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CORRESPONDENCIA PARA EL MAESTRO

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Noviembre 4 de 1938

Querido y respetado maestro:

Con la reverencia que usted me debe por haberme procurado tan extenso acercamiento a la formación como artista, que es mi sentir más profundo y también el de mi señor esposo, alcalde e hijo ilustre de la ciudad, me acerco a usted para afirmarle mis más íntimos deseos de permanecer siempre a su lado como amiga, benefactora y disciplinada discípula, al igual que las demás señoritas que conforman nuestro selecto grupo. Sé que usted conoce las difíciles circunstancias para una mujer artista, sabe que en un mundo de hombres nuestro primer compromiso es con Dios y con nuestra familia, lo cual podemos hermanar con las bellas virtudes que nos han sido otorgadas y, en este caso, cultivadas por usted para la consagración artística. Sabe también su recta conciencia que nada modera más el espíritu que las artes, y que es labor primera de señoras y señoritas, refrenar el espíritu para poder afrontar el designio que se nos ha impuesto por Dios y por la naturaleza. Sabemos que el arte modela hasta las bestias, sin embargo, hay algunos espíritus que nacen con rumbo dañado, afectando hasta la esencia del arte que tocan. Para aquellas almas en las que no cala la cultura, el arte solo sirve de excusa para la exageración, y llegan a perturbar a los demás, manchando con su mala conducta incluso las acciones nobles, rigurosas y disciplinadas de las mejores discípulas.

Sé que concuerda conmigo, maestro, en que una señorita, una artista, no puede comportarse como un campesino, de mano torpe y lenguaje rudo, cuyo único interés son las faenas. Así, tampoco puede hacerlo una dama, pues antes que pintora se es mujer, y una mujer no puede exacerbar sus inclinaciones hacia campos que la dejarían muy mal parada con su sociedad, exponiendo su actividad en asuntos que, en mi consideración, ni los hombres deberían abordar. El arte implica la elegancia y la sutileza, el mundo es burdo, anguloso y no es función de una artista recrudecer lo horrendo, sino más bien sembrar gotas de poesía en retratos oníricos, que reconforten el espíritu de la sociedad. Así como usted tanto nos ha inculcado, hay que trabajar con animosidad y resolución original, sin recaer en los oficios propios de los hombres a los que, como se sabe, nada les importa con tal de disputarse el cambio del mundo; a nosotras tal actitud nos haría pagar un precio que no nos podemos permitir. Usted, maestro, es un hombre de gran entendimiento, por lo cual sabrá ampararnos para seguir con nuestros estudios tal y como se venían realizando, sin que esta bella actividad nos complique con acciones que pongan en riesgo nuestro honor, o el apoyo de nuestras familias hacia su trabajo. Sé también que concordará conmigo en que es mucho mejor que solo las compañeras que hemos trabajado desde siempre a su lado y que coincidimos con la dirección sana de la pintura, debemos quedarnos bajo su tutoría. No queremos que las malas prácticas y arrebatos de quien no se comporta con moderación perjudiquen el valor de su obra y su paso a la historia como el mejor artista del país. Esto no solo se lo digo por mí, sino conociendo que esta misma postura es la de mis nobles compañeras. Le ruego, maestro, ayudarnos en la sabia labor de alejar de nuestro y de su regazo a animosidades dañinas que podrían constituir nuestra ruina como escuela y truncar nuestro futuro como orgullosas alumnas suyas.

Con reverencia y afecto,

Rosa González de Uribe.

La carne del mundo

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