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EN LA CASA DE ELISA

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—¡No sigás llorando por esa bobada! –Lucía anima a Elisa–. Ve que aquí estoy yo, para eso me tenés a mí, vas a ver cómo te ayudo, amiga querida. Es que yo sí me di cuenta de que algo pasaba, ¡uy, es que qué rabia!, después vino Emilia y me contó lo de Rosa, ¡pero qué va! ellas todas son de las mismas, eso fueron todas, claro que comandadas por Rosa, porque esas jamás se salen de la falda de la amiga.

Sí, sí, ya sé que esto es muy importante para vos, pero ¿qué querés que hagamos? No te quieren a vos ni me quieren a mí.

¿Cómo que por qué a mí no, Elisa? No ves que yo no soy como ellas, no ves que no tengo ni un peso pa un marco. ¡Qué me van a querer!, si es que hasta les daño el grupo de amigas.

Esas cotorras lo único que quieren es seguir como están y vos les resultás miedosa, porque te ven como competencia.

No me salgás con que no, Elisa, vos siempre tan querida, trayéndotelas para la casa, ¡muy amiguitas, ¿no?!… ¡tan caritativa que sos! Me dan ganas de agarrarte de las mechas.

No te riás que es en serio. Y la boba de la Rosa que cree que porque el marido es el alcalde, eso le da el crédito suficiente para ser la primera en todo: ¡si fueron ellas las que te quitaron los pajaritos que el maestro había puesto al frente en la exposición!, ¡yo vi a Rosa cuando estaba trastiando el cuadro para la última pieza!, y vos, vos que no dijiste nada, ni me dejaste decir a mí, y luego, las pinturas de ellas adelante.

¡No, pues, es que esto era cosa obligada! Pero no pensés que el maestro va a estar de acuerdo con ellas, de segurito que te enseña a vos sola.

¿A mí?... No, Elisa, si yo ya no puedo intentarlo más, ¡no te dije pues que no puedo pagar ningún material!, ¡parame bolas mientras te hablo!, no quiero seguir molestándote a vos. Pero eso es harina de otro costal, después hablamos de mí, que hay una cosa que no te he dicho y Dios sabe que me vas a matar por no contarte.

Que sí, que sí, ¡te lo prometo!, después te lo cuento, pero primero lo tuyo. A ver, te decía que esas señoras no se han salido con la suya. Vos ahora es que te podés sacar la espinita. ¡Pintá mucho, Elisa!, pintá pa que se muerdan el codo. Además, vos tenés a tu familia, ¡y también me tenés a mí!, que si necesitás modelo, la modelo puedo ser yo, ¿ah, qué tal?, ¿y tus hermanitas?, ¡tus hermanitas nos ayudan!

Pero, por ahora calmate, no sigás con esa lloriquiadera y esa furia, pa que podamos solucionar. Lo que pasó ya estaba clarito, clarito el día del almuerzo. ¿Viste que cuando llegaste estaba Rosa con las otras?, desde que las vi supe que iban a armar pleito, es que segurito que estaban pensando que las íbamos a delatar por lo del cambio de sitio de las pinturas tuyas, pero las pobres ni se imaginaban lo que el maestro iba a proponernos.

Es que todavía me da risa cuando me acuerdo de la rabia que tenían. La Rosa con lo mona que es y estaba verde, infladita, infladita, como un sapo apretado.

No te pongás a llorar otra vez, ¡vas a cumplirlo, ya vas a ver!, ¡pero si sos vos la que siempre me anima a mí!, no te aflojés tanto. Recuperate pues. Mirá que el maestro valora tu trabajo, por algo numeró como primera tu pintura para la exposición, otra cosa es que Rosa la haya movido, pero que la tuya era la primera, era la primera, ¡eso lo sabemos!

Seguro que el maestro te sigue enseñando a vos sola.

Proponele que te reciba en la casa, vas a ver que dice que sí. Decile eso, con honestidad, que ese siempre ha sido tu sueño, que vos te soñás con pintar al ser humano de verdad, y pues ¿eso no es lo que él quiere enseñar?, ¿cómo no te va a enseñar a vos sola?, que las otras se queden con Rosa pintándose entre ellas, mientas vos hacés desnudos, mientras vos te convertís en una artista de verdad verdad. Es que ya se les veía desde que entraste en el Astor que te querían tragar.

¡Ah, no!, ¡es que vos nunca te das cuenta de nada!, no pensás mal de nadie, ni aunque el daño te lo hagan en la cara. Ya viste que esta fue la vez. Pues sí, así ahora no me creás yo sí vi la cosa agria, pero no te iba a decir. Yo qué te iba a dañar la alegría si vos estabas saltando como una liebre con la buena nueva.

Mirá, yo te vi llegar cuando ibas por El Resbalón, vos sabés que yo soy como el bobo Lolelo, ¿te acordás que anda corretiando colegialas para pillarlas con los novios y contar en la casa? Eso, reíte pues. Así como el bobo Lolelo, yo me las huelo todas, por eso cuando entré me pillé el aire malo. ¡Oíste, es que vos no te das cuenta de nada!, ¿no te dije?, yo te vi cuando cruzaste la calle, me acuerdo patentico de todo.

Vos estabas entrando con ese caminaito tuyo que parece de gato. Silenciosita y pequeñita, se te escurría la sombra por el mostrador lleno de sapitos de colores y esas canastas de chocolates tan ricos, que yo nunca voy a poder comprar y que tampoco me va a comprar Francisco, pero a ese mejor ni lo invoquemos. Eso, ¿ves que es fácil que te estés riendo?, al menos ya te reís.

Seguime pues el cuento chino, ve, yo te estaba persiguiendo como el bobo Lolelo a las muchachas, a ver si por fin te cazaba un novio, que vos nunca me contás de novios y pa una muchacha tan bonita como vos eso no me parece apropiado. Bueno, mírame pues, que ya viene lo bueno, que es cuando el maestro suelta la noticia.

Entonces vos caminando hacia adentro y ellas en frente tuyo. El Ástor estaba muy bonito, para titinos como es siempre, yo creo que ese sitio es para pura gente muy pispa, con esas mesas anchas y todos esos manteles, las tacitas bien hechas, la gente de plata con sus vestidos de corte y los señores de sombrero extranjero. No, es que, ¡qué pinche!, ¡qué sueño!, ¡ay qué melancolía! ¡cuándo vuelvo yo a pisar el Ástor!

Como vos sabés, al fondo, después del mostrador, están las divisiones para las parejas y al lado los baños, yo rebusqué con los ojos por allá y no las vi, después me vine a dar cuenta de que estaban era justo delante de mis narices. Las bobaliconas esas se habían sentado más cerca del ingreso, en una mesa que daba para la calle, seguro que la reserva la había hecho el marido de Rosa, porque… ¿quién más?, ¡si eso ahí adelante es puro caché pa balconiar!, en esas mesas no cualquiera se sienta.

¡Yo ya sé que vos sabés eso!, pero seguime la caña que, como ya no puedo ser pintora, voy a reportar lo que pase en el mundo por escrito.

¿Que no te parece buena idea?, no me juzgués tan fuerte, no hay cantaleta que valga, ¡yo no puedo seguir pintando!, pero alguna cosa tengo que hacer o me voy a quedar loca con todo esto por dentro.

¡Ve, es que artista es artista!, y pues el papel es mucho más barato que el lienzo y el marco, ¿te vas a atrever a decir que no confiás en mí como escritora? Retomemos pues: vos ibas entrando, yo te reparaba desde atrás, por eso vi que primero te voltió a mirar Emilia, luego Paula y finalmente Rosa. Emilia se acomodó en la silla porque estaba en posición desgarbada sobre la mesa, con la oreja y el cuerpo puesto en no sé qué, que les decía Rosa. Eso sí, se veía que celebraban. La otra, Paula, al lado derecho de Rosa, prestaba atención con un oído y el otro lo tenía atento a la conversación en la mesa de atrás.

Sí, no es invento mío, ¿vos has visto que cuando la gente espía conversaciones, tira los ojos para el lado del oído chismoso?, ¡así estaba!, qué tan metida, ¿ah? Luego vi que el maestro estaba con unos señores en esa mesa. ¡Eran los de la Sociedad de Artes Pictóricas! ¿Cómo no iban a estar ellas al acecho? Después, fue que él nos dijo a todas que lo habían felicitado por la exposición, que “¡eh avemaría qué alumnas tan buenas las que se manda usted maestro!”.

Bueno, bueno, luego de que te vieran ellas, me fijé en que Rosa achicaba los ojos y se forzaba una sonrisa, ¿vos has visto que cuando hace eso parece que la nariz fuera una zanahoria? Eso, esa cara tan falsa fue la misma que le hizo al maestro cuando él dijo que la tuya iba a ser la primera obra en la exposición.

Pero bueno, pa resumirte, cuando el maestro se sentó en la mesa y dijo muchachas queridas y lo demás que siguió, yo te juro, te juro que en un momento me fui del planeta. Yo me vine a alborotar y a totiarme de la risa cuando entendí por tus alaridos qué era lo que había dicho, antes no.

Lo que pasó fue que yo estaba mirando a esas señoras con la ira enconada todavía, porque a vos puede no hacerte desaire ni el propio diablo, pero a mí, si me tocan a mis amigas, no se me baja fácil. Entonces yo que las miraba feo y ahí mismito, veo la mano de Rosa agarrar el mantelito de esa seda linda y arrugarlo todo. Luego, las cejas en picada sobre la nariz de zanahoria, y el colorete que le empieza a subir. No, es que yo sí pensé que ¡qué es esto tan bello!, le va a dar un cutupetu y aquí delante de todos.

Hasta que me interrumpiste el pensamiento vos con esa alharaca. “Qué sí maestro, qué dicha, ¡qué dicha tan grande, eso era lo que yo quería!”, y apenas en ese momento caí en mí, entendí la cosa y me alegré tanto por vos, ya no te iba tocar esconderte en todas partes para pintar el mundo de verdad, y me encajó la cara de la Rosa.

Después, como te acordarás, me quedé el resto del tiempo totiada de la risa.

La carne del mundo

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