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Sociedad de la vigilancia total

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La serie Black mirror señala varias veces la presencia ya entre nosotros de un sistema de vigilancia. En el episodio “Cállate y baila”, a través de un malware, la cámara de la computadora vigila y registra las prácticas de un joven demasiado interesado en los niños; en “Odio nacional”, un modelo experimental de abejas robot busca, en teoría, reemplazar a las abejas naturales en disminución para mantener la salud de los ecosistemas. Pero estos insectos robóticos son un medio encubierto de espionaje informático de toda la población de Inglaterra24; en “Toda tu historia” o “Cocodrilo”, el acceso a una memoria digitalizada de las personas permite espiar sus recuerdos. Y, en otro ejemplo rotundo de vigilancia, en “Arkangel”, una madre vigila a su hija mediante un implante que tiene instalado en su cerebro. Todo lo que la hija hace y ve aparece en una tableta que le permite monitorearla. Y además, todas las imágenes que fluyen ante la hija son grabadas también por su dispositivo de memoria artificial.

Por la complicidad entre el Estado y las grandes empresas informáticas y de telecomunicaciones, se construye un ojo de la vigilancia cada vez más poderoso. La alianza de vigilancia privada y estatal responde a intereses político-económicos comunes. Julian Assange o Edward Snowden son voceros de los procedimientos del complejo de espionaje tecnodigital: “Las nuevas empresas como Google, Apple, Microsoft, Amazon y más recientemente Facebook, han establecido estrechos lazos con el aparato de Estado de Washington. Esta relación se funda en una ideología capitalista compartida y una visión de expansión estratégica de poder global. En última instancia, los estrechos vínculos de Google y la administración estadounidense están al servicio de los objetivos de la política exterior de Estados Unidos”25.

En contra de toda apariencia, la alianza para la vigilancia global plasma, o está en camino de hacerlo, un deseo mítico y ancestral: el de un “ojo divino” que todo lo ve y controla. A esta idea específica llegaremos al final de nuestra reflexión.

La alianza para la vigilancia planetaria suma las capacidades del Estado, el aparato militar de seguridad y las grandes empresas informáticas que señorean en la web. Internet es el ciberespacio ya en control del complejo de tecno-vigilancia (un complejo que Ramonet llama “securitario-digital”26).

Y el espionaje digital sabe que no existe ni la mónada ni el laberinto. La mónada leibiziana es modelo de una realidad encerrada en sí misma; deriva de la monadología del filósofo alemán Gottfried Leibniz. El laberinto, por su parte, es una construcción en la que los individuos se pierden y confunden. La arquitectura laberíntica fue urdida por Dédalo a pedido el rey Minos para ocultar al Minotauro, según el mito clásico. Los encerrados en un laberinto no encuentran la salida porque ésta sólo es posible por arriba. El héroe Teseo encontró la vía de salida gracias al célebre hilo de Ariadna. Para nosotros, los comunes mortales, para escapar de la estructura laberíntica tendríamos que elevarnos tirando de nuestro propio cuello, como lo hacía el Barón Munchausen.

Las computadoras enlazadas en una red mundial inalámbrica permiten que todo dato alojado en ella no se pierda en un mónada totalmente cerrada o impermeable para los ojos de la vigilancia. Y si de un laberinto se sale por arriba o con un visión aérea y panorámica para determinar las entradas y salidas de los pasadizos, esa visión de conjunto de toda la información que fluye y circula en los laberintos digitales es posible capturarla e interpretarla desde programas de espionaje cada vez más poderosos, como el programa PRISM, revelado por Snowden27. La ciberguerra superior será la inteligencia para atravesar mónadas y mirar, abrazar y controlar laberintos “desde arriba”. La ciberguerra para vulnerar mónadas y computarizar mapas lo más completos posible de todo lo que existe dentro del laberinto en red.

Siempre estamos predispuestos a identificar el ciberespacio o el espacio virtual como una “irrealidad” (o algo sólo “virtual”, o de una realidad débil). Los estoicos decían que todo está hecho de cuerpos. Desde el cuerpo de un hombre o una mula hasta el cuerpo cósmico de un Dios concebido con “gran Fuego artesano”28. En términos de la construcción social contemporánea, es tiempo de asumir que el ciberespacio es tan real como los cuerpos. Es realidad “corpórea” no porque esté hecha de cuerpos, sino porque justamente su propósito hoy es ver, entretener y controlar el cuerpo y la mente de los internautas, o del individuo espectador en general ante los mundos-pantalla móviles o fijos.

En la historia, el homo sapiens fue primero cazador-recolector nómade; luego, hombre agrícola sedentario; luego, el obsesionado por la salvación religiosa; luego, el homo economicus capitalista. Hoy el nuevo modo de ser de la especie sapiens es la de pasivo y sedentario consumidor de imágenes que él produce, vía selfies, casi en la misma medida de las que recibe en las avalanchas de imágenes por las pantallas controladas por el complejo massmediático y las plataformas de streaming. No se trata del homo videns. Porque el consumidor de imágenes cuando ve no ve. Sólo es visto en sus pasos en el ciberespacio. Y todo lo que circula en esta geografía virtual es visible para los ojos de la cibervigilancia.

La realidad del ciberespacio es intermedia: está entre la “vieja” realidad física y un nuevo tipo de realidad, que bien podría identificarse como un “quinto elemento”…

Los antiguos sostuvieron la teoría de los cuatro elementos. La naturaleza existe por la combinación de cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Los filósofos presocráticos creían que la materia es por la combinación de estos principios naturales. Pero estas combinaciones ocurren sobre el trasfondo de una materia original: el quinto elemento. Para Aristóteles este elemento que excede y contiene a los otros fue el éter; para los japoneses, el vacío (go dai); para Einstein, de alguna manera, la luz es el “quinto elemento” en tanto es la materia que se transforma en energía. Pero en nuestra civilización el quinto elemento es una realidad que existe por las pantallas y los ordenadores enlazados en conexiones inalámbricas. Su realidad nace del mundo de los cuatro elementos, pero se muta en el “quinto elemento” del ciberespacio. A esa nueva realidad fluyen cada vez más nuestras energías, tiempo y datos. Nuestra mente y cuerpo transferidos al ciberespacio es lo que el ojo tecnodigital de vigilancia debe controlar. El control sobre el quinto elemento del ciberespacio debe ser, por fuerza, cibercontrol.

Históricamente, los ejércitos de los Estados tuvieron que crear fuerzas especializadas para dominar cada elemento: el Ejército con sus tanques, infantes y cañones para subyugar el elemento tierra; la Fuerza Aérea para sojuzgar el elemento aire; y los bombardeos vomitando fuego desde el cielo; la Armada para imponerse en los mares. Ahora es necesario una nueva fuerza, un ciberejército para actuar en el ciberespacio como quinto elemento. Esta cibertropa se prepara a su vez para la ciberdefensa mediante supercomputadores; una ciberprotección que ya extiende sus lentes informáticas hacia todas partes, al menos hacia todos los usuarios de la gran red mundial29.

El control del ciberespacio supone que de hecho internet no es ya “público” sino que está en manos privadas; esto quizá exige pensar una nueva categoría mixta de lo privado y lo público constituido por las grandes empresas informáticas y los Estados apoyados en los grandes servicios de inteligencia nacionales. Al principio, la novedad de la red de redes era una nueva tecnología democratizadora: internet era el bien que nos daría más libertad, más distribución de la información y de las opiniones de las minorías fuera de los medios masivos y monopólicos de comunicación. Pero hoy “la red está a punto de sufrir una violenta centralización en torno a colosales empresas privadas: las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft). Todas estadounidenses, a escala planetaria, acaparan las diferentes facetas de la red”30. Este poder es solo posible por internet, e internet solo es posible por toda una historia de desarrollo tecnológico acelerado en la Segunda Guerra Mundial y en las últimas décadas. Este desarrollo permite que todos nos conectemos para una “mejor comunicación”; y esa conectividad es gestionada por ordenadores en la forma de teléfonos inteligentes que a todos nos “sube” al ciberespacio. Y el ciberespacio surge por el sistema en el que se interconectan las computadoras y nuestras mentes. Entonces, no es sorprendente que Jean Quisnel, periodista francés especializado en cuestiones militares, nos advierta: “Es tan fabuloso que por el placer revolucionario de un universo tecnológico, el individuo no se preocupe de saber, y aun menos de comprender, que las máquinas gestionan su vida cotidiana, que cada uno de sus actos y gestos es registrado, filtrado, analizado y eventualmente vigilado que lejos de liberarlo de sus ataduras físicas, la informática de la comunicación constituye sin duda la herramienta de vigilancia y control más formidable que el hombre haya puesto a punto jamás”31. Por su parte, Gleen Greenwald sugiere que subestimar la vigilancia a través de internet es no comprender que esto es parte de un proceso que somete “a un exhaustivo control estatal prácticamente todas las formas de interacción humana, inclusive el pensamiento mismo”32.

Black mirror nos lleva a imaginar abejas robóticas que baten sus alas artificiales en el firmamento de Inglaterra. Una imagen congruente con cielos atiborrados de drones espías. Espías en las alturas que, como el antiguo director redactor jefe de la revista Wired, fundador de 3Drobotics prevé: “habrá millones de cámaras volando por encima de nuestras cabezas”. Estos ingenios robóticos aéreos se orientan por un pattern of life; es decir, detectan personas que muestran una pauta de vida que coincide con el patrón de comportamiento de un individuo “peligroso”, que debe ser eliminado. Aumento del poder de vigilancia que, además, por una “dictadura digital” sustentada en los omnipresentes algoritmos de macrodatos, podría conducirnos hacia la pesadilla de 1984 de Orwell, y a “emponderar un futuro Gran Hermano, de modo que terminaríamos sometidos a un régimen de vigilancia orwelliana en el que cada uno de los individuos fuera controlado todo el tiempo”33.

Esto nos recuerda que el espionaje digital no es sólo del ciberespacio. La vigilancia de los movimientos de los cuerpos en el espacio físico es tan importante como el de los flujos de datos en internet. Un ejemplo contundente de la vigilancia informática, vía cámaras y programas de reconocedores faciales de alto rendimiento, es la China del “capitalismo maoísta”. Millones de cámaras, y gafas de reconocimiento facial usados por la policía, y todos conectados en un gran sistema informatizado de la vida, explican que “China está desarrollando un futuro autoritario de alta tecnología. Beijing está acogiendo tecnologías como reconocimiento facial e inteligencia artificial para rastrear a 1,4 mil millones de personas. Busca armar un enorme sistema nacional de vigilancia, con ayuda de su floreciente industria tecnológica”34. Claramente, China es un ejemplo no de la tecnología en su fase democratizadora, sino como mayor garantía de control social. Las cámaras se multiplican para escudriñar casi todo. Quienes cruzan imprudentemente una calle son mostrados con sus nombres en grandes pantallas. El sistema informatizado de la vida permite mantener actualizados bancos de datos con la indicación de quienes no pagan sus cuentas. El reconocimiento facial permite ubicar sujetos buscados entre la multitud y también impedir el acceso a individuos no autorizados a ingresar a complejos de viviendas.

Los especialistas en seguridad estiman que para el 2020 China tendrá 300 millones de cámaras instaladas. El monitoreo de la población no se detendrá en sus rostros, incluirá también su ropa e incluso su modo de caminar. Todo esto alimenta una efervescencia tecnológica china liderada por el Estado y las start-up de inteligencia artificial. El mercado de seguridad pública crece. Una compañía de sistemas de vigilancia, Eyeccol, envía por día más de 2 millones de imágenes faciales a Skynet, un sistema policial de macrodatos. Y en el capitalismo maoísta chino, su líder máximo Xi Jinping, “ha tomado acciones para consolidar su poder, recurriendo a creencias de la era de Mao sobre la importancia del culto a la personalidad y el papel del Partido Comunista en la vida cotidiana. La tecnología le da el poder para hacerlo realidad”35.

Los analistas del sistema de vigilancia chino observan también sus deficiencias; aún está lejos de ser el ojo que realmente todo lo ve. La base de datos de individuos sospechosos a ser especialmente vigilados (como activistas políticos, narcotraficantes, supuestos terroristas) es de 20 a 30 millones. Bajo la premisa de una sociedad del control total todos son sospechosos, por lo que la especialización de la vigilancia aún debe aumentar. Pero aunque las cámaras todavía no hayan construido un radar para el monitorio continuo y total, sus efectos psicológicos son intimidantes y normalizadores. Porque el saberse vigilado mantiene a la población a raya, y contribuye a disuadir a muchos de sus impulsos de robo, o acelera la confesión de los capturados e interrogados por la fuerza pública.

En el caso chino, la vigilancia del ciberespacio y el mundo físico devienen un ejemplo contundente de un proceso de vigilancia total en construcción. Esta vigilancia parte del Estado centralizador. Pero en un futuro no muy lejano, la vigilancia en expansión puede volverse en contra de los propios Estados, y no solo por la acción de un ciberterrorismo. Parte de la CIA es el National Intelligence Council (NIC), la oficina de análisis que busca prever escenarios futuros de alto impacto a nivel geopolítico y económico. En 2013, bajo el mandato de Barak Obama, se publicó el Global trends 2030. Alternative words (Tendencias mundiales 2030. Nuevos mundos posibles). Según este informe, la tendencia será que los países ya no serán países sino grandes comunidades interrelacionadas por internet y las redes sociales. Facebooklandia (más de mil millones de usuarios), Twitterlandia (más de 800 millones). El acceso a la red y las vías digitales modificará la estructura del poder. Se darán procesos “pospolíticos” o “posdemocráticos” que permitirán que los ciudadanos mejor presionen a los políticos. Pero todo esto compensado por una capacidad total de vigilancia de los ciudadanos; y, paralelamente, las grandes empresas de internet serán los megaprocesadores de información cuya influencia se extenderá no solo a los individuos (o a lo que quede de ellos), y a la población global, sino también a los Estados mismos.

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