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CAPÍTULO 2

EL GRUPO

En sábados alternos, mi entonces pareja y actual marido, Edgar, impartía sus clases como coach de metafísica y otros temas espirituales.

Éramos un grupo reducido y de lo más variopinto. Estudiábamos las siete leyes herméticas de Hermes Trimegisto, al cual yo canalizaba cuando «él» tenía algo que decir. Todo era muy intenso a la vez que divertido.

Una de las noches en que estudiábamos los acuerdos que las almas hacen antes de nacer, planeamos prepararme durante unos días con meditaciones profundas dirigidas a la regresión, para intentar hacer un registro de almas; es decir, con todos juntos, para ver hasta dónde mi alma podía contactar con las demás a la vez y relatar las vidas en las que todos tuviésemos algo que ver.

Me preparé a fondo, muy consciente de que me exponía a un gran derroche de energía. Temía pero también me fascinaba, de modo que me lanzaría de cabeza al misterio.

Ese sábado todos llegaron muy puntuales. Se palpaba ciento nerviosismo en el ambiente con una mezcla de algarabía.

Edgar nos acomodó a cada uno en una posición, formando un círculo, y a mí me puso medio recostada en el sofá, por si al entrar en trance me caía; quiso asegurarse de que eso no ocurriría.

En la pequeña sala comenzaba a reinar la paz. La luz al mínimo, una velita de testigo presidiría el encuentro. Todos comenzamos a respirar profundo, atentos a la voz que guiaría la extraña velada.

Al cabo de unos intensos minutos, comencé a hablar muy bajito y bien pronunciado. Ángela grababa, los demás abrieron los ojos y algunos copiaron lo que pudieron en un papel.

—El metafísico tiene un plan de seguridad, una copa de calma, una armonía en sus manos y en su corazón, que sabe llevar a sus labios. —Fue la primera frase que salió de mis labios dormidos. Cuando Edgar le preguntó quién era, pronto respondió—: Hermes soy.

Supimos en ese momento que él presidiría el encuentro con el pasado, pues sabíamos que siempre algún maestro ascendido tiene que respaldar al médium, de modo que todo estaba dispuesto.

—Vivo en una casa pequeña, bastante humilde. Soy muy joven pero ya tengo un hijo.

Mi madre está medio enfadada porque me voy con mi mejor amiga a palacio, bailaremos para los jeques y sacaremos un buen dinero. Somos varios hermanos y también está el abuelo. Un amigo de la familia nos trae huevos para ayudar.

Llega la costurera y trae mi vestido para bailar, pero no me gusta y le grito: «¿Otra vez verde?». —Parece que en ese momento me agité bastante, por lo que mi pareja tuvo que reconducirme y calmarme. Aprovechó para preguntarme si alguno de los que veía en esas secuencias se encontraba ahora en la salita sentado con nosotros, a lo que contesté que sí—: ¡Todos! La modista es mi peluquera. —Y nombré a algunas personas más, también conocidas por nosotros. Por supuesto estaba Ángela, una gran amiga mía ahora y entonces también (fue quien me introdujo en el baile pecaminoso).

Fui narrando que varios de los allí presentes eran jeques y otros familia entre sí, pero ciñéndome a lo principal. Citaré como yo, siendo en ese entonces una seductora bailarina, le robé un saquito con monedas de oro a uno de los jeques que se supone estaba colado por mí. Cuento, en ese momento, que me sentía obligada a mantener relaciones con él para ganar dinero y sustentar a la familia, y es en ese momento cuando empiezo a hablar en un árabe antiguo. Uno de los presentes en el grupo me contesta, ya que sabía el idioma. Faltó muy poco para que yo le pegara dentro de mi letargo, por lo que seguí blasfemando en árabe contra él. Todos se asustaron muchísimo. Nuestro amigo explicó más tarde que trató de provocarme diciéndome que pronto me iría a vivir con el jeque; eso fue lo que encendió la mecha del enfado, y no quiso traducir todo lo que le contesté porque hasta vergüenza le daba. Fui ayudada, en el robo, por otro hombre que le tenía muchos celos y envidia al adinerado; este que me ayudó en esa vida sucedida en Turquía, era ahora una de las alumnas de la clase de metafísica. Y no dudé ni un segundo, dentro del adormecimiento del trance, en levantarme y bailar una danza del vientre casi perfecta ante la mirada de los miembros del grupo de metafísica que, estupefactos, temían me diera un golpe con algo ya que estaba profundamente dormida.

Helen entendió ahora el cariño protector que sentía hacia mí, pues había sido mi madre, y Elías, el chico más joven de la reunión, comprendió por qué me hacía las preguntas de la vida como a una mamá, ya que en Turquía yo lo había sido. Hasta Trasgu, mi perrito actual, había sido mi mascota querida; un lindo pajarito que cantaba melodías para esta bailarina, al que yo alimentaba y paseaba en mi hombro, sin ningún tipo de jaula.

Pasados los meses después de esta regresión, yo comienzo a tener sueños muy raros y agitados, donde veía continuamente a la gestora de nuestra empresa, una mujer mayor, de unos 60 años, pelirroja y llamada Nely, llorando por ser acusada de engaños, malversación, estafa y varias cosas similares. Ella era bastante amiga y solíamos invitarla a nuestras fiestas, a comer, a cumpleaños, pues bien sabíamos de su soledad; por lo tanto, y siendo tan cercana, no dudé en llamarla y comentarle mis sueños repetitivos. Ella me escuchaba atentamente y realmente se preocupaba.

—Lo curioso del tema, Nely, es que hay como una pantalla que no me deja ver quién te acusa —le explicaba yo mientras ella escuchaba con estupor.

—Tal vez sea porque la persona en cuestión me quiere mucho y no desea acusarme, y tal vez por eso no ves su rostro —dijo ella con voz entrecortada.

Pasaron solo noventa días cuando en mi domicilio recibo una notificación de Hacienda exponiendo varias deudas de nuestra empresa, llamada entonces Destellos de Luna S. L. Supuestamente nunca habíamos pagado ni los impuestos, ni las tasas, ni ninguna otra cosa. Yo no daba crédito a lo que leía y pensé que tenía que ser un error, todo ese dinero había sido abonado a través de Nely, firmados varios documentos que ella traía cada trimestre y en plena confianza.

La llamé por teléfono, pero no lo cogía, de modo que consultamos con un abogado, que justamente nos dijo lo que ya temíamos: ¡nos había estafado! Ninguno de los documentos que teníamos era válido, tan solo el de la apertura de sociedad; los demás eran meras falsificaciones y la deuda ascendía a más de diez mil euros, por lo que después de pagar la correspondiente multa había que cerrar y posteriormente abrir una nueva sociedad, la que ahora tenemos.

Estábamos indignados, dolidos, amargados. Al día siguiente, de camino al despacho del abogado, nos la encontramos tomando café, sentada en una cafetería con un amigo del cual ella estaba enamorada. A mí se me congeló la sangre y me acerqué a ella con decisión, recriminándole lo que nos había hecho. Ella, sin más, se echó a llorar y fue entonces cuando recordé no solo los sueños repetitivos, sino que en la regresión del grupo la había nombrado como el opulento jeque al que yo le había robado cuando era bailarina. Y he de destacar que el personaje que había colaborado conmigo en aquella vida, que ahora era una mujer, también tenía sus papeles de empresa con ella, y también estaba siendo estafada, aunque con mucho menos dinero.

¡Caray con el karma! ¡Estaba funcionando!

Barajamos durante días la posibilidad de denunciarla, pero nos pudo más el corazón que la razón. Pensamos en su soledad, en que estaba arruinada, lejos de su familia y luego estaba su edad, de modo que decidimos partir de cero, con un nuevo gestor, una nueva empresa y un nuevo notario. ¡Deuda kármica cumplida!

Las antesalas del alma

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