Читать книгу Las antesalas del alma - Eva Argüelles - Страница 11

Оглавление

CAPÍTULO 3

EL PILOTO

Orientados por un nuevo gestor, no dudamos en dar de baja la mencionada empresa y seguir nuestras labores en el mundo esotérico bajo el nombre de una nueva S. L. llamada Alkimia de Luna.

Aparte de la sanación energética por el rito celta por la que yo destaco, y la alineación de chakras que efectúa mi compañero, comenzaron a pedirnos abrir los registros akáshicos, que no es otra cosa que saber algo de vidas pasadas.

Decidí ir a la consulta de una mujer que se dedicaba a ello para consultarme a mí misma y ver de qué se trataba.

Alicia me pidió datos como mi nombre, el de mis padres, mi edad, etcétera, mientras iba anotando todo con sigilo; después prendió una vela y pronunció una oración que se sabía de memoria, como una retahíla de palabras unidas entre sí, sin puntos, ni comas, todo muy estudiado; me hizo una especie de relajación y de repente empezó a hablar de lo que yo había sido en otras vidas, mientras me miraba sin pestañear. Yo la escuchaba atenta, esperando algún tipo de impacto, que no hubo. Ninguna de las vidas que yo conocía salió a relucir. Pensé que ella sabría todas las otras. Cuando terminó la sesión, me atreví a preguntarle cómo sabía ella lo que dijo sobre las vivencias de mi espíritu, a lo que me contestó que, después de la relajación, ella decía lo primero que se le venía a la cabeza sobre mí, ya que así la habían enseñado a canalizar.

—Entonces ¿quieres decir que lo has aprendido? ¿Qué te lo han enseñado así?

—Sí, así es, en unos talleres sobre canalización y registros akáshicos —respondió ella.

Me fui de allí pensando que algo me chirriaba, que algo no encajaba y fue al hablarlo con Edgar cuando decidí que yo sí me dedicaría a abrir los registros del alma de algunas personas que me lo pidieran, claro que no muy a menudo, pues a mí me lleva gran preparación física, energética y mental y mucha meditación retrospectiva. Así que, después de tanto trabajo, me decidí a ver las antesalas del alma de un cliente.

Este era piloto de Iberia. Un hombre de unos cuarenta y ocho años, recientemente separado, que venía a limpiar su energía de vez en cuando.

Nos pusimos alrededor de la mesa redonda, con una música suave. Juan estaba nervioso y yo, en mi concentración, podía escucharle el corazón.

Después de explicarle cómo lo haríamos y darle las instrucciones, comenzamos pidiendo la asistencia de los guías espirituales. Pronto, a medida que yo entraba en letargo, apareció May. Él es un guardián, guía o ángel protector que siempre acude a este proceso. Edgar guiaba la situación y tanto Juan como él decidieron grabarlo.

Comencé a hablar con voz extraña y a relatar:

—Hay mucha nieve y tú llevas una falda larga y trenzas. Eres una mujer mayor. Buscas alguna raíz, en el bosque, incluso a través de la gélida nieve. La encuentras y vas corriendo hacia el poblado, la pequeña está muy inflamada y a punto de morir. La fiebre la ha desmayado. —El piloto no salía de su asombro por lo que escuchaba—. Hierves en la lumbre las raíces con otras hierbas que llevas en un saquito, lo soplas mucho y me lo das a beber, obligándome a tragar, mientras recitas algunas frases muy apasionadas en una especie de dialecto francés. —Juan se da cuenta de que hablo de mí, o sea de mí misma, y se atreve a preguntar.

—¿La niña de entonces, eres tú de ahora?

—Así es; tú, la curandera de Sare. Tú me salvaste la vida entonces, por eso ahora yo te lo debo y te ayudo cuando estás mal. Nuestros espíritus han vuelto a encontrarse en esta y en otras vidas, cada una con sus aprendizajes. —Hice una gran respiración profunda y dejé caer la cabeza sobre la mesa, parecía una especie de descanso. Los dos hombres aprovecharon para beber agua. De repente me puse derecha como un resorte y comencé a hablar de nuevo.

—Eres un hombre joven, pero un guerrero. Pocos saben de tu sensibilidad. Tienes videncia a través de los sueños. Ahí te ves con él, con tu maestro. No lo has conocido en vida, pero en sueños sigues sus instrucciones. Perteneces a una institución llamada El Temple y todo es muy oculto. No estás de acuerdo con algunas cosas crueles que los tuyos y algunas veces tú tienes que ejecutar, pero no puedes hablar, tienes que demostrar tu hombría. Te llamaban el hombre de Payens. También procedes de Francia, aunque decidirás quedarte en Palestina.

»Es una noche de luna nueva, muy oscura. Duermes bajo un árbol, con un techo de estrellas fuera de lo normal. «Él» te habla en sueños y te pide que vayas a una especie de escondite, una cueva, en el monte Tabor, la montaña sagrada. Te da las instrucciones para mover una roca y, detrás de esa, otra más pequeña, y dice que allí encontrarás un envoltorio de piel de cabra y en él unos manuscritos; te pide que los guardes, que los custodies y que sobre todo que no los encuentre ningún líder de las diferentes religiones. Que están escritos con símbolos de él mismo, y con su única religión..., el amor.

»Te despiertas de un sobresalto con todo fresco en tu memoria y sin perder tiempo empiezas el viaje. —Tanto Edgar como el consultante apenas podían respirar y mucho menos preguntar nada, era una narración con lujo de detalles—. Por supuesto, decides ir solo, siguiendo todos los mandatos. Dos días tardaste en llegar, agotado, nervioso, feliz. Hay un gran lago y aprovechas para lavarte y hacerte una especie de ritual purificador, por si encuentras el tesoro que vienes a buscar. Preguntas a un pastor si ese es el monte sagrado, a lo que él asiente con su cabeza y sigue su camino sin preguntar.

»Vas caminando por las faldas de la montaña, bordeándola, fijándote en cada detalle. Hay algunas piedras, pero no tan grandes como has entendido, aun así decides apartarlas, pero nada.

Han pasado tres días y ni vestigios de la gran roca que tu maestro te mencionó en tu vigilia, estás a punto de abandonar, pero tu fe puede más y te apoyas en una raíz que sobresale de un olivo. Pides, meditas, rezas... pero no hay respuesta, es entonces que te fijas en una alimaña que se filtra por una rendija a tu lado, en lo que parece tierra cubierta de verdín, así que con tus manos y ayudado por tu cuchillo empiezas a raspar, dejando al descubierto piedra, sigues la ranura por la huella que dejó el bichito y ya puedes vislumbrar la supuesta roca que tapa la entrada del tesoro. Buscas palos gordos y curiosamente nadie pasa por el lugar, así que haces la faena tranquilo y seguro, hasta moverla hacia un lado. Acto seguido otra piedra más pequeña y muchos bichitos más, no son venenosos, tú les das las gracias por mostrarte el camino, porque justamente ¡ahí está el envoltorio!, ¡después de tantos años, intacto!

»Lo abres y todo son símbolos que tú crees entender. Lloras y agradeces, agradeces y lloras. —Otra vez mi cabeza cayó, como derrotada, sobre la mesa.

—¡Respira profundo! —ordenó mi esposo y preguntó al guía si debía sacarme del trance, a lo que él y por mí misma boca dijo «Sí».

Tras varias respiraciones profundas y tocándome un punto estratégico en mi frente, Edgar consiguió sacarme del aletargamiento que me mantenía ausente.

El piloto, estaba blanco y eufórico a la vez. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, y su sonrisa denotaba felicidad. Era una mezcla de sentimientos. Yo solo temblaba, el frío interior se apoderó de mí y tan solo quería dormir.

Pasados unos días, Juan nos escribió para compartir que había encontrado el pueblo de los Pirineos franceses llamado Sare y también nos confesó su pasión por los templarios, agregando que desde niño ha tenido sueños extraños con manuscritos antiguos.

¿Coincidencias? Solo el espíritu lo sabe.

Las antesalas del alma

Подняться наверх