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ОглавлениеCAPÍTULO 5
CRISTAL POR FIN ENTENDIÓ
La primavera lucía con toda su divinidad y esplendor en nuestra querida ciudad adoptiva. Marbella siempre había sido famosa por su clima y no en vano la vanagloriaban tanto los turistas.
En mi cuartito, como yo llamaba a mi pequeño despacho donde a tanta gente atendía a lo largo del día, habíamos cerrado la gran mesa alargada, reduciéndola a redonda.
Todo preparado para la llegada de una clienta excepcional, una mujer de cerca de Granada que ya era amiga prácticamente y por la que yo sentía una gran simpatía y afinidad.
Esta vez, Cristal venía nerviosa; yo nunca la había visto así. Era una mujer alta y hermosa. Lucía un pantalón vaquero y una blusa blanca, la sencillez era su lema. Optó por descalzarse.
Por mi parte, yo, aunque muy preparada, debo reconocer que también me sentía un tanto asustada por lo que pudiera acontecer, pero decidida y segura de lo que hacía.
Edgar comenzó con todo el protocolo procediendo a relajarnos profundamente, pidiendo la asistencia de nuestros guías espirituales y en especial la de May, que era un poco el encargado de estos hechos.
Después de casi un mes de preparación y entrenamiento mental regresivo, no tardé mucho en hacer contacto de alma a alma.
—Vienen los mercaderes —comencé hablando—. Hoy es el día, como cada mes.
Recorres la cantera para llegar a Guiza, donde ellos hacen su segunda parada. Las esclavas egipcias sois abusadas casi cada día. Eres muy fértil, demasiado. Hoy venderás a tres de tus hijos, es necesario para su bienestar, tú ya tienes demasiados.
Eres hermosa y el escriba y el cónsul se aprovechan. Te permiten vivir suelta, en tu casa, pero tienes que trabajar mucho en el hierro.
—¿Puedo saber cómo me llamaba entonces? —preguntó Cristal con voz entrecortada.
—¡Hachef! —contesté rápido y continué, como si el enganche con la invisible antena no se pudiese detener—. Tu barriga crece y sabes que tendrás que volver a vender, prefieres no pensar. Siempre estás triste y solo tu hermano te contempla y te comprende.
—¿Está mi hermano en esta vida actual? —quiso saber la mujer.
—Sí y no... Él fue tu actual padre, que ya está en otro plano.
Ella iba entendiendo a medida que profundizaba en el relato, que fue casi todo en la misma línea.
Dejé caer la cabeza, casi bruscamente, ellos pensaron que me había dañado, pero no sentí nada. Respiré con más profundidad de lo habitual y yacía descansando profundamente, de repente alcé la cabeza con los ojos cerrados pero mirando en alto o al menos parecía que miraba o buscaba en el horizonte del pequeño cuarto.
—Estás en el frondoso bosque. —Habla de otra vida, comentó Edgar—. Escribes diferentes símbolos con una piedra puntiaguda en algunas piedrecitas redondeadas que vas sacando del lago y que luego vuelves a sumergir para lavarlas con las aguas sagradas. Son runas.
—¿Puedo saber dónde?
—El bosque del gigante, Irlanda —respondí después de un rato considerable. Levanté mis manos cerradas como si sujetara algo y, como haciendo teatro, recité algo parecido a una oración—: «Consagro esta runa con los cuatro elementos, fuego, agua, tierra y aire, con la raíz universal que tienen las piedras mágicas». —Acto seguido me puse a cantar en un lenguaje inentendible y luego continué sin perder el hilo—. Tienes un saquito de piel de cabra donde las guardas y caminas con ellas en tu mano hacia tu casa redonda, donde tu esposa atiza la lumbre a la vez que se burla de ti: «¡Drugs, esposo mío!, ¡tú no eres mago, ni nada!, ¡solo pierdes el tiempo en lugar de ir a cazar! ¡Aquí solo yo tengo poderes sobrenaturales! ¡Solo yo soy bruja!», te grita y logra que entres en cólera. Ella es tu último marido de esta vida actual, te frenas a tiempo, antes de ir a mayores, al escuchar jolgorio en el poblado. Unos hombres guerreros acaban de llegar y te piden consejo para la batalla.
»¡No debes ir a esa guerra! ¡Habrá sangre excesiva y te llevará a otro mundo! El guerrero piensa... Sabe que aun así, lo hará.
Mi cabeza, cae nuevamente sobre la mesa. En esta ocasión mi esposo me había colocado una toalla doblada para amortiguar el impacto, y, de repente, cambió mi voz:
—May soy, también podéis llamarme Amy; uno es mi nombre y otro es mi mantra.
«Solo los realmente sabios de mente, cuerpo y alma, no compiten, porque de antemano saben... que han ganado». «“Todo lo que hoy llega a tu vida, formará parte de tu aprendizaje y comprenderás el porqué de casi todo». «Cuando te halles tranquila, tu alma se serenará al escuchar lo narrado, algunos han pasado poco por tu vida actual, con otros aún te queda algo que sufrir para cerrar karma, lo importante es que entiendas que es cosa de tu espíritu, lo que él eligió para su evolución».
Tras un leve descanso en el que Edgar, al ver mi boca totalmente seca, me obligó a tomar unos sorbos de agua, y procedimos con los registros del alma:
—Eres la hija del faraón, Sauhe. Te apasionan los zapatos de pico hacia arriba. El que los hace, Jacará, está muy enamorado de ti; es correspondido de igual modo, por eso te hace zapatos únicos y no babuchas de princesa. Te confecciona justo lo que tú en tus sueños diseñas, unos zapatos que son mezcla de alta alcurnia con esclava, totalmente exclusivos. ¡Te sientes tan afortunada! Tú te burlas de las jerarquías. Tu padre quiere casarte con uno de tu misma índole, pero tú estás enamorada del zapatero.
— ¿Lo conozco ahora en la actual vida? —quiso saber la mujer.
—Sí, es el que hace planos. —Ella se dio cuenta de que era un viejo amor suyo, aparejador actualmente, al cual había vuelto a encontrarse hacía unos días, después de muchos años—. Tu calzado es el vínculo para poder ver a tu amor. «Quiero muchos zapatos para caminar muchos caminos contigo, así que planearemos una huida aunque tengamos miedo, lo podremos conseguir». No te importan las riquezas, ni nada —proseguí—. Andáis muchos kilómetros durante la noche y al día siguiente, y al otro... así hasta que llegáis a un viejo pobladucho en Sinaí. Tenéis lo justo y mucho amor. Jacará se siente un valiente y sonríe pleno de amor. Toda una vida apartados del mundo y viviendo el uno para el otro.
Nuevamente y después del leve descanso, yo, aunque pareciera otra persona, me dispongo a relatar lo que mi alma ve al contacto con la suya:
—Tus tierras son muy verdes y fértiles. Temes porque tus enemigos se han instalado cerca. Ellos llevan plumas en el casco de la cabeza. Vienen a por comida. Han quemado otras parcelas pero la tuya aún no. Quieres pegarles, tus hijos tienen hambre y ellos se lo llevan todo. Eres un hombre rudo y precavido, escondes parte de tu cosecha en el tronco del viejo roble del bosque cercano para así poder dar de comer a tus nueve hijos cuando no te ven.
»Eres viudo, tu esposa falleció en el último parto. Una señora romana quiere comprarte un hijo. «¡Será criado como príncipe!», te dice, pero tú coges la hoz y levantándola la echas.
»Te vas a Forna cuando nadie te ve. Conoces muy bien el caudal del río y sabes que en esta luna puedes pasar y luego cruzar el bosque donde tu hermano te espera, él hace mucho que no sabe de ti, se temía lo peor.
»Entre la paja acomodas a los niños y tu hermano, Zasterre, les da leche recién ordeñada. Es un hombre muy respetado en los alrededores. «Ellos ya han pasado por aquí, tuve que hacerme pasar por amigo y bailarles el agua, ¿te imaginas? ¡Tal y como yo soy! Bueno, al menos ahora estamos a salvo» —hablé entre sollozos, como si fuera su hermano.
—¿Está ese hermano en mi vida actual? —preguntó Cristal.
—Sí. Yo soy, Luna. De los nueve hijos, conoces en esta vida a algunos: Isabel, Carlos, Sergio, tu papá, Antonio, y también tu perro, que entonces era tu gato.
Ya muy exhausta, mi cabeza reposó un rato sobre la mesa redonda. Comencé a hablar incluso sin levantarla:
—¡May soy! Te habrás dado cuenta de que de todo esto tienes que aprender la fe, la paciencia y el caminar tranquila, con confianza en ti misma y el saber esperar a que todo vuelva a su lugar. Como verás, has tenido muchos hijos; también entenderás el por qué ahora no los tienes.
En mi trance, seguí relatando:
—Te veo muy serio, o muy malencarado, mejor dicho. Estás en un lugar triste, oscuro, maloliente, frío. Se escuchan lamentos y algunos llantos. ¡Es un campo de concentración!
»«¡Esta, esta y esta! Te las llevas al cuarto verde». ¡Demasiadas violaciones! ¡Sollozan!, ¡gritan!, ¡horror! Eres un soldado con fama de machote. Tus hazañas son grandes, muchos premios, muchas condecoraciones, y corazón helado. Hoy la escoges a ella, la más joven, la chica se deshace en lágrimas y de un golpe seco la desmayas; el resto, igual que las demás. Tienen muchos hijos tuyos, pero eso a ti te da igual. A todos los mandarás a la cámara de gas mientras tu batallón ríe tus gracias. Ahora solo quieres beber y olvidar.
»La esposa de tu compañero y amigo está enamorada de ti; pero eso sí, tú respetas ante todo la amistad, y la ignoras. Mueres en la batalla, abandonado en el bosque en Alemania.
En este caso, Cristal había enmudecido. No sabía qué preguntar. Trataba de asimilar todo lo escuchado, sabía que en estos procesos podían salir cosas terribles y estaba muy preparada, pero la había impactado, al igual que a Edgar. Solo se miraban mientras yo me tomaba un respiro dentro del sueño de un Morfeo distinto.
—«¡Lucio!», te llama por tu nombre el general. «¡Tu esposa te busca!». Ella te ama de verdad. Es muy lista, pero tiene un problema de celos muy acusado, así que le pide a tu criado que te espíe cada vez que viajas, pero tú siempre eres fiel. Lo que dices a veces raya en la filosofía, por eso no te ven como hombre de guerra cualquiera, tú eres distinto.
»«Las palabras que a veces salen por mi boca no yacen en mi mente, yacen en la cueva de mi corazón y vibran las estrellas cuando las digo». Así hablas, porque sabes que esos «seres» hablan a través de ti y tu mujer te guarda el secreto por prestigio y miedo a las malas lenguas.
»Hablas en sueños, escribes símbolos, haces llegar mensajes disfrazados a otros generales. No quieres ir a la guerra, pero sabes que debes ir.
—¿Mi esposa de entonces está ahora en mi actual vida? —quiso saber mi clienta y amiga.
—Sí, ella es Manuel. Tú visitas a escondidas a un hombre que lee las estrellas. —En ese momento apunto con mi dedo a Edgar—. Preguntas por qué no vienen hijos y él rápido te contesta: «Los astros contemplan tu situación en algunos tránsitos. Tu alma tuvo muchos hijos en otros mundos, no es tiempo ahora».
Ya exhausta y casi desplomada del todo, reposaba mi cabeza y casi todo mi cuerpo inerte. Edgar esperó unos minutos para comenzar con el ritual de regreso muy cuidadosamente hasta conseguir que me reinsertara en mi vida actual.
Juntos comentamos todo. Yo solo temblaba, el frío era ahora todo lo que podía sentir. Más tarde o mañana escucharía lo grabado.
—Comprendo el porqué de mi trayectoria con los hombres que llegaron a mi vida y comprendo por qué no he tenido hijos estando sana completamente; en fin, tengo mucho que asimilar y lo haré. Me ha servido para ver los problemas desde el entendimiento de mi ser más profundo. ¡Gracias!, de verdad ¡gracias!