nos dimos cuenta de que la carne era vegetal (¿de vaca de árbol?). Así que todos felices a la italiana, y mi mamá con una ensalada de hojas marcianas y la María con su colado (orgánico, obvio).

Salvados.

Después de quedar llenitos, mi papá tosió antes de dar un anuncio.

–Estimada familiaf, finalmente hemos terminado nuestros libros. Y esta vez los dos al mismo tiempo. Les damos las gracias por la paciencia (y nos miró a los mini Cabello). Y por la otra paciencia que les viene, porque además les aviso que mañana llega un alojado a la casa.

Ahí mi mamá se atragantó hasta con las semillas de sésamo del postre.

–¿Un invitadof, Julio?

–Perdona por no haberte avisado antes, mi florecilla (patero). Es que mi hermano recién me pidió ayuda, porque se viene de vuelta de España y no tiene dónde alojar. Pero serán solo unos días no más, lo juro.

Y aprovecharemos la sala de planchado, justo ahora que dejamos de escribir allí.

–¿Tu hermano Rodrigo, el ar-tis-ta?

–Ese mismo.

O sea, ¿había un artista en la familia?

Yo nunca había oído hablar de ese tío.

¿Será reggaetonero? ¿Un DJ Cabello?

Se armó la fiesta. O no. Ya sabremos.

Julito Cabello contra las tribus urbanas

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