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La nueva alquimia:
entre el clon y el robot
ОглавлениеEl homo sapiens nace. Miles de millones de veces el humano nació mediante un guión creado por un Dios, o la naturaleza.
El guión de la naturaleza: los dos sexos se compenetran íntimamente, una “pasión” del hombre crece lentamente en la tierra fértil de la mujer. El fruto, el hijo, la hija. El nuevo ser sale del vientre hacia la vida. El libreto natural para crear nueva existencia humana es un camino único, o eso parece…
Un camino único parece: la gestación y el nacimiento. Un proceso natural para la creación de un nuevo ser. Pero el humano quiere imitar a la naturaleza, o a Dios. Crear un nuevo humano por un camino artificial. La alquimia es una disciplina antigua que imaginó ese camino, y que ahora vuelve a hacerlo por otros medios, por una nueva alquimia.
Primero, la alquimia antigua. Por un lado, las combinaciones de elementos y sustancias en un horno para obtener la piedra filosofal, símbolo de sabiduría y eternidad. El laboratorio alquímico fue una continuación de la metalurgia que, mediante el fuego, empezó la transmutación de los materiales para dar con nuevos metales por fusión o trasformación41. La metalurgia del bronce, por ejemplo, o el hierro fundido descubierto por los chinos, precursor del acero y de la revolución industrial moderna.
El saber de una herrería mística fue heredado por los alquimistas. En sus talleres, estos espíritus inquietos buscaban templar “la obra”, un magnum opus: la piedra filosofal, el lapis filosofarum.
La tradición popular afirma que la obra alquímica intentaba la trasmutación de los metales innobles en los nobles, la plata y el oro. El oro filosófico era el de la piedra filosofal. Y para una interpretación más amplia, las etapas del trabajo alquímico componían un camino simbólico hacia el autoconocimiento y la sabiduría42. La vieja alquimia como vía hacia una espiritualidad a través de la experimentación y la transformación de la materia.
Pero el viejo sueño alquímico no ambicionaba sólo el oro filosófico. Su otro deseo mágico era el homúnculo, un hombre mágico. Una duplicación o clonación artificial del descendiente de Adán. El “otro camino” fuera del único camino natural posible para crear nueva vida humana. El homúnculo era la matriz del golem de la tradición cabalística y literaria. Pero también lo es del humano clonado y el androide.
La era del capital algorítmico y de la sociedad de la vigilancia del “ojo divino” también es la del tiempo de la “nueva alquimia”. Saber alquímico actual que se manifiesta por la ingeniería genética y la clonación, o por la réplica robótica androide de la apariencia humana. La era de la nueva alquimia del clon y el robot. Esto emerge, a su vez, del universo ficcional de la serie de Charlie Brooker…
El androide inspira el episodio de Black mirror “Ahora vuelvo”43. Aquí un robot antropomorfo no sólo imita la apariencia de un humano desaparecido sino también duplica o clona la conciencia de ese individuo a través de sus datos personales conservados en las redes. La “clonación alquímica” aquí es entonces robótica e informática a la vez. La clonación biológica se muta en clonación o duplicación de las conciencias en no pocos capítulos de la serie de Brooker (que incluye hasta una conciencia clonada dentro de una “conciencia huésped” en “Black museum”44).
La clonación y la robótica androide contemporáneas se tocan con las transformaciones mágicas de la vieja alquimia. El homúnculo y el golem es ese punto de contacto. La alquimia atávica imaginó la creación de un humano por vías no naturales. Esa idea es el centro de nuestra equiparación de la vieja y la nueva alquimia: en ambos casos se trata de encontrar formas alternativas de producir algo humano, o con una apariencia de humanidad; en esa aspiración se encuentran el homúnculo, la clonación o, a su manera, la robótica androide. Pero para mejor proyectarnos a nuestro tiempo tecno-orgánico primero es oportuno una breve arqueología de la alquimia original dominada por el deseo de reproducir al humano en la forma del homúnculo...
Paracelso, arquetipo de alquimista sumo, es quien acuñó el término, cuando sugirió que había creado un homúnculo como parte de su empeño en pos de la piedra filosofal, uno de cuyos atributos es la “juventud eterna”. Su creación habría procedido de combinaciones de mercurio, carbón, partes de piel o pelos humanos; y todo esto enterrado en estiércol de caballo de modo que, durante cuarenta días, el embrión se desarrollara en el seno de la tierra. La planta de la mandrágora o un huevo puesto por una gallina negra podían ser otros modos mágicos de combinaciones y medios para dar realidad al “nuevo humano”.
En el siglo XVI, en el Renacimiento mágico, la figura del científico, el filósofo y el mago se unían. Quien deseaba el saber debía escrutar las estrellas, observar las fuerzas naturales visibles e invisibles y aceptar la magia como una comprensión superior de la naturaleza y sus aspectos desconocidos. Todo intelectual podía ser a la vez hombre del poder, filósofo, científico, astrólogo. O alquimista45.
Más allá de las fantasías de la vieja alquimia, no se debe perder de vista que los alquimistas trabajaban con la materia, con su transformación y posibilidades. No en vano se los tiene como precursores de la química moderna. El alquimista auxiliaba a la naturaleza para que ésta fuera de “otra manera”. Hoy, la nueva alquimia de la clonación manipula las estructuras de la materia biológica y sus genes para copiar a un ser de forma “no natural”. Existen procesos de clonación natural, pero no una copia o clon de un mismo individuo, lo que entendemos particularmente como clonación humana.
Y si volvemos a la matriz alquímica primitiva y el homúnculo, no debería sorprender que el término homúnculo, en el siglo XVII, fuera parte de un intento de conocimiento empírico de procesos naturales como el de la concepción y el nacimiento. Por ejemplo, mediante los primeros y rudimentarios microscopios, Nicolaas Hartsoeker (matemático y físico holandés, inventor del microscopio) descubrió “animalúnculos” en el esperma de los humanos y otros animales. La exigua resolución de las imágenes de los pequeños organismos en esa época, indujo la falsa creencia de que lo que se veía a través de lente era la cabeza del espermatozoide como un hombre en miniatura. Así surgió la teoría de los espermistas, de que el esperma oficiaba como un homúnculo, hombre pequeño, que se aloja en la mujer para gestar un niño. Tras lo que para nosotros hoy es pura fantasía, se agazapa el mismo proceso involucrado en la búsqueda del homúnculo de la vieja alquimia o la clonación en la nueva alquimia: entender nuevas posibilidades de “ser” de la materia biológica.
La literatura multiplicará el sueño alquímico de crear un nuevo humano. En la segunda parte de su Fausto, Goethe concibe que Wagner, discípulo de Fausto, crea un homunculus que debate con Mefistófeles y su creador. Cuando Mary Shelley imagina a Frankestein acaso algo de la ensoñación alquímica del homúnculo pudo haberla influenciado porque su padre, William Godwin, mucho sabía de la vida y obra de Paracelso.
Pero el homúnculo se asocia también con la célebre figura del golem nacido de la imaginación judía en la Edad Media. Un ser animado de aspecto antropomorfo creado a partir de la materia inanimada, del barro o la arcilla. En su origen folklórico, el golem es indisociable de Rabbi Judah Loew, también conocido como Maharal, de Praga. Este rabino praguense del siglo XVI, habría creado el golem para defender el gueto de Praga de agresiones antisemitas. Desde un cariz mítico-religioso, el golem es pariente de Adán. Lo mismo que el primer hombre, el golem fue creado a partir de barro al que luego un sabio creyente le insufló una chispa divina. La posibilidad de un hacedor humano que crea el golem alegoriza a nivel moral un don ambiguo: primero es una manifestación del poder que un hombre alcanza al comunicarse con lo divino; y, segundo, es una advertencia sobre el peligro y los límites de este poder. Porque el hombre artificial creado por el humano imitando a Dios nunca trasciende su falsedad; nunca escapa del hecho de que es sólo una copia, una sombra del hombre verdadero que únicamente es creado por Dios.
Y la inferioridad de la réplica humana artificial del primer golem, o del creado por el rabino de Praga, se evidencia por un hecho fundamental: el golem carece de alma. Esto también es signo de su fragilidad o falsedad de origen, y de que no actúa espontáneamente. El golem sólo se mueve cuando se escribe en su frente uno de los nombres de Dios o la palabra hebrea Emet (verdad). Si se borra la primera letra sólo queda met (su contrario, muerte en hebreo). Así el golem es devuelto a la parálisis, y regresa a su condición de barro inerte.
La popularidad del golem se debe a la novela de Gustav Meyrink, El Golem (Der Golem). Esta obra se nutre de leyendas y relatos populares que retornan a Rabbi Judah Loew. Por medio de uno de sus más logrados poemas, Borges también evoca al homúnculo rabínico46. A su vez, el mago que en Las ruinas circulares quiere crear un ser a través de la fuerza de sus sueños, se agrega a la tradición alquímica de replicar un humano por un artificio47.
La vieja alquimia nos llevó al homúnculo y a la transmutación de la materia como preámbulo de la era de la “nueva alquimia”. La idea constante es la voluntad de crear nueva vida humana (homúnculo, clonación contemporánea), o vida con apariencia humana (robótica, androides), por medios artificiales. Entonces, vieja alquimia: el homúnculo; nueva alquimia por las pulsiones tecno-orgánicas: el clon y el robot.