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MALAS NOTICIAS, BU
ОглавлениеObviamente que mis papás llamaron a las fuerzas de la ley y el orden, para contarles nuestra desgracia (ay, mi kétchup). Así conocimos al sargento Rebolledo y a la teniente Monsalve. Uno era flaco y pálido, y la otra chica y muy maquillada. Eran como un shinigami y una pitufa (mucha tele, ya lo sé).
–¿Pueden decirnos de quién sospechan, señores?
–De alguien pobre, creo yo -dijo mi papá.
–Ah -dijo la pitufopolicía.
–¿Creen que podremos recuperar algo? -dijo mi madre.
Ahí como que se miraron y juraría que se rieron, pero sin que se les notara (muy profesionales ellos).
–Habrá que ver, señora -dijo Rebolledo.
–No hay que perder la esperanza -dijo Monsalve.
Y ahí se largaron a hacer una lista de todas esas cosas que jamás recuperaríamos. Snif.
Como no se habían robado el café, mis papitos se sentaron a tomar uno en la cocina. Se los veía marchitos (lenguaje de mi mami, especialista en flores).
–Voy a tener que reescribir mi libro de memoria, Rosa, porque tengo que entregarlo a la editorial lo antes posible.
–Y yo también, por si te interesaba.
–Ay, mi amor, no es que lo haya olvidado, eso de tu libro, ¿de qué era tu libro?
–Tan solidario.
–No puedo evitarlo, me educaron así.
Ahí mi mamá emitió un gruñido nada de floral. Susto. Y mi papá comenzaba a toser, como cada vez que se ponía nervioso.
–Pero no te preocupef, saldremos de estaf.
–Lo sé, pero el tema, Julio, es que ya no nos queda plata. Y no tendremos el pago por los libros. Y no podemos abrir el restaurante, porque lo dejaron pelado.
Oh no. Parece que tendremos que actuar en los semáforos haciendo de mimos. Aunque si a la María la ensuciamos un poco, de más que nos darían más monedas, ¿o no?
Y allí estábamos los Cabello muy deprimidos, mientras los señores de la ley seguían haciendo la lista de todo lo que habíamos perdido. Hasta que alguien apareció en la puerta y hasta sacaron sus revólveres de puro susto al verlo.
–¡Arriba las manos! -dijeron a dúo.
–Ay, ¿pero qué hice esta vez? -respondió un tipo flaco y con olor a pucho. De verdad olía a cenicero como a tres metros a la redonda.
–Identifíquese (nuevamente a dúo).
–Me llamo Rodrigo Cabello y vengo llegando de España.
Ahí mi papi sacó la voz.
–¡Hermanito! Llegaste antes.
–Sí. Es que a última hora me conseguí un vuelo como con ocho escalas que salía más barato. Y antes. Y como no tenía minutos en el celular, no alcancé a avisarte.
Entonces mi papá se acercó y lo abrazó. Juraría que al abrazarlo como que le salió polvo.
–Las malas noticias no llegan solas -dijo (muy bajito) mi mamá.
–¡Hola, Rosa, cómo estás! ¿No tendrán por ahí algún traguito para recibir a este viajero?
Y no tenían, porque también se lo habían robado, ja.